No quiero que lea este libro.
Hace unos días una mami preocupada me comentaba que su hija quería leer Los Juegos del Hambre, porque, en teoría, todas sus amigas lo habían leído y que a ella le parecía que aún no tenía edad para ese libro. Lo cierto es que la pequeña tenía 12 años y la preocupación de la madre era perfectamente comprensible. No es la primera vez que me encuentro con esta situación, la saga C repúsculo también trajo a la librería lectores de todas las edades y mayores preocupados por las consecuencias de su lectura.
Supongo que ahora, que la demanda de literatura juvenil es tan amplia, resulta complicado saber qué es exactamente lo que leen nuestros chicos. En realidad, creo que es una suerte que haya tanto donde elegir, independientemente de que no todo sea lo que cabría esperar, pero entiendo que muchos anden medio perdidos en este mar de novedades y más novedades.
Pero ¿qué pasa cuando los niños o los jóvenes quieren leer algo que los mayores no consideran adecuado? Pues, la verdad es que esta pregunta es difícil porque ahí ya entra el tema de la educación y en esos casos, como dice mi padre, más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena.
En lineas generales, es normal que que un niño quiera tener a su alcance lo mismo que sus compañeros y amigos así que, si Gerónimo Stilton es un ratoncito que arrasa en las librerías, lógicamente, querrá conocerlo y si puede ser con uno de los libros de olores, mejor. A medida que vaya aumentando la edad, el panorama va cambiando y es en estos casos en los que yo me he encontrado más desacuerdos entre mayores y pequeños (o ya no tan pequeños).
Es cierto que el mercado del libro, como todos, se rige por las ventas, esto quiere decir que las campañas de promoción existen, son cada vez más agresivas y se encargan de subir a lo más alto libros, sagas, etc., muchas veces sin importar el lector que se encontrará con ella. Si algo vende, todo vale. Pero esto no es siempre así y tampoco vale de excusa para que no sepamos qué tenemos realmente a nuestra disposición. Al lado de los grandes súper ventas, o a raíz de ellos, encontramos montones de libros interesantes y conviene echarles un ojo.
Por otro lado, estos libros que toooodos leen no son ni los mejores ni los peores, son, en general, flojitos en cuanto a literatura pero muy entretenidos. ¿Valores? Hay de todo y si esa es la mayor preocupación de un padre, hasta de los libros sin valores se pueden sacar enseñanzas. ¿Por qué digo esto? Porque, a día de hoy, la violencia de Los Juegos del Hambre tiene aterrado a más de un progenitor, por ejemplo, pero el otro día hicieron un comentario en el blog sobre este libro que me pareció maravilloso. Al adulto le había encantado pero lo que más le había gustado fue que sus hijos lo leyeron fascinados y pudieron hablar y debatir sobre temas complicados (las guerras, la violencia, los personajes públicos...) todos juntos. Entiendo que, al haber tanto diálogo, si uno de los niños se había sentido más impresionado de la cuenta los padre habían podido detectarlo y ayudarle a plantear eso.
Por otro lado, estos libros, que suelen ser sagas, consiguen despertar el gusto por leer, hacen que los niños o jóvenes sean muy conscientes de lo divertido que es y les animan a buscar más libros en los que perderse. Creo que eso es realmente bueno y que, incluso si no les aportan nada más, ya está trayendo algo bueno.
Mi experiencia es que, si un niño tiene confianza con sus mayores y si le han acompañado en su trayectoria lectora, no suele cuestionar las opiniones de estos. Me explico, yo no recuerdo haber tenido restricciones con respecto a las lecturas pero cuando mis padres me decían que ese o aquel libro me iba a aburrir o que todavía no lo iba a entender no me planteaba nada más, al fin y al cabo, ellos siempre me daban libros interesantes y no todos eran exclusivos para niños de mi edad.
Trabajando en la librería vi casos como el mío con frecuencia. Niños a los que sus padres les comentaban que para leer el cuarto libro de Harry Potter era mejor esperar un poco o chavales un poco más mayores que no se abalanzaban sobre Crepúsculo porque ya lo harían más adelante. Los libros en cuestión no solían plantear un problema, llegarían más tarde, no pasaba nada, mientras, había mucho que leer.
El problema venía cuando los niños o jóvenes no eran muy lectores y sus mayores tampoco. En esos casos, la mayoría de las veces no había un motivo claro para no llevarse el libro, era simplemente no porque no, porque no es para ti, porque es malo (lo que no quiere decir que no hubiera razones de peso, simplemente que no se planteaban)... y el resultado, que esos chavales, no muy lectores, acababan viniendo sin sus padres y sentados en un rincón de la librería, leyendo justo los párrafos que habían tratado de evitarle y sin herramientas para filtrarlos o procesarlos de manera adecuada.
Los motivos por los que una persona decide que no quiere que su hijo lea este o aquel libro son solo suyos y yo no voy a entrar en eso pero sí es cierto que, a veces, hay que plantear más cosas antes de vetarlo. Cabe la posibilidad de que el niño o joven, que no entiende las razones que le dan, decida revelarse (porque es la época de hacerlo y si no se hace entonces no se hace, que luego perdemos mucha chispa) y a pesar de todo leerlo. En esos casos, justo lo que sus padres trataban de evitar va a llegar al lector con mucha más fuerza y si puede hacerle daño, se lo va a hacer y no va a tener como defenderse.
Así pues, mi consejo en estos casos sería; primero, acompañar al niño en sus lecturas desde pequeño, para crear un clima de confianza en el que hablemos de las lecturas y las opiniones de cada uno, sin tapujos. Segundo, si no queremos que lean un libro pero pensamos que lo pueden hacer, yo creo que lo mejor es leerlo con ellos, volviendo a ese clima de confianza, hablando de los temas complicados y ayudándoles a ver las cosas de la manera más global posible.
Por supuesto, antes de llegar a estos dos consejos, lo principal es que los adultos tengan idea de lo que hablan. No vale prohibir un libro porque la madre de Fulanito lo desaconseja sin saber de qué trata el libro, cómo es y si de verdad es tan, tan horrible (que no suelen serlo). Los padres no pueden leer todo lo que leen sus hijos, lo entiendo, pero sí conviene que se informen. Por suerte, hoy en día, internet facilita mucho estas cosas.
En fin, espero que mis humildes consejos y cavilaciones de este mes os puedan ayudar un poco si os encontráis en casos parecidos aunque sé que cada situación es un mundo.
A mí no me queda más que desearos que peséis un buen puente. Yo me voy al campo unos días y no sé si podré responder a los comentarios pero, cuando vuelva, me pondré al día.
Un abrazo a todos y nos leemos.