Esta semana mientras participaba en un foro de mujeres empresarias, una clienta y amiga me comentaba, echo mucho de menos la humildad, la sencillez. Y eso me hizo reflexionar sobre muchas cosas, mi matrimonio, mi familia, mis amigos, mis clientes, mis colaboradores, etc.
Según el diccionario, humildad es la cualidad del humilde. Pero según nuestro catecismo católico, la humildad es una virtud que consiste en conocer nuestros errores y limitaciones y actuar en consecuencia tanto hacia nosotros mismos, como en las relaciones con nuestros semejantes.
Y con esta última definición me quedo, ya que en un sociedad en la que constantemente se habla de mejora continua, de optimización de procesos, de mantenimientos preventivos enfocados a la mejora, olvidamos lo más importante, la mejora continua personal.
Parece que no estamos alerta a las señales que se nos presentan día a día en nuestras relaciones personales o profesionales, porque parece que estamos muy entretenidos en buscar esa felicidad que tanto echamos de menos, o ese placer que nos han inculcado que es tan necesario.
Si sales ahí afuera con humildad, prepárate, porque poco a poco, esta virtud te mostrará a todos esos grandes fanfarrones que hasta engolan la voz para hablar y se hinchan de viento y palabras vacías, pero si no sales con humildad estás perdido, porque estarás renunciando a nuestra principal diferencia con el resto de animales, la humanidad.
Humildad y humanidad, dos importantes valores, que consiguen que nazca una bella acción: Compartir
Porque cuando conocemos nuestras limitaciones y las admitimos, es más fácil ser más humano porque no cuesta tanto trabajo ponerte en el lugar del otro, y al final se crean sinergías, lazos, relaciones basadas en la riqueza de compartir.
Y tú, ¿crees que ser humilde es importante?