Revista Opinión
De los sucesos húngaros y los dobles raseros
Agrandan la tragedia con el paso de los años, la acomodan a los moldes liberales occidentales y se inculca machaconamente de un modo sesgado y primitivo a las nuevas generaciones.
El otoño dorado de Budapest es una época especial, no solo en lo turístico, también en lo político: Una gran cantidad de monumentos con la fatídica fecha de 1956 están engalanados con banderas tricolores, cintas de duelo, coronas de flores y velas encendidas. Es ahora la principal y más sagrada fiesta de la independencia, son días de vacaciones y celebraciones. Mientras que nosotros seguimos sin aclararnos con eso del Día de la Independencia de Rusia: se les ocurrió la increíble fecha del 12 de junio- día del reconocimiento oficial de la desmembración del país, en Hungría y otros países del antiguo campo socialista todo es infinitamente más sencillo: todos los enemigos sempiternos, los invasores extranjeros que los han sojuzgado y los acontecimientos sangrientos se dejan a un lado, y en primer plano se coloca “la liberación del principal enemigo”: la Rusia soviética. Y por si no fuese suficiente va nuestro Consejo de la Federación (cámara alta del parlamento. N de la T.), en otoño del 2006 al que no se le ocurre nada mejor que hacer una declaración estúpida, carente de toda credibilidad histórica, con motivo de los sucesos en la Hungría del 56, donde mostraban su pesar por el hecho de que las ansias de libertad del pueblo húngaro, trajese consigo grandes pérdidas humanas, y ofrecían sus disculpas por los sucesos de hace medio siglo. Para volverse locos. ¿A qué fin?
En primer lugar, si Rusia históricamente no está relacionada en modo alguno con la Unión Soviética-como no se cansan de repetir muchos medios de comunicación y sus ideólogos- entonces los sucesos de aquel entonces no guardan ninguna relación con la Rusia actual, y disculparse por ellos, se puede hacer sobre la misma base que si nos arrepintiéramos de aplastar la revolución húngara de 1848. Por lo visto, llegaremos a verlo, pero aquí en Rusia, no en Alemania ni Austria. En segundo lugar, si somos herederos de la Unión Soviética, no es de recibo menospreciar las trágicas y gloriosas páginas de nuestra historia, los condicionantes geopolíticos y las obligaciones estatales.
No sé si se acordarán en el Consejo de la Federación, que hubo una Segunda Guerra Mundial, que Hungría luchó del lado fascista, con la formación de tres divisiones de las SS, y que existían los acuerdos de Yalta y una organización política como el Pacto de Varsovia...
Supongamos por ejemplo, que uno de los países miembros de la OTAN declare mañana: abandonamos la OTAN, se creen “milicias populares” y comiencen a atacar las bases militares, de misiles y a matar soldados de la Alianza. ¿Qué ocurriría? Se puede esperar cualquier cosa. Ya sabemos por el ejemplo yugoslavo, que en el centro de Europa, en pleno siglo XXI, en una batalla cruenta se pueden llegar a utilizar armas prohibidas. Entonces no habían pasado más que once años desde el fin de la guerra. Todavía andaban sueltos fascistas supervivientes y seguidores de Horthy, aunque ya se habían definido claramente los bandos de la “guerra fría”, los partidarios y detractores del socialismo. Ahora nos lo quieren simplificar hasta la ridiculez: había una aspiración de libertad y democracia occidental que la Unión Soviética aplastó brutalmente en aquel dorado otoño del 56.
Un hecho curioso: recientemente en Hungría después de 40 años parado, pusieron en marcha un tanque soviético T-34 de los tiempos de la Gran Guerra Patria. Los especialistas del Museo de Historia, consiguieron arrancar esta legendaria máquina casi sin esfuerzo. El tanque pese a estar oxidado y sin mantenimiento, mantuvo la capacidad de conducción, y estoy seguro que también la de disparar si hubiesen probado a cargarlo con munición. Imagino que lo harían para recordar la amenaza que supone el armamento soviético, cuya participación en los sucesos del 56, ha sido enormemente exagerada. Hace unos días compré en la fortaleza de Buda una guía de viaje. Allí cuentan que en la realmente hermosa ciudad de Budapest, en 1896, en la celebración de los mil años de la fundación de la patria húngara y en señal de reconocimiento del gran crecimiento que experimentaba el país, tuvo lugar la Exposición Universal. Luego dicen: “Este increíble crecimiento de Budapest se verá frenado por la Primera Guerra Mundial, y más tarde durante el segundo “incendio” mundial, la ciudad vuelve a quedar convertida en ruinas. Las tropas alemanas en su retirada, vuelan los puentes sobre el Danubio, en los combates quedan dañados los principales edificios. En 1945 los habitantes de Budapest reconstruyen la ciudad, y se vieron obligados a volver a hacerlo, cuando en 1956 los tanques soviéticos volvieran a destruirla”. O sea, que la destruimos, apuntábamos directamente al centro, e hicimos volar, como los alemanes, todos los puentes y los principales edificios de Budapest. Da vergüenza leer esto. Yo viví en la isla Margit, al lado del famoso puente diseñado por Eiffel. El maravilloso puente fue volado sin compasión por los alemanes el 4 de noviembre de 1944, hace 65 años, cuando nuestras tropas se acercaban a Budapest. Los alemanes tenían tanta prisa, que el tramo principal del puente se desplomó sobre el Danubio con viandantes y cuarenta zapadores alemanes.
En los años 44-45 las tropas húngaras fueron derrotadas y el territorio fue ocupado por las tropas soviéticas. Tras el final de la guerra, se celebraron elecciones libres, de acuerdo con los acuerdos de Yalta, donde obtuvo mayoría el Partido de los Pequeños Propietarios: Sin embargo el gobierno de coalición impuesto por la comisión de control de los aliados, que estaba encabezada por el veterano mariscal soviético Voroshilov, dio a los vencedores la mitad de los puestos del gabinete, mientras que los puestos clave se dejaron en manos del Partido Comunista Húngaro. Los comunistas, contando con el apoyo de las tropas soviéticas apostaron por la vía no democrática y en 1947 convocaron nuevas elecciones. Una práctica habitual, en Afganistán bajo las bayonetas usamericanas acabamos de presenciar una farsa electoral. En Hungría se instauró el régimen de Matyas Rakosi. Se llevó a cabo una colectivización forzosa, la AVH (seguridad del estado) reprimió a la oposición, a la iglesia, a los oficiales y políticos del viejo régimen, y demás enemigos del nuevo gobierno.
Hungría, como aliada de la Alemania nazi, estaba obligada a pagar una significativa contribución a la URSS, Checoslovaquia y Yugoslavia, que suponía una cuarta parte de su PIB. El país atravesaba un momento difícil, y los comunistas cometieron muchos errores. La muerte de Stalin y especialmente la poco perspicaz intervención de Jruschov en el XX Congreso del PCUS, propiciaron intentos de liberarse de los gobiernos populares en todos los países de la Europa del Este. ¿Pero quién entrega el poder voluntariamente? Díganme un ejemplo de la historia moderna. Incluso el traidor Gorbachov no terminó de creer que Yeltsin, el destructor, lo fuese a echar del Kremlin de un modo tan humillante. Las luchas internas en el Partido del Trabajo Húngaro entre conservadores y partidarios de las reformas comenzaron desde principios de 1956 y el 18 de julio de 1956 condujeron a la dimisión de Sec. Gral. del PTH Rakosi, quien fue sustituido por el ministro de la Seguridad del Estado, Erno Gero.
Un enorme papel jugó la actividad subversiva de los servicios secretos occidentales, especialmente del británico MI-6, encargado de preparar a numerosos cuadros de los “rebeldes populares” en sus bases secretas de Austria a los que luego introducían en Hungría. La destitución de Rakosi, y la influencia del levantamiento de Poznan en Polonia en el 56, provocó un aumento de los sentimientos críticos en el seno estudiantil e intelectual. Desde mediados de año había comenzado a funcionar en la Unión de escritores el “Círculo de Petofi” en el que se debatían los temas más candentes, que el país tenía ante sí.
Finalmente, el 23 de octubre comenzó una manifestación, en la que participaron decenas de miles de personas, estudiantes y destacados intelectuales. Los manifestantes portaban banderas rojas, pancartas con lemas sobre la amistad soviético-húngara, peticiones de incluir en el gobierno a Imre Nagy, etc. En las plazas del Quince de marzo y Mari, y las calles de Kossuth y Rakosci, se les unieron manifestantes radicales, que gritaban consignas totalmente distintas. Exigían la restauración del antiguo escudo nacional, la recuperación de la antigua fiesta nacional, en lugar de la celebración de la liberación del fascismo, y la supresión de las clases de ruso. También exigían la celebración de elecciones libres, la creación de un gobierno encabezado por Nagy y la salida de las tropas soviéticas de Hungría.
El ovillo de los sangrientos sucesos comenzaba a desenredarse. Un nutrido grupo de manifestantes intentó entrar en los estudios de la Casa de la radio, con la exigencia de poder sacar al aire sus reivindicaciones. Este intento condujo al enfrentamiento con las tropas del AVH encargadas de defender la emisora, que pasadas las 21 horas, provocó los primeros heridos y muertos. Las rebeldes se hicieron con armas arrebatadas a las tropas de refuerzo que enviaron a defender la radio, así como con otras sacadas de los armeros de Defensa Civil y comisarías de policía. El encarnizado combate en la Casa de la radio y alrededores continuó durante toda la noche. A las 23h, en virtud de la decisión de Presídium del CC del PCUS, el jefe del Estado Mayor de las FFAA de la URSS, general Sokolovsky dio la orden al Comandante del Cuerpo Especial de comenzar el avance en dirección a Budapest para prestar ayuda a las tropas húngaras “en el restablecimiento del orden y la creación de condiciones para el trabajo pacífico”. Las unidades del Cuerpo Especial llegaron a Budapest sobre las 6 de la mañana y entablaron combate con los rebeldes. La noche del 23 de octubre del 56, la dirección del Partido Comunista Húngaro tomó la decisión de nombrar primer ministro a Imre Nagy, que ya había ocupado este cargo en 1953, destacando por sus ideas reformistas, por las que fue represaliado, y posteriormente rehabilitado poco antes del levantamiento. A Nagy a menudo le acusan de que la petición formal a las tropas soviéticas para que ayudasen a sofocar el levantamiento también fue respaldada por él.
Fue precisamente ese día, 23 de octubre, el que convirtieron en Día de la Independencia nacional de Hungría. Pero ¿quién es este luchador contra el comunismo y reformista Imre Nagy, para tener un monumento cerca del majestuoso edificio del parlamento en Budapest? Nació en 1896, luchó en las filas del ejército austro-húngaro. En 1916 fue hecho prisionero. En 1917 ingresa en el Partido Comunista Ruso (de los bolcheviques), y durante la guerra civil combate con el Ejército Rojo. En 1921 regresa a Hungría, pero en 1927 se ve obligado a refugiarse en Viena, huyendo del régimen de Horthy. Desde 1930 vive en la URSS, trabaja en el Komintern y en el Instituto de Economía de la Academia de Ciencias de la URSS, junto a Bujarin. Fue arrestado, pero puesto en libertad al poco tiempo. Pero no solo puesto en libertad…sino aceptado al servicio de la Dirección Política Estatal Unificada adjunta al Consejo de comisarios Populares de la URSS, (OGPU por sus siglas en ruso). Como se supo más tarde ya en 1933 había sido reclutado para informar a los órganos de seguridad sobre la actividad de sus compatriotas húngaros, que habían encontrado refugio en la URSS. Esto posiblemente salvó entonces al propio Nagy. En el verano de 1989, hace 20 años, el presidente del KGB Vladimir Kriuchkov, entregó a Gorbachov una carpeta de documentos de los archivos del KGB, de los que se desprendía que Imre Nagy en los años anteriores a la guerra había sido informante del NKVD. Estos documentos Gorbachov los entregó a la parte húngara, que los puso a buen recaudo, sin que hasta la fecha hayan sido hechos públicos. Entre 1941 y noviembre de 1944 Nagy trabajó cómodamente en la emisora de radio “Kossuth-radio” que emitía en húngaro desde Moscú para los habitantes de Hungría, antigua aliada de Alemania en la guerra. Vale la pena que volvamos a recordar que Hungría fue uno de los más impacientes y principales aliados de los nazis en la lucha contra la URSS. En el telegrama con fecha 22 de junio de 1941, enviado a Berlín, se informaba que el gobernante húngaro Horthy, al leer la carta de Hitler, exclamó entusiasmado: “Llevo 22 años esperando este día. Estoy feliz”. A los horthystas les consumía el ansia del lucro, la conquista de nuevos territorios: En el frente soviético combatieron casi millón y medio de húngaros (1 de cada 7 húngaros), de los que 404 700 murieron y 500 000 fueron hechos prisioneros. Las tropas húngaras cometieron infinidad de crímenes en territorio soviético (especialmente crueles en el territorio de los Cárpatos anteriormente anexionado por Hungría), sin que se le pidieran nunca responsabilidades, abandonando a su aliado en el momento justo y saliendo de la guerra en 1944. Mucho callamos entonces, -todo fuese por la solidaridad socialista- perjudicándonos a nosotros mismos, dando pie a especulaciones y mentiras.
El 4 de noviembre de 1944, el día que volaron el puente Margit y comenzó activación del frente antifascista húngaro, Nagy regresó a su país. Pero se vio muy decepcionado, al no poder convertirse en la primera figura de Hungría. Hubo de conformarse con diferentes puestos ministeriales, en los distintos gobiernos de coalición. Su modesta carrera hasta tal punto lo desmoralizó y enfureció, que atacó abiertamente a la dirección del partido, acusando al entonces secretario general Rakosi, de “desviarse de la línea de Lenin y Stalin”, y de ser incapaz de trabajar con los cuadros. Eso le llevó, en 1949, a ser expulsado del CC y apartado de todos los cargos. Después de ser apartado, Nagy, hasta tal punto se asustó, que en 1951 respaldó la idea de duplicar las estimaciones iniciales del plan quinquenal, siendo de nuevo admitido en el Politburó. Aunque por lo visto, aquí mucho tuvo que ver la intercesión de sus supervisores soviéticos, que defendieron a su valioso agente e insistieron en que pudiese volver a la gran política. A juzgar por las revelaciones de gente próxima a los archivos del KGB, Nagy nunca rompió lazos con los servicios secretos.
En 1951-52 el suministro obligatorio previsto, recayó como un pesado fardo sobre los hombros de los campesinos, y Nagy –antes enemigo de la colectivización- escribía un artículo tras otro, insistiendo en la obligatoriedad de cumplir los planes. Todas las desviaciones en el desarrollo de la economía y las torpezas en la colectivización, con el concurso de Nagy, condujeron a Hungría a la crisis del 56. Los que hoy ensalzan su figura, dicen que él “luchaba por la unidad de Hungría”, que pronunció el famoso llamamiento:”Nueve millones y medio de corazones húngaros, que laten como un solo corazón, nueve millones y medio de almas húngaras que se inspiran como una sola alma…” Pero repetimos, que en Hungría si algo no había, era unidad. El país estaba dividido. Había un grupo importante de “auténticos húngaros”, representantes de las capas burguesas y de un aparte de la intelectualidad, que defendían su visión, como se diría ahora desde “posiciones imperiales”, había una gran parte de comunistas pro-soviéticos, y había por último un grupo bastante numeroso de horthystas- nazis de cuño húngaro, ocultos a la espera de su momento. ¡Y ese momento llegó! Aunque formalmente Nagy abogaba por sofocar el levantamiento, hasta el último momento estuvo saboteando el decreto del estado de emergencia, llegando el día 25 a abolir el toque de queda y ordenando el regreso de las tropas a los cuarteles, dando a los golpistas la posibilidad de reagruparse y recuperarse tras los primeros enfrentamientos infructuosos. Esta decisión les permitió recuperar fuerzas y lanzar desde el 29 de octubre una nueva ofensiva del alzamiento armado. La dirigencia soviética, que había evitado hasta el último momento inmiscuirse en los acontecimientos, aceptó las exigencias de Nagy, y el 28 de octubre las tropas soviéticas abandonaron Budapest, lo que solo sirvió para aumentar la escalada de la guerra civil. Cualquier investigador imparcial tiene hoy claro, que el aventurismo político de este antiguo soplón, condujo a que se desencadenase en la práctica una guerra civil, cuyas consecuencias, de no haber mediado la intervención soviética, hubieran sido impredecibles.
Las tropas fueron extremadamente moderadas. En unas condiciones de zozobra e indecisión de los dirigentes de la URSS, por orden del 30 de octubre, los soldados soviéticos, tenían prohibido repeler los disparos, “caer en provocaciones” y salir de su ubicación. Todas las tropas fueron conducidas a sus emplazamientos. Las calles quedaron sin gobierno. Comenzó el derramamiento de sangre. Los guardias de Béla Király y Dudás ejecutaban a comunistas, miembros del AVH, y militares húngaros que se negaban a subordinarse. En eso primeros momentos los rebeldes animados por el éxito, se radicalizaron rápidamente, abriendo fuego contra las tropas soviéticas. Fueron numerosos los casos en que asesinaron a soldados soviéticos de permiso, o que estaban de guardia, en numerosas ciudades húngaras. Que probasen hoy en cualquier país a matar tan impunemente a un soldado usamericano y escuchar un tan condescendiente “no abrir fuego, no responder”. Imposible imaginar, pero entonces a nuestros muchachos, los dejaron expuestos.
Los insurrectos tomaron al asalto la sede local del Partido del Trabajo, y más de 20 comunistas fueron ahorcados por la multitud. Las fotos de los comunistas ahorcados con signos de tortura, con los rostros desfigurados por el ácido, dieron la vuelta al mundo. Los rebeldes correteaban por las calles a la caza de miembros de la seguridad de estado. Los reconocían por sus famosas botas amarillas, los descuartizaban o los colgaban por los pies; a veces los castraban. A los dirigentes del partido que capturaron les clavaban al suelo con enormes clavos mientras les hacían sujetar los retratos de Lenin en las manos. Hay fotos terribles, bien conocidas: el cadáver desfigurado de un miembro de la seguridad del estado, colgado cabeza abajo, el asesinato de un comunista con un disparo a quemarropa, un tanque soviético destruido.
Pensemos, que 4 días antes, el 29 de octubre de 1956, Israel y después los miembros de la OTAN, Francia y Reino Unido, habían atacado a Egipto -al que respaldaba la URSS-, para hacerse con el control del Canal de Suez, donde habían desembarcado las tropas, mientras el 31 de octubre en la reunión del Presídium del CC del PCUS Jruschov había declarado:”si salimos de Hungría esto alentará a los americanos, ingleses y franceses imperialistas. Lo tomarán como una debilidad y atacarán”. Se tomó la decisión de crear un ”gobierno revolucionario de obreros y campesinos “ encabezado por János Kádár y ejecutar una operación militar con el objetivo de derrocar al gobierno de Imre Nagy. El operativo, bautizado como “Remolino” fue encomendado al ministro de defensa de la URSS, Gueorgui Zhukov.
El 1 de noviembre, cuando las tropas soviéticas recibieron la orden de no abandonar sus emplazamientos, el gobierno húngaro tomó la decisión de retirar a Hungría del Pacto de Varsovia, con la consiguiente notificación a la embajada de la URSS. Al mismo tiempo, Hungría dirigió a la ONU una solicitud de ayuda para defender su neutralidad. La madrugada del 4 de noviembre comenzaron a entrar nuevas tropas soviéticas bajo el mando del Mariscal Zhukov. Ese mismo día 4 tomaron el control de los puntos clave de Budapest, los miembros del gobierno de Imre Nagy se refugiaron en le embajada yugoslava. Sin embargo, unidades de la guardia húngara nacional y divisiones aisladas continuaron oponiendo resistencia a las tropas soviéticas, las cuales abrieron fuego de artillería sobre los focos de resistencia, para que la infantería pudiese llevar a cabo las operaciones de limpieza bajo la protección de los tanques. Los principales centros de resistencia se concentraron en los arrabales obreros de Budapest, donde los consejos locales y los oficiales horthystas, supieron contraponer una resistencia más o menos organizada. Contra esas zonas se siguió utilizando el fuego de artillería, pero en ningún modo contra el centro de la ciudad ni los puentes sobre el Danubio. El 10 de noviembre los Consejos obreros y estudiantiles propusieron a la comandancia soviética el cese del fuego. Era el cese de la resistencia armada. El Mariscal Zhukov sería condecorado por la “neutralización del levantamiento fascista húngaro”, siendo merecidamente reconocido con la cuarta estrella de Héroe de la Unión Soviética. El oro y la sangre del otoño…El 22 de noviembre del 56, el Primer Ministro Imre Nagy y los miembros de su gobierno, fueron sacados de la embajada yugoslava, donde se escondían, y encarcelados en territorio rumano. Luego serían llevados de regreso a Hungría para ser juzgados. Imre Nagy y el ministro de defensa Pál Maléter serían condenados a pena de muerte, acusados de traición a la patria. Nagy fue ejecutado en la horca el 16 de junio del 58. Tras la caída del régimen socialista, los restos de Nagy y Maléter fueron enterrados con todos los honores en julio de 1989. Y desde hace 20 años este soplón y contradictorio político arribista, Imre Nagy, es considerado como héroe nacional de Hungría. Ellos verán. ¿Pero por qué a nuestros soldados, que cumplían con su deber y obligación, se les llama verdugos sanguinarios? Está perfectamente constatado que como resultado de los sucesos de 1956 en Hungría murieron 2470 personas, hubo 25 000 represaliados y 200 000 huyeron del país. Por costumbre se considera que a todos ellos, a esos 2740, los aniquilaron los “ocupantes soviéticos”. Algo que poco tiene que ver con la realidad. No se quienes son los que aparecen en las fotografías que ponen junto a los monumentos del 56, ¿son víctimas de los dos bandos? ¿Cómo explican a su hijos quienes eran esa víctimas inocentes caídas a manos “de su propia gente”, los hijos y nietos de los que fueron asesinados y torturados por los rebeldes?
Como atestiguan los documentos, tan solo en los primeros días del “alzamiento” murieron más de 300 “comunistas y cómplices”, a manos de los “alzados”, como por ejemplo, los soldados fusilados junto al Ministerio del Interior, que tuvieron la desgracia de encontrarse en el lugar y momento equivocado. ¿Y los milicianos obreros? Hay que decir, en honor a la verdad, que desde luego no todos en Hungría perdieron la cabeza y se lanzaron a combatir. Por ejemplo, en todo el ejército húngaro, apenas hubo un puñado de oficiales que se pasaron al bando de los golpistas. Ni un solo general participó en esta carnicería. El principal “héroe” terminó siendo el ya mencionado Maléter, coronel de la unidad de constructores del ejército, quien, por ridículo que parezca, no era en realidad más que otro agente soviético, antiguo oficial del ejército de Horthy, que había caído como prisionero en el 44, donde se le dio preparación en la escuela de contrainteligencia para ser introducido en Hungría, con la tarea de organizar unidades de partisanos. Fue él, el que se convirtió en líder militar de los golpistas, no sin antes, dar la orden a los tanques de disparar sobre los “insurgentes”, y fusilar en persona a dos estudiantes capturados. Pero cuando la muchedumbre no le dejó otra salida, dio la orden a los soldados de tomar partido por el pueblo y jurar el mismo fidelidad a Nagy. Junto a él, recibió su merecido castigo.
Hablemos ahora de la correlación de fuerzas y de las pérdidas. En aquel entonces la guarnición de Budapest contaba con 30 000 soldados; se sabe que alrededor de 12 mil se pasaron al lado rebelde, pero ni mucho menos todos ellos tomaron parte en los combates. Con Maléter arrestado, la mayoría se fue a sus casas. En los distintos destacamentos armados combatieron en total unas 35 mil personas, de las que más de la mitad eran antiguos soldados y oficiales horthystas, que formaban la columna vertebral de los golpistas . Pocos son hoy los que se aventuran a cargar las tintas sobre el tema de la composición social de los “sediciosos”. Lo habitual es que pongan de relieve que se trataba de “estudiantes y obreros”, pero a juzgar por las listas, tampoco es que hubiese muchos estudiantes entre ellos. Incluso los historiados húngaros se ven obligados a reconocer, a regañadientes, que la mayoría eran horthystas.
Los golpistas contaban con 50 mil fusiles, hasta 100 tanques, y cerca de 200 piezas de artillería y morteros. Una fuerza considerable. Las tropas soviéticas en apenas cuatro días pudieron derrotar y dispersar a un ejército de 15 000 insurgentes, y tomar bajo control los puntos estratégicos de la ciudad. Según los datos con los que contamos, entre el 23 de octubre y el 31 de diciembre d 1956, a raíz del levantamiento y los enfrentamientos que le sucedieron, cayeron de ambos bandos 2652 ciudadanos húngaros y 19226 resultaron heridos. Las pérdidas del lado soviético ascendieron a 720 soldados muertos, 1540 heridos, y 51 desaparecidos. En el transcurso de la posterior investigación de los hechos fueron abiertas 22 mil causas judiciales. Hubo 400 condenas a muerte, aunque se cumplieron 300. 200 000 huyeron a Occidente, de los cuales no todos eran enemigos del régimen comunista, ¿pero cómo dejar escapar la oportunidad de buscarse la vida en Occidente con la categoría de “víctima”?
Se podría decir, que teniendo en cuenta la época de la que hablamos, la operación fue bastante humanitaria.
Valga como comparación: dos años antes de los sucesos de Hungría, el ejército francés comenzó una operación de castigo en Argelia, durante la que morirían -hasta 1962- un millón de argelinos: A nadie le vino a la cabeza entonces acusar de criminales a los franceses. Tuvieron que pasar más de 40 años para que se desatase el escándalo: a medida que el ejército francés iba sufriendo derrotas, y perdiendo la esperanza de dominar al pueblo alzado, aplicaron la tortura como método habitual contra la población local. La lógica del gobierno colonial era la siguiente: por cuanto la organización patriótica del Frente de liberación nacional era respaldada por todo el pueblo, cualquier argelino era visto a ojos de los franceses como miembro del Frente, y por consiguiente como enemigo. Los interrogatorios para sacar información a los insurgentes se hacían con una increíble saña y crueldad. Además no solo contra la población local, también contra los franceses residentes que se oponían a la guerra. Las acusaciones y las denuncias no cesan en Francia, hasta el día de hoy. Mientras que con los sucesos de Hungría todo es mucho más sencillo: Agrandan la tragedia con el paso de los años, la acomodan a los moldes liberales occidentales y se inculca machaconamente de un modo sesgado y primitivo a las nuevas generaciones. ¿Qué es lo que recuerdan y conocen? Junto a los monumentos con velas no están los participantes, víctimas ni culpables de los sucesos, sino sus enfurruñados hijos y nietos, los mismos a los que podemos ver junto a los templos, convertidos en mezquitas por los turcos, frente a los monumentos en honor de Petofi caído en la lucha por la libertad ante el imperio de los Habsburgo. Lo fácil es echarle la culpa al reciente “pasado maldito”. Pero Rusia, como país vencedor, no debería aceptar esa culpa ni someterse a esos descarados dobles raseros. Por cierto que la mayoría de los húngaros sensatos e instruidos, comprenden perfectamente la correlación de fuerzas entonces existente, el papel de la Unión Soviética en la reconstrucción y floreciente desarrollo de la Hungría socialista. Mucho de aquello sigue funcionando, descollando y produciendo desde aquel bendito tiempo. Así que no tenemos nada por lo que justificarnos o halagar a Occidente.
El Budapest otoñal, aún con sus mendigos en el centro, sus borrachos en los soportales y sus velas conmemorativas, es esplendoroso. En el puente reconstruido de Margit, en el monte Gellert con el memorial espectacular en honor a la liberación de los fascistas de la Madre-Patria, en el monumento a los soldados soviéticos junto al parlamento (que no tiene ni una flor fresca), me puse de nuevo a pensar en el precio por salvar y reconstruir una de las más hermosas ciudades de Europa. Pero de eso, mejor en otro artículo, en invierno, quizá. Puede que para el 65 aniversario de la liberación de Budapest se anime alguno de nuestros lectores veteranos, que salvaron a la dorada capital húngara de la “peste parda”…
Alexandr Bobrov, escritor y publicista
Fuente: Sovietskaya Rossia
Traducido del ruso por Josafat S. Comín