“A winter’s day
In a deep and dark December…”
Ya está, ya te han atrapado. Un hipnótico punteo de guitarra, un par de versos, y luego, la maravillosa sensación de sentirte sanado por la música, curado en cada una de tus viejas heridas por las dulces atenciones de Paul Simon y Art Garfunkel. Tampoco tiene nada de extraño: “I Am A Rock” se publicó en 1966 y fue la tercera composición del dúo en alcanzar el top5 en el Billboard Hot 100, después de “The Sound of Silence” y “Homeward Bound“; habiendo sido versionada desde entonces por gente tan distinta (y tan importante) como The Hollies, The Church, o Red House Painters. Lo que es todo un clásico, de pleno derecho.
Originariamente, es una canción compuesta por Simon: se trata de un texto escrito cuando apenas acababa de dejar atrás su adolescencia, pero en él ya dejaba entrever su desconfianza hacia el género humano, y la timidez con que la que el entonces muy joven artista se relacionaba con el mundo. Con el tiempo (y la estratosférica fama mundial alcanzada por pareja de revivalistas folk ), los periodistas temerían el momento de enfrentarse a la muralla de monosílabos con que el hombre respondía a sus preguntas, y lo cierto es que parecía mucho mejor dotado para hablar a través de los versos de sus canciones, que para ser entrevistado. La calidad literaria de sus letras está fuera de toda duda, y es especialmente relevante su capacidad para proponer imágenes icónicas y universales, referidas a realidades muy íntimas para cada uno de nosotros: la isla, la roca, el puente sobre aguas turbulentas, el (alguno día le tocará aparecer por aquí, ay… cómo me afecta esa canción) único niño que vive en Nueva York. El exilio interior como nunca se había cantado.
El tema conoció una primera edición, que no es ni mucho menos la que todos conocemos: aparecía en “The Paul Simon Songbook” , el disco grabado y publicado en agosto de 1965 por Paul Simon en solitario, pero este álbum tuvo tan poco éxito que ni siquiera conoció reediciones hasta 1981, cuando la asociación de su autor con Art Garfunkel se reconocía como una de las más fructíferas de la historia de la música popular. El caso es que Simon debía de olerse que aquello se merecía una mejor vida, porque fue incorporada al final del tracklist de “Sounds Of Silence“, un disco tan fabuloso que ni si quiera tengo intención de comentar: cada una de las once canciones que lo componen merecerían una glosa en esta web, y dudo mucho que los exquisitos paladares que de cuando en cuando se dejan caer por aquí no las hayan disfrutado ya cientos de veces.
A lo que voy: que con los años, me he ido distanciando del sentimiento (uno ya frisa los 40, y dejó atrás ese momento raro en el que todo debía ser cuestionado, la soledad era un sentimiento en el que regodearse, y el futuro sólo podía ser trágico, o no sería), pero las virtudes del tema permanecen ahí, invariables. Me hace sentir un poco mayor en la medida en que hace tiempo que la canción no es ese espejo en el que me veía reflejado, pero al mismo tiempo la conservo en mi interior envuelta como hay que envolver las cosas frágiles y preciosas, con objeto de compartirla con mi hijo mayor, cuando dentro de 6, 7…8 años, deje de ser el niño que es ahora y se enfrente a las primeras Grandes Decepciones. El mundo de fuera ya nunca más será el lugar inexplorado y excitante de su infancia, la talla de su padre será (lamentablemente) reevaluada y reescalada a un tamaño mucho más ajustado a la realidad, y en su interior empezarán a surgir preguntas que no le abandonarán por el resto de su vida. Esta canción no tiene las respuestas, pero al menos le hará sentir un poco más acompañado. De modo que ya sabeis, Holdencaulfieds del mundo: dejad de buscar en los libros (I have my books / And my poetry to protect me) por un momento, y escuchad en cambio estos versos legendarios, porque fueron escritos por gente como vosotros, para gente como vosotros. “Soy una roca, / soy una isla / Y una roca no siente dolor / y una isla nunca llora“: no deja de ser una hermosísima forma de autoengaño, pero nadie retratará nunca mejor en una canción ese trágico y maravilloso tránsito llamado adolescencia.
“A winter’s day
In a deep and dark December;
I am alone,
Gazing from my window to the streets below
On a freshly fallen silent shroud of snow.
I am a rock, I am an island.
I’ve built walls,
A fortress deep and mighty,
That none may penetrate.
I have no need of friendship; friendship causes pain.
It’s laughter and it’s loving I disdain.
I am a rock, I am an island.
Don’t talk of love,
But I’ve heard the words before;
It’s sleeping in my memory.
I won’t disturb the slumber of feelings that have died.
If I never loved I never would have cried.
I am a rock, I am an island.
I have my books
And my poetry to protect me;
I am shielded in my armor,
Hiding in my room, safe within my womb.
I touch no one and no one touches me.
I am a rock, I am an island.
And a rock feels no pain;
And an island never cries.“