Soy fan de los controladores aéreos. Quién me lo iba a decir.
Un ministrillo con ánimos presidenciales, que hasta la fecha no ha dado muestras de tener una actividad mental superior a la de un protozoo de los pantanos de Wyoming, les ha tomado como palanca populista.
Va el ministrillo y les pone de vuelta y media porque andan metidos en no sé qué conflicto laboral. Lo primero que hizo fue hacer públicos sus sueldos, para que los pobres curritos de este país vean que son una casta de privilegiados que sólo merecen la horca (por cierto, El País hizo exactamente lo mismo cuando sus redactores convocaron una huelga: publicó una información con el salario medio de un periodista del periódico, presumiblemente abultado, para atajar cualquier simpatía de los lectores). Y, a partir de ahí, no ha dejado de insultarles, montando una campaña de lo más torpe e infantil para denigrarles y convertirles en apestados.
Y lo increíble es que lo está consiguiendo. Ha creado el clima perfecto para que todos traguemos -y celebremos- la privatización de Aena y la desregulación de un sector que no debería subcontratarse a la ligera. Pero ya está, no hay vuelta de hoja: los controladores son unos chorizos hijos de puta que merecen ser relevados de sus puestos. En cuanto Aena se venda -¿hay algún cuñado de José Blanco en la sala de subastas?- y las empresas privadas entren a mogollón, se va a producir un tajo considerable en las remuneraciones de estos profesionales. Consecuencia: las torres de control se pueden llenar de becarios mileuristas -si llegan-, con una formación de academia nocturna que vaya usted a saber.
Actualmente, la formación la imparte la Sociedad Estatal para las Enseñanzas Aeronáuticas Civiles, aunque hace poco que se abrió al sector privado y ya hay un par de universidades pijas que ofrecen estos cursos. Sabiendo cómo se supervisa la calidad de la enseñanza superior privada en España, agárrense: cualquiera que pague su matrícula dentro de plazo va a estar capacitado para aterrizar y despegar avioncicos.
¿Que cobran mucho o poco? ¿Que es una vergüenza? ¿Que deberían colgarlos del palo mayor?
Qué quieren que les diga. Yo, cuando estoy prisionero en una cabina presurizada a 10.000 metros de altura, no me sentiría cómodo si supiera que el responsable de dejarme sano y salvo en el suelo abrillantado de un aeropuerto es un becario torpón, con un curso de inglés de Opening y puteado porque su sueldo no le da para el alquiler y tiene que vestirse con saldos de mercadillo que apestan a choto y cuyo aroma le distrae de sus tareas.
Cuando estoy en un avión, quiero que el señor responsable de que no nos estampemos ni contra el suelo ni contra otro avión sea un tipo bien pagado. Que se sienta muy bien pagado incluso. Y que no lleve 48 horas seguidas mirando una pantalla verde: que haya dormido sus horas, que vista calzoncillos holgados que no le aprieten los huevillos, que se sienta amado en su casa, que tenga muchos amigos en Facebook y que le hagan masajitos en la espalda y le pongan una hamaca de oficina si se cansa de estar en su silla. Cualquier cosa para que ese señor haga su trabajo a gusto y se reduzcan casi a cero las posibilidades de que cometa un error. Y un tipo cansado, cabreado, puteado o que no está seguro de sus destrezas profesionales porque no ha sido debidamente adiestrado en ellas, tiene muchas posibilidades de cagarla.
No vengo yo a descubrir nada nuevo.
Ustedes verán qué quieren. Yo tengo muy claro que, cuando me subo a un avión, idolatro a los pilotos y reverencio a los controladores. Les daré todo lo que pidan, pues tienen mi vida en sus manos, y me gustaría que esas manos puedan hacerse la manicura tailandesa.
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