Revista Cultura y Ocio
Perdí la cuenta de todas mis muertes. Se suceden unas a otras a través de nuestra existencia. Siempre ha sido así, a través del tiempo, de las culturas, de los hombres como especie y sus personalidades.
Desde que tuvo conciencia, el HOMBRE intentó capturarla en sus pinturas rupestres o, por el contrario, huir de ella (su miedo implícito), construyendo una cosmogonía propia, exclusiva, porque esa cosmogonía quizá surgió paralela a la noción de la propiedad privada.
Simple proyección, porque la muerte no discrimina cediendo su exclusividad a nada ni a nadie. A todos nivela. Pero su apropiación por las castas o élites ayudó a organizar la muerte como industria de los ejércitos.
Lenguaje y símbolo nacieron de la mano. Y el Hombre avanzó con esa pesada carga de ideas a través de las épocas. Sumando lastre a su debilitado físico que iba siendo suplantado, a su vez, por una mayor fuerza del pensamiento y por sus herramientas de uso cotidiano, desplegando su constante capacidad de aprendizaje y habilidades, complementándose y sosteniéndose mutuamente.
Necesitó de los Ritos de Paso, como intento de plasmar la maduración interna en sus iniciados, de esos procesos internos que la vida da, ofrece o quita y/o, mejor dicho, renueva en forma cíclica y contribuye a solidificar las estructuras sociales.
Aquellos Ritos ya caducaron, salvo excepciones. La Masonería moderna ha tomado su relevo en ciertos aspectos y hasta el mismo René Guénon lo sostenía.
Suelo revisitar aquel texto del Evangelio de Juan que tanto me atrae. Dice:
"(...) ¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo?, ¿podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer? (...) Te aseguro que, si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios (...) De la carne nace la carne, del Espíritu nace el espíritu. No te extrañes si te he dicho que hay que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere; oyes su rumor pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu (...)".
Según las alegorías bíblicas, Dios sopló e insufló vida. Ese Espíritu o Ruah (aire), no es otra cosa que el principio femenino de la triada creadora, según los hebreos.
Del Gabinete de Reflexión, útero o matriz que invita al despojo y al proceso iniciático, se llega a los viajes del Aprendiz y a la vida.
Desde lo recién nacido, los signos, toques y palabras invitan al silencio y la reflexión y hasta la marcha del Aprendiz no es otra que el paso imitado y cuidadosamente medido del albañil sobre su andamio. El resto es aprendizaje, por siempre. Es todo crecer.
Como Compañero aprendí a compartir. El equilibrio de dar y recibir, AJUSTÁNDOSE a laborar en conjunto, ya NO en solitario. A la equidad y ESTABILIDAD que involucra interactuar mutuamente ENCAJANDO con los otros, respetando la riqueza y la diversidad de la que se nutre la Logia. Mi mayor aspiración, que pude asumir en este grado, y la mejor de mis experiencias.
Como Maestro no he dejado de actuar y producir. De construir, influir y moldear en mi entorno, pero sin exigir ni imponer a los demás. Tampoco me ha sido ajeno en estos años el cáliz amargo. Pero no he cesado en la búsqueda del conocimiento y cualquier manifestación que se me revele humana.
"El viento sopla donde quiere; oyes su rumor pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va", dice el Evangelio de Juan ya citado. En una de sus canciones decía Facundo Cabral: "No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir (...)", y por último habla de su identidad. Identidad efímera que se pierde ineludiblemente cuando se nos vienen TODAS las muertes juntas. El Maestro Masón se ocupa de ello y construye su IDEAL en esos momentos de espera.