Michel Houellebecq ( "Lo esencial es la demografía y la educación; la subpoblación que cuenta con el mejor índice de reproducción y que logra transmitir sus valores triunfa; a sus ojos es así de fácil, la economía o incluso la geopolítica no son más que cortinas de humo: quien controla a los niños controla el futuro, punto final".
"El islamoizquierdismo [...] era un intento desesperado de los marxistas descompuestos, en plena podredumbre, en estado de muerte clínica, para salir del cubo de la basura de la historia agarrándose a las fuerzas ascendentes del islam".
Sumisión, 2015)
A nadie que haya leído más de dos novelas de Michel Houellebecq se le puede escapar cuál es su tema: el colapso de la sociedad tradicional, fundamentada en la familia y en las instituciones políticas que han surgido por encima de ella, básicamente por culpa de un capitalismo fuera de control y el derribo progresivo de todos los tabúes sexuales (como si se tratara de una increíble paradoja que hiciera buenas todas las absurdas teorías de Marcuse). De paso, miestras se recrea en la debable, suele aliñar sus argumentos con comentarios y excursos que revelan su declarado odio por todo el sesentayochismo en general y, también, la cultura New Age (cuyo esplendor coincidió con los años setenta del siglo XX, en plena juventud del escritor), a la que considera una inmensa patochada sin sentido. Así que tenemos básicamente un joven inadaptado criado por su abuela tras la dimisión egoísta de sus padres (que prefirieron "realizarse" antes que enterrarse en vida educando a un hijo) al que desde luego no encandilaron las grandes corrientes de pensamiento de su tiempo. No pienso ser tan cuadriculado y conformarme con explicar todo recurriendo a indicadores freudianos, digamos simplemente que Houellebecq ilustra un principio de acción y reacción bastante común en la gente, y que su tema es un posicionamiento en contra de lo mayoritario del que luego ha surgido un proyecto literario, quizá también un pesimismo coherente y una ideología política y cultural (eso ya no lo sé). Otro día tocará aplicar esto mismo a la generación ochentera, que también tiene su miga...
Desde Las partículas elementales (1998) Houellebecq escribe dando por hecho que la sociedad contemporánea se siente inexplicablemente empujada hacia una imprevisible variante de la distopía social que describió Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932). Cada uno de sus libros se centra en uno de esos procesos que, ya desde el presente, ha empezado a expandirse por Occidente: no augura complots ni males absolutos, sino que ahonda en las secuelas --una realidad visible en algunos casos-- que provoca la devastadora fuerza de un modelo económico que se impone siempre porque recurre por sistema a la parte instintiva y gregaria del ser humano, la misma que durante siglos ha tratado de domesticar la Ilustración.
Las novelas de Houellebecq narran cómo hay personas --desarraigadas, solitarias, egoístas, desmotivadas, abstencionistas, salidas-- que se las apañan bastante bien en el caos de la aparente corrección política actual, personas a las que no les preocupa que el mundo mute por completo y se inviertan las premisas de la convivencia y de las relaciones si al final resulta que viviremos más y follaremos mucho y con muchas (los protagonistas de Houellebecq siempre son hombres, no lo olvidemos). En Las partículas elementales era la disociación completa entre familia y sexualidad (es la obra más directamente vinculada con Huxley); en Plataforma (2001) era el turismo como vehículo de expansión de la misma sexualidad abierta y múltiple que describía en la novela anterior y en La posibilidad de una isla (2005) era la perpetuación de la existencia gracias a la clonación, aunque fuera a costa del definitivo aislamiento del ser humano en zulos tecnológicos, no sólo renunciando al sexo sino a relacionarse (el modelo social que mejor encaja en ese panorama son las sectas y/o cualquier ideología extremadamente jerárquica que dogmatize la mismísima vida cotidiana).
Sumisión (2015), finalmente, describe la parte de ese proceso único que encajaría temporalmente entre Las partículas elementales y La posibilidad de una isla; el libro especula acerca de una de las maneras posibles en que podría concretarse un cambio cultural radical alineado con esas nuevas formas de organizar la familia, la sexualidad y el Estado. El islam, por mucho que escandalice a unos cuantos, podría ser un vehículo en ese objetivo, y por eso creo que Sumisión no es una novela sobre el islam, sino sobre algunos de los cambios que podría traer aparejado esta religión en caso de expandirse en los feudos tradicionales del racionalismo ilustrado.
A Houellebecq lo que le obsesiona es la capacidad del islam como ideología socializante (como si otras religiones no la tuvieran o no hubieran fracasado en lo mismo), capaz de autoperpetuarse y expandirse en sociedades a priori hostiles (como lo son las europeas), una capacidad que el cristianismo mantuvo durante siglos pero que ha perdido por el empuje tecnológico, la corrección política y el narcisismo realmente existente. Pero sobre todo le fascina la sexualidad completamente ventajosa que implica para los hombres. Esto, y no una inefable motivación religiosa, estaría detrás de los elevados índices de conversión entre los europeos que experimenta el islam contemporáneo (lo vemos cada día en los telediarios: hombres que se enrolan en el Estado Islámico porque les prometen poder, dinero y/o sexo por decreto, así como el mando absoluto de sus familias, algo que Occidente les obliga a ganarse o a negociar). No nos equivoquemos: hoy es el islam, pero mañana podría servir cualquier excusa, el caso es que la distopía se convierta en realidad.
Sumisión desarrolla una serie de ideas que sirvan de pretexto para argumentar el cambio político y cultural que describe, y ahí es donde se revela la capacidad de su autor para meter el dedo en la llaga (y, por tanto, alcanzar el éxito), en el elemento que escoge como catalizador: el sexo (aparte de este, ningún otro elemento de su esquema argumental soporta un análisis riguroso). Si el islam resulta atractivo para algún occidental es porque sanciona la poligamia; este y no otro es el auténtico centro de la novela. Da lo mismo que detrás haya una religión, que la utilicemos de forma sesgada o que sea irreal, la cosa es que promete un primer nivel de sexualidad abierta y múltiple, el Santo Grial masculino de este siglo XXI. El problema es que esta idea revolucionaria --lo es-- alcanza el núcleo de la mismísima ideología patriarcal, la misma que durante siglos ha tratado de domesticar la Ilustración. Ese patriarcado de raíz monoteísta que relega a la mujer a un segundo plano como individuo y como ser social, convirtiéndola en una especie de ente que requiere tutela y supervisión constantes y al que hay que poner límites a su actividad profesional (no sea que ellas sean mejores que nosotros), así como establecer enérgicamente sus deberes conyugales y domésticos (no vaya a ser que resulte que no sabemos echar un polvo de decente o tengan la posibilidad de cambiarnos por otro objetivamente mejor, que es lo que haríamos nosotros con ellas sin dudar). Este nuevo patriarcado ligado al islam que propone la novela no está muy lejos del que proponían los fascismos del siglo XX (y que en España se prolongó hasta 1975 gracias al complejo nacional-catolicista de Franco), el cual acabó fracasando gracias a sus incompatibilidades con el modelo económico que la burguesía propuso (puestos a escoger entre enriquecimiento y democracia, los ricos optaron claramente por el primero); la diferencia es que el islam no posee entre nosotros una experiencia de fracaso similar, y quizá por eso haya bastante gente dispuesta a creer que esta vez no habrá errores, que los hombres recuperaremos el estatus que poseíamos cuando éramos cazadores-recolectores...
¿A qué hombre no acabará por interesarle lo que predique el islam (o cualquier otra ideología) si al final, tal como asume Houellebecq, le proporciona privilegios? Para empezar, en el trabajo habrá menos competencia (las mujeres serán apartadas de numerosas profesiones), en casa no pegarán un palo al agua (como hicieron sus padres y abuelos, un motivo más de orgullo) y además podrán follar con hasta cuatro mujeres distintas (incluyendo adolescentes menores de edad). Gracias a estas indiscutibles ventajas hay tantos hombres a los que les cuesta renunciar a él; incluso están dispuestos a amargar la vida a sus esposas e hijos, incluso a llegar al asesinato. El patriarcado no es más que el miserable eufemismo que emplean las elites y ciertas personas con estudios superiores para designar lo que es pura y simplemente machismo, una ideología que busca mantener la primacía masculina en lo social, lo doméstico y lo sexual...
Sumisión es una novela sobre la nostalgia del machismo entre las elites universitarias francesas que pueblan las facultades de humanidades, profesionalmente atrofiadas debido a sus mínimos campos de estudio (un único autor llena sus vidas), ansiosos por alcanzar un prestigio y un nivel de vida que claramente pertenecen al pasado y que se comportan como si su actividad conservara aún un brito de prestigio social. La crítica de Houellebecq a este miserable mundillo es demoledora y la comparto en lo más profundo: está tan deformada que aun así se pueden detectar estas rutinas e ideas en la mayoría de las universidades europeas. El primer paso para superar este narcisismo es aceptar que no es incompatible una vasta especialización cultural con ideas conservadoras, incluso nostálgica y peligrosamente retrógradas. Puede que no estemos hablando de una combinación muy extendida, pero desde luego no se trata de una fabulación sin ninguna base real: la ecuación funcionariado y endogamia laboral ha sido un cóctel letal para las facultades que las ha sumido en la plena podredumbre, en estado de muerte clínica, en el fondo del cubo de la basura de la historia. Bravo Houellebecq.
Y poco más: el libro se limita a especular con los posibles cambios a que daría lugar la victoria de un partido musulmán moderado, el cual accede al poder porque la elite viejuna, carpetovetónica y sesentayochista francesa lo considera un mal menor frente al fascismo xenófobo del Frente Nacional. Una ficción política plausible vertebrada a través de los cambios vitales y laborales que experimenta un joven profesor de literatura en la Sorbona, que ve cómo el mundo al que pretendió acceder durante décadas de estudios especializados se hunde por inoperancia y se rinde al empuje vital del islam, su escandaloso poder y riqueza y su patriarcado implícito, revestido de buenismo y de gestión eficaz. En este sentido, creo que Houellebecq ha dejado pasar la oportunidad de cebarse en el retrato crítico de una sociedad que está dispuesta a sacrificar cualquier principio ético y político con tal de no perder bienestar; ya sucedió algo parecido en el siglo pasado, cuando el capitalismo se convenció de que los fascismos acabarían con las reivindicaciones obreras y devolverían a la chusma a los suburbios... Quizá lo deje para la próxima novela.
Limitar los efectos del libro a la misoginia o la islamofobia de su autor, a un escándalo con fines publicitarios, a las calculadísimas declaraciones que realizó tras coincidir el lanzamiento del libro con el horrible y cruel atentado de Charlie Hebdo, todo eso no es más que una mirada superficial al universo distópico de Houellebecq, propia de un lector ocasional al que atrae el trasfondo político de esta novela. Los asiduos sabemos que se trata de un hito más en un proyecto literario que podrá suscitar desacuerdos o escandalizar, pero que mantiene una coherencia desconcertante que no conviene subestimar. No lo llaman machismo por nada...