Cuentan por allí que las tortas fritas son un invento mitad germano-mitad árabe y que llegaron a América con los españoles primero y con los alemanes del Volga mucho tiempo después. De hecho, en las colonias alemanas del interior de mi país, las tortas fritas son conocidas como kreppel. La receta es muy básica porque se trata de una preparación de campo sencilla, ideal para acompañar el mate (en especial, los días de lluvia): harina de trigo, agua, sal y azúcar. Aunque, en algunos casos, hay quien suplanta el agua por leche y le incorpora huevo, y hasta levadura. Por lo general, se les da forma circular o de rombo con un agujero, más o menos pequeño, en el centro (algo así como un ombligo que, según se me explicara oportunamente, sirve para facilitar su cocción y para que no se hinchen mucho al freírlas). En cuanto a la medida de la torta frita (¡No se rían, es cosa bien seria! porque tenemos grandes especialistas en la materia) es a gusto del dueño de casa que cocina, pero las hay más pequeñas o casi del diámetro de la olla en la que se freirán. En mi caso, las amaso medianitas y redondeadas (¡compás y transportador fuera de mi cocina!) y las dejo leudando por unos minutitos mientras el aceite alcanza la temperatura apropiada.
Aquí les paso mi receta con una pequeña salvedad: al tratarse de una preparación rústica y muy simple, las medidas no son dignas de un libro con técnicas básicas de Le Cordon Bleu; por lo tanto, se impone la medición "a ojo". En un bol, colocá 1 cucharada de sal fina (si deseás que tenga un suave dejo salado la masa que acompaña muy bien el dulzor externo) ó 4 cucharadas de azúcar (si preferís que sean dulces por fuera y por dentro). Añadí unos 250 cc. de agua tibia y, en ella, disolvé la sal o el azúcar. Por último, incorporá 1/2 pocillo (de café) de aceite neutro. Revolvé y añadí harina leudante en pequeñas cantidades hasta lograr una masa tierna, que no se pegue en tus manos. Amasala por algunos minutos y separala en pequeños bollitos. Con la mano, aplastá ligeramente cada bollito para alcanzar la forma redondeada (o la que sea de tu gusto) y practicales un pequeño corte (puede ser con el mismo dedo), a modo de ombligo, en el centro. Dejalas descansar en la mesa. Mientras tanto, en una sartén u olla, colocá aceite neutro suficiente como para que las cubras (al asegurarte suficiente cantidad de aceite, lograrás que absorban menos materia grasa y que queden más secas). Una vez que esté bien caliente, colocarás la cantidad de tortas que te permita el recipiente, evitando amontonarlas mucho para que se cocinen de manera pareja; si fuera necesario, las darás vuelta. Estarán listas para sacarlas cuando alcancen un color dorado. En un recipiente donde irás sumando las cocidas, colocá papel absorbente y una abundante lluvia de azúcar común. Dejá allí las tortas (ya les podemos decir oficialmente fritas) y espolvorealas con más azúcar. Cuando termines de cocinarlas, una humeante pila de tentadoras tortas fritas estará invitándote a convidar (o convidarte) unos ricos mates o un sabroso té.

Se recomienda - incluso, con esta versión más liviana - no comerlas inmediatamente después de cocidas porque suelen ser bastante indigestas. Por eso, prepará el acompañamiento adecuado (mate, claro está; pero, bien vale un rico té o un chocolate caliente para un día de mucho frío) y sentate a disfrutar con los tuyos de una receta de panadería casera muy simple a la vez que sabrosa, que podemos permitirnos, muy de vez en cuando, los días de lluvia para una merienda diferente.
Espero que las disfruten y que se animen a prepararlas si no las conocen o nunca antes las cocinaron. Después me cuentan los resultados porque no tienen nada que envidiarles a sus primas más orpulentas y grasosas.¡Hasta la próxima semana! ¡Bon appétit!
