Hubo una vez un poema que surgió del agua -cómo llegó hasta el cristal y se adhirió al reflejo, todavía no lo sé-. No le dio tiempo a alcanzar ni siquiera la estatura de un soneto. Uno tras otro, sus únicos seis versos se deslizaron en callada procesión, rodearon mis pies desnudos y mojados, y se escurrieron por las rendijas del desagüe, entre frágiles burbujas de jabón.