Revista Salud y Bienestar

Humanizando la práctica médica (2)

Por Doctor Juan Carlos Trallero

El impacto de lo emocional sobre la salud de las personas es incuestionable. Acceder a esa esfera personal del paciente va a dar al profesional adiestrado y motivado para manejarse en ese campo una mayor capacidad para resolver situaciones y proporcionar una asistencia de mucha más calidad, que además será así percibida por el paciente.
Porque lo que la persona enferma (y sus familiares) necesitan siempre y en toda actuación sanitaria es ese trato humano, esa “tecnología punta” (parafraseando a Javier Barbero) que debemos reintroducir en nuestro trabajo diario. Y a mayor gravedad, menor necesidad de tubos y monitores, y más de una mano, una voz, una presencia.
La deshumanización tiene consecuencias desastrosas para todos, pero los pacientes, como elemento más vulnerable, se llevan la peor parte con diferencia. Tienen la sensación de que (en el mejor de los casos) los profesionales se interesan por resolver sus problemas físicos, y a ser posible curar la enfermedad que padecen. Pero no tienen la sensación de que esos profesionales se interesan de verdad por su persona particular y por cómo están viviendo y sufriendo lo que ocurre.
Para los profesionales, la toma de conciencia de su “carencia”, puede llevar a un peligroso desgaste, en el que la decepción e insatisfacción se instalan y aniquilan la inicial vocación. O bien se abandonan por la pendiente de la indiferencia y el endurecimiento para soportar la situación. Son afortunados los que por fortaleza personal, por desenvolverse en un ámbito con menos presión, o por escapar del sistema, pueden optar por alternativas más constructivas.
Si la situación no satisface a casi nadie, parece lógico tratar de cambiarla. Pero, con todos los condicionantes que hay, ¿es posible? Y ¿qué significa humanizar la medicina?
Para no extendernos, podríamos decir que humanizar la medicina significa que se preocupe de la totalidad del ser humano, y no sólo de su biología. En el momento en que no nos encontramos frente a una enfermedad, sino ante una persona en todas sus dimensiones, damos el primer paso para ese encuentro interpersonal. Aceptar la condición humana, con lo que conlleva de sufrimiento, dolor, angustia, pérdidas, y ponerse de verdad en la piel del otro, no es un inconveniente de la profesión, todo lo contrario, hacerlo nos convierte en mucho más eficaces en nuestro papel de sanadores.

La capacidad para comunicarse y conectar
con el otro requiere de una formación, de una sensibilización, de un entrenamiento. Y eso debe hacerse desde las facultades. No se puede poner en práctica lo que se desconoce, lo que se ignora.
La demanda de un marco que posibilite ese encuentro nos corresponde a todos, de nada sirve que los profesionales tengan las capacidades y las mejores intenciones, si ni tienen tiempo ni son comprendidos. Las instituciones deben invertir en fomentar esos espacios, y en educar tanto al personal implicado como a los propios usuarios. Si los medios son limitados, hay que priorizar, pero ¿por qué la parte “humana” ha de ser la última de la lista, si está entre las más deseadas y añoradas?


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