Revista Cultura y Ocio

Horace Rumpole, abogado

Publicado el 08 febrero 2017 por Elinfiernodebarbusse
 Horace Rumpole, abogado
La información que porporciona la editorial Impedimenta en la contracubierta de este libro, así como la frase con que arranca la historia son más que suficientes para no perder demasiado de vista a este prometedor personaje, ¿no creen? Su autor, John Mortimer (del que ya  hemos hablado por aquí en alguna otra ocasión), es garantía de calidad made in England asegurada.
La contra: 
Insigne defensor de las causas perdidas, Horace Rumpole es un abogado adorable, un hombre de altos ideales y de gran sentido común, que fuma cigarros malos, bebe un clarete aún peor, es aficionado a los fritos y a la verdura demasiado hervida, cita a Shakespeare y Wordsworth a destiempo y, generalmente, se decanta por los casos desesperados y por los villanos de barrio. Excéntrico y gruñón, lleva años abriéndose paso en las salas de justicia londinenses, mientras brega en casa con su terca mujer, Hilda, a quien él apoda «Ella, La que Ha de Ser Obedecida», en un particular universo donde el sarcasmo, el humor y la intriga se mezclan a partes iguales. Al modo de P. G. Wodehouse, John Mortimer construye en sus narraciones un universo demoledor y sarcástico al más puro estilo British.
La frase:
«Yo, Horace Rumpole, abogado, a punto de cumplir sesenta y ocho años, letrado de poca monta en el Tribunal Penal Central de Inglaterra y Gales, comúnmente conocido como Old Bailey, marido de la señora Hilda Rumpole (para mí es «Ella, la que Ha de Ser Obedecida») y padre de Nicholas Rumpole (profesor de Sociología en la Universidad de Baltimore, siempre he estado muy orgulloso de Nick); yo, cuya mente rebosa de antiguos crímenes, anécdotas jurídicas y fragmentos memorables del Oxford Book of English Verse (en la edición de sir Arthur Quiller-Couch), además de un amplio conocimiento sobre manchas de sangre, grupos sanguíneos, huellas dactilares y falsificaciones mecanografiadas; yo, en la actualidad el miembro de mayor edad de mi bufete, tomo la pluma a mi avanzada edad en un momento de calma en el trabajo (no hay mucho delincuente por aquí, parece que los más notables villanos de Inglaterra se encuentran de vacaciones en la Costa Brava), a fin de intentar reconstruir por escrito algunos de mis triunfos más recientes (y ciertos desastres no menos recientes) acontecidos en los juzgados, y de paso conseguir algún dinero que no caiga de inmediato en manos de Hacienda, en las de mi ayudante Henry ni en las de Ella, la que Ha de Ser Obedecida, y quizá también de entretener un poco a los que, como yo, han encontrado en la justicia británica una fuente inagotable de diversión inofensiva».

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