Revista Atletismo

I Ultra Running Barcelona

Por Juan Andrés Camacho Fernández @CorredorErrante
I Ultra Running Barcelona

Todo comenzó el pasado 2 de marzo, cuando recibí un Whatsapp de Iván Penalba y un correo de Jordi Monge, avisándome de que en algo menos de dos semanas se celebraría un ultrafondo en pista en Barcelona.

Me surgían muchos interrogantes, pero la perspectiva de volver a la ciudad condal, donde precisamente corrí mi último ultra antes del covid en las 24 horas de Can Dragó 2019 era, cuanto menos, ilusionante.

Lo primero que hice fue preguntarle a Julio, ya que los objetivos por el momento eran los 100 km de Santander, en Junio y un mes antes, otro evento de ultrafondo en Burjassot, donde acudiría con la idea de hacer la mínima para poder correr el campeonato de España en Santander y no solo el Open.

No llegaría en las mejores condiciones desde luego, pero convenimos participar, salir a por una buena marca en el 100 e intentar lograr esa mínima y luego ya continuar con lo que diesen las piernas.

Tras organizar con los compañeros de trabajo el fin de semana y el viaje con Mayte, llegamos el 12 de marzo al Hotel Acta Azul, donde pasaríamos la noche previa y la posterior a la carrera, después de emplear cerca de 7 horas de viaje en tren.

No nos hizo falta presentar el justificante de desplazamiento de la federación española de atletismo, una de las medidas, junto al limitado aforo, la competición a puerta cerrada o el test de antígenos obligatorio para todo aquel que entrase al estadio el día de la carrera, pero por si acaso lo llevaba impreso en la mochila.

Al final de la tarde llegó Julio, cenamos pasta que preparamos en el apartamento del hotel y bajamos a charlar brevemente con Isaac y Elena, a quienes conocí en 2019 en los 100 km de Caldes.

Nos levantamos temprano el día de la carrera, me desayuné medio tupper de gachas de avena y chía que traía de casa y cogimos los bultos rumbo al Estadio Olímpico, cercano al hotel.

Ya había caras conocidas, aunque a muchos los conocía en persona por primera vez pese a llevar mucho tiempo siguiendo sus andanzas, como a Xesc Terés, Javier Bernabéu, Ricardo Abad o Isa Sandoval.

Mientras esperaba mi turno para la prueba de antígenos, bastante aterido de frío por la corriente del túnel de acceso al estadio (acabé poniéndome las perneras, aunque seguía helado), charlaba con viejos conocidos como Manolo Rico o Antoni Badia.

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Mayte obtuvo su negativo antes que yo, así que se encargó de ir a por todos los bultos del coche de Julio e ir preparando la mesa de avituallamiento.

El plan a seguir sería el mismo que en las tiradas largas de los domingos, comprimido de Saltstick a y media y en punto, hidrogel de naranja a y 40 y gel de cafeína a y 10 a partir de la primera hora.

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Para bajar los comprimidos de sales llevaría dos bidones en la mochila, un con el Drinkmix160 de Maurten y otro con Tailwind de frutas del bosque.

De complementos llevaba barritas Triforza de fresa, sal de frutas y un buen racimo de plátanos de Canarias.

Como el estómago es mi punto débil en los ultras esperaba tener toda la energía necesaria a base de las mezclas líquidas y los geles, que entrenando me han dado buen resultado, pero llevaba algo de sólido por lo que pudiese pasar.

Cuando por fin tuve mi negativo (no esperaba otra cosa tras haber pasado el covid entre agosto y septiembre del año pasado) lo primero que hice fue ir al baño, ya que con los nervios llevaba rato al límite y nada más regresar, organizar la mochila y las cosas que llevaría conmigo.

Muchos se preguntaron (o nos preguntaron a Mayte o a mi directamente) que por qué corría con mochila y es simplemente porque estoy acostumbrado a llevarla en las tiradas, ya que suelo correr en solitario y autosuficiencia.

Llevo siempre más de lo que preveo que pueda necesitar por lo que pueda pasar y en el caso de esta jornada, tan solo llevaría lo necesario para las 2 primeras horas encima, por lo que el peso no sería un problema y tendría la tranquilidad de tener todo lo que pudiese necesitar al alcance de la mano.

Tras saludar a Jordi (organizador), Juan (speaker), Jordi (fotógrafo) y otros corredores y amigos, nos echamos una foto de club los corredores de Els Sitges de Burjassot y nos preparamos para tomar la salida, enmascarados hasta la misma cuenta atrás.

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Iván, Ramón Nou y Julio salieron a toda velocidad, como si la prueba no fuese a durar 12 horas, tras ellos, Noora Honkala y Dani García, en busca del récord finlandés que le faltaba para completar el póker del ultrafondo femenino finés y detrás corríamos un servidor y los demás.

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El plan era salir a 4:30 minutos el kilómetro hasta aproximadamente la hora 6 y tratar de decelerar lo menos posible hasta pasar el kilómetro 100, idealmente, por debajo de 8 horas; tras eso, alternar caminar y trotar en la medida de lo posible hasta completar las 12 horas, que sabía de antemano que se me harían eternas en el tramo final.

Me sorprendí por los parciales que me iba indicando el GPS, cercano a 4 minutos el kilómetro durante las primeras 5 vueltas manteniendo un pulso inferior a 145 pulsaciones.

Sabía que el promedio no sería real y distaría entre 5 y 10 segundos del tiempo real, ya que en pista la precisión nunca es exacta, pero estaba eufórico y me costaba echar el freno.

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Instantánea de Jordi

Mayte fue la que me bajó a la tierra y me dijo que iba demasiado rápido, que me pusiese al ritmo que tenía pensado, así que empecé a promediar 4:20 minutos por kilómetro aproximadamente hasta el kilómetro 53, cuando me di cuenta de que, en cuestión de un par de vueltas, se me disparaba la frecuencia cardíaca por encima de 160 y cada vez me costaba más mantener el ritmo.

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Instantánea de Sami

Había ido cumpliendo el plan de nutrición al milímetro hasta llegar al maratón (según mi GPS), momento en el que decidí ir echándome agua por encima, enjuagarme la boca y beber un poco cada pocas vueltas, ya que estaba haciendo mucho calor.

Le pregunté a Mayte que en qué tiempo había pasado el kilómetro 50 y a la vuelta siguiente me dijo que ya quedaba poco, cosa de unas 12 o 13 vueltas.

Me quedé helado, ya que por las orientaciones del GPS había pasado en 3:36:10 y esperaba que la marca hubiese sido cercana a las 3 horas 40 que había superado ya, pero aun me quedaba bastante para llegar, 

Entré en un bloqueo bastante duro, ya que no solo había ido a un ritmo bastante inferior al que pensaba durante todo el rato, ahora además tenía el pulso disparado y en cuestión de veinte minutos, una vez pasé de verdad el km 50 (57 por el GPS), ya no era capaz de rodar por debajo de 5 minutos el kilómetro (que podían perfectamente ser 5:20).

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Llevaba varias vueltas con ganas de ir al baño pero me obligué a esperar hasta pasar el kilómetro 50, a modo de descanso.

Era mi segunda parada, tras una rápida para orinar a los 45' de carrera que compensé en las vueltas siguientes, pero la primera en el retrete portátil.

Me senté y me noté un poco mareado de repente, quizás sofocado por el calor que estaba haciendo y me quité la mochila, donde llevaba toallitas húmedas que al final no tuve que usar, ya que tan solo expulsé gases.

Tenía la mochila empapada, con densos surcos blancos, lo que indicaba que estaba perdiendo muchas sales con el sudor, así que decidí dejar de tomar Maurten y tomar solo Tailwind, del que fui bebiendo ya sin seguir pautas, como hacía con el agua de los botellines después de refrescarme.

Salí algo mareado del baño y notaba las piernas muy doloridas de repente, no era capaz de tirar de ellas.

Decidí tomarme un paracetamol y esperar unas vueltas a ver, pero nada de nada, apenas podía trotar en las rectas cuando me enganchaba a Paco Robles, Xesc Terés o algún otro compañero, pero cuando soplaba el viento en contra ni lo intentaba.

Probé a cambiarme las zapatillas también, de las Hoka a las Kalenji Kiprun Ultralight, de mucho menor grosor y peso, pero continuaba igual.

Decidí adelantar la toma de uno de los hidrogeles, por si había confundido la sensación de dolor en las piernas con la de estar "vacío" y tras un par de vueltas caminando, probé a trotar de nuevo.

El pulso se me disparaba (de hecho ya iba alto hasta caminando), me sentía muy acalorado y hasta me comenzaba a doler un poco la cabeza, así que pensé que me estaba deshidratando y empecé a beber más, tanto agua como Tailwind.

Llegó el momento de tomar el siguiente gel (ya me los estaba dando Mayte), pero me di cuenta de que no era capaz de tragármelo, me costaba hacer que mi garganta obedeciese y cuando pude, noté mucha fatiga y malestar al instante.

Estaba en horas tremendamente bajas, pero si una cosa me ha enseñado el ultrafondo es que aunque sea caminando, también sumas y por muy profundo que parezca el hoyo, son rachas que hay que intentar capear, ya que en una prueba de 12 horas la euforia y la depresión se pueden alternar en varias ocasiones.

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Lo comenté con varios compañeros que me veían abatido al doblarme, cuando horas atrás era yo el que doblaba sin aparente esfuerzo y Xesc me ofreció Vichy, agua con gas.

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Recuerdo que en un momento con molestias en las 48 horas de Murcia, Paco Robles me dio también agua con gas y me vino bien, así que Mayte (la Sitgera, que le hacía la asistencia) me dio un par de buches y a la vuelta siguiente ya comencé a expulsar gases.

El alivio era notable, pero seguía con el estómago revuelto y ya no era capaz de beber ni tailwind, así que le di los bidones a Mayte, cogí los cascos y me puse en modo supervivencia, aprovechando el tramo de sombra del estadio para trotar un poco y el de sol para caminar, bajando la temperatura corporal.

Tras 6 horas y 17 minutos de carrera estaba tan hinchado que me tuve que quitar la banda del GPS y aflojar las correas de la mochila, ya que se me clavaban en el pecho.

Y lo que era más raro, ya que nunca me había pasado, tenía la boca muy pastosa y la sensación de tener la lengua hinchada, que se pegaba a los labios y la boca de lo seca que la tenía; era una sensación tanto molesta como dolorosa cuando trataba de separar la lengua de la carne.

Estuve bebiendo agua con sal de frutas durante varias vueltas, pero aunque el sabor me ayudaba a limpiarme la boca y quitarme esa sensación tan rara, me continuó hinchando el estómago más y más.

Estuve cerca de una hora y media sin comer ni beber nada porque llegó un punto en el que directamente no era directamente capaz de tragar nada, ni la sal de frutas, así que como alma en pena fui avanzando como rémora, siguiendo penosamente la estela de los corredores que me doblaban hasta que aguantase el cuerpo.

Probé con otro buche de Vichy y aunque me ayudó a expulsar gases, seguía bastante hinchado y pensé que quizás tuviese que hacer de vientre, pero tras un par de minutos en el retrete portátil sin expulsar más que gases me fue imposible.

Al menos la hinchazón había bajado un poco y parecía que podía mantener un trote decente, así que comencé a trotar más y caminar menos cada vuelta.

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Instantánea de Jordi

Recuperé poco a poco el ritmo y aunque sabía que ya no podría bajar de 8 (ya las había superado), ni de 9 horas en los 100 kilómetros, intentaría bajar de las 9 horas 57 minutos en las que paré el crono en los 100 km de Santander en 2016.

Comencé a sumar vueltas y vueltas sin parar de trotar, sin hacer caso al GPS, solo intentando llevar una zancada cómoda y me di cuenta de que tras varios minutos, salvo Iván, y Noora, que tras un buen rato con molestias había vuelto a la pista, por el momento no había nadie que rodase más rápido que yo.

De hecho, aprovechando que éstos me pedían pista, me pegué a ellos tras pedirme paso y comenzamos a dar vueltas juntos.

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Instantánea de Sami

Noora se despegó levemente tras varios kilómetros y me mantuve tras Iván, que aunque había bajado bastante el ritmo después de 9 horas corriendo a una velocidad que se me antojaba sobrehumana, avanzaba con zancada potente como un reloj.

Nos fuimos adelantando levemente y me propuso colocarse delante para tirar él, algo que no pude aceptar, ya que él estaba realizando una actuación de 10 y yo acababa de volver del foso, en todo caso tendría que ser yo el que tirase.

Me veía cómodo y al final incluso empecé a distanciarme poco a poco de Iván, pero sabía que era una fase de euforia, probablemente breve y pronto volverían los dolores y las molestias.

Si me llevaba hasta el kilómetro 100 me valía, después ya tendría tiempo de caminar si lo necesitaba.

Por el GPS llevaba ya 107 kilómetros, así que le pregunté a Mayte cuando me quedaba para llegar a los 100 y de nuevo, un jarro de agua fría, ya que quedaban cerca de 20 vueltas.

Aun así la vi tan contenta por ver que estaba disfrutando tras tantas horas de fatigas y penurias que en parte por no decepcionarla, me propuse como objetivo tratar de mantener la zancada vuelta tras vuelta y no hundirme hasta completar esos 20 pasos por meta.

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Instantánea de Jordi

Llegué a adelantar a Noora e Iván, algo que nunca hubiese creído posible (ellos llevaban decenas de kilómetros más que yo, todo sea dicho) y para mi sorpresa, cuando calculaba una vuelta para los 100, Mayte me dijo que ya los había pasado, en 9:22:36, pero me seguía encontrando fuerte.

En el siguiente paso por meta seguía corriendo y Mayte me dijo que Ismael Zárate, compañero del Sitges, estaba a unas cuatro vueltas y lo había visto caminar.

Me propuse adelantarlo para ver si se animaba y entre los dos le dábamos caza a Marcos, que no andaba muy lejos, a un par de vueltas de Ismael.

Había hablado con él horas atrás y se quejaba de lo duro que estaba el tartán (era cierto, aunque lo prefería al de Can Dragó, ya que no soltaba virutas), pasó unos momentos duros pero ahora se veía entero, aunque quizás con nosotros pisándole los talones podríamos motivarnos mutuamente para sumar más y más vueltas, que al final, era lo importante.

Fui recuperándole vueltas a Ismael, pero iba bastante cansado y aunque trotaba con regularidad, haciendo un carrerón al haber sabido dosificar sus fuerzas desde el principio, en los tramos en que caminaba, tanto Marcos como yo le metíamos varios metros trotando.

Él mismo me lo dijo justo antes de desdoblarme de él por última vez, pero lo veía correr de forma sólida, corriendo a un ritmo uniforme y sin caminar en todas las vueltas en las que le estuve siguiendo con la vista.

Me encontraba muy dolorido tras el esfuerzo para salvar los muebles en el paso por el kilómetro 100 y sabía que si seguía sin comer ni beber era cuestión de tiempo que me deshinchase, así que le pedí a Mayte un ibuprofeno o similar, un plátano y un botellín de agua.

Al final tuve un naxoprofeno (de Mayte Sitgera), que bajé con medio botellín de agua directamente, para que el hígado no sufriese en exceso metabolizándolo y me fui comiendo el plátano dando un bocado cada pocas vueltas.

No quería abusar de la confianza de Xesc y Mayte y menos en época de Covid, así que fui bebiendo Coca Cola Zero para ayudarme a expulsar gases.

Si hubiese sido normal me hubiese venido bien como aporte de energía adicional, pero no fue un problema ya que aun me veía el reflujo de los geles tomados horas atrás y no llegué a sentirme vacío.

Con la mirada fija en Marcos, en el otro extremo de la pista, comenzaron a caer las vueltas una tras otra, y aunque la diferencia entre ambos era notablemente menor, me iba a costar mucho alcanzarlo.

Al menos con ese objetivo en mente era más fácil mantener las piernas en movimiento y no pensar demasiado.

De repente lo vi caminar; en la recta de entrada a meta, cuando lo tenía prácticamente al alcance... y aunque empezó de nuevo a trotar en la alfombrilla de meta, le había recortado bastantes metros.

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Instantánea de Sami

Apreté un poco el ritmo, ya que yo no pensaba caminar y si él volvía a hacerlo podría volver a adelantarle y ya avanzaríamos a la par.

No era tanta la motivación por el puesto, que de nuevo era lo de menos, como por los kilómetros que ambos podríamos sumar en un pique sano, por eso mismo, cuando finalmente lo alcancé, lo animé a pegarse, aunque decidió mantener el ritmo.

Sabía que si comenzaba a andar me relajaría y probablemente yo también lo hiciese, por eso, aunque poco a poco fui metiéndole metros de más e incluso comencé a doblarle yo a él, lo animaba cada vez que pasaba por su lado, deseando de corazón que se mantuviese en carrera y no bajase el ritmo, como así fue.

Apenas quedaba una hora de carrera ya y los únicos momentos en los que caminaba era en las vueltas en las que tocaba coca-cola o agua y plátano, del que daba un bocado que bajaba con el agua para continuar.

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Instantánea de Sami

Bajé un poco el ritmo en la primera mitad de la última hora, aprovechando para hacer el último pis (al final fueron cuatro en las doce horas) y así tener fuerzas en los últimos treinta minutos, que pese a la deliberada dosificación, iban justas.

Aprovechaba cuando me acercaba a Iván o Noora para correr tramos con ellos antes de que se escapasen en la siguiente parada para avituallarme, lo que siempre es una motivación añadida, pero ya solo podía pensar en la cuenta regresiva que me permitiría, por fin, detenerme.

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Instantánea de Sami

Mis compañeros de carrera, muy contentos por la recuperación y remontada que había efectuado, me preguntaban que cuantos kilómetros llevaba o creía que iba a hacer, pero la verdad es que ni lo sabía ni me preocupaba en esos momentos.

Solo tenía una misión, que era mantenerme al trote, no sabía a qué pulso corría al no llevar la banda del pulsómetro y del ritmo del GPS no podía fiarme, así que con seguir avanzando zancada a zancada era más que suficiente.

I Ultra Running Barcelona

Estaba sorprendido de que pese al esfuerzo en las primeras horas y desde que pude recuperarme no tuviese ningún dolor muscular raro, tan solo el agotamiento que cabe esperar tras la paliza a la que me estaba sometiendo.

Sonará masoquista, pero estaba disfrutando, cada vez era más difícil mantener el ritmo, pero lo estaba haciendo y quedaba ya poco para poder descansar.

Los organizadores me ofrecieron el cartelito para marcar los metros finales tras el último paso por meta, pero, ya sabiendo que quedaban minutos, lo rechacé y aumenté el ritmo para recogerlo, ya si, en la vuelta siguiente.

Sonaba el legendario "Don't Stop Me Now" y conforme se sucedían los acordes yo aumentaba la zancada; sumaría todos los metros que pudiese, solo quedaba el esfuerzo final, que me llegó hasta la recta de entrada a meta, justo cuando sonó la bocina.

Dejé caer el cartel y continué avanzando, andando, rumbo a la meta, en piloto automático, como si algo me impulsase a seguir sumando metros aunque ya no fuese necesario.

Los asistentes, voluntarios y organizadores nos recibieron con aplausos, fuimos agrupándonos en meta (manteniendo distancia de seguridad) y mi cerebro desconectó y dejó de pensar con claridad.

Pensaba que no habría entrega de premios, me sonaba haber leído algo así en el reglamento anti covid, pero ceremonia si habría, lo único era que lo recogeríamos del suelo y los podios estaban más separados de lo habitual.

I Ultra Running Barcelona

Instantánea de Sami

Fue todo un honor compartir podio con un guerrero como Marco, que había venido desde Canarias a disputar este ultrafondo y con Iván la estrella de la jornada, que una vez más nos deslumbró con una doble mejor marca española en 50 millas y 12 horas, batiendo su anterior récord.

Creo que además lo podrá volver a batir, ya que en los últimos compases de la prueba recuperó la energía de la zancada y seguramente si guarda un poco más de fuerzas en las primeras horas será capaz de mantener el ritmo durante la totalidad de la prueba; desde aquí le deseo mucha fuerza en sus futuras competiciones.

Iba en modo automático, pero sabía que tenía que pedir algo para cenar (tenía un antojo tremendo de pizza) y firmarle a Jordi su ejemplar de 1000 km por el apego, así que tras felicitar a los corredores con los que había compartido esas doce intensas horas en la pista de atletismo, me puse manos a la obra.

Había subido varios ejemplares del libro, para Julio, Paco Robles, e incluso Rubén, por si Bárbara se lo podía bajar, así como varios sin dedicar, que finalmente compraron Isaac, Elena y Jordi (fotógrafo), a los que fue un placer dedicárselos a pie de pista.

Una vez recogimos todo tocaba poner rumbo al hotel antes de que el toque de queda se nos echase encima, finalizando así una aventura inesperada por lo repentino de la competición y por el resultado final de 129,110 metros, que hubiese creído imposibles cuando pasé por el ecuador de la prueba con 68,167 pero caminando más que trotando desde hacía una hora larga.

No quiero finalizar la crónica sin agradecer a organización, voluntarios, corredores y asistentes su labor, ya que el éxito del evento radicó en la ilusión y trabajo que, cada uno desde su rol, aportó al mismo.

Muchas gracias por todo y espero que coincidamos pronto.


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