Catalunya no es tierra de grandes desastres naturales. No nos hacen falta. Todo hace pensar que la campaña electoral, que parece que lleva un siglo seguramente porque la anterior cerró en falso, nunca acabó y ahora la herida se ha reabierto, no será interrumpida por ningún tornado ni huracán. Así que como arrieros que somos, en el
Encuesta en La Vanguardia (hoy a las 8,30 h.)
colegio electoral nos encontraremos, aunque no decidiremos: solo decidiremos si decidimos, o si tenemos el derecho a decidir, o si decidimos no decidir y, ya en un plano más radical, no tener el derecho a decidir si decidimos. La verdad,… no sé qué decisión tomar. Se trata de dar forma a la deriva soberanista, también de ideas como se puede observar, para no chocar contra el iceberg de los recortes de lo más sagrado, de la corrupción institucional, de la mala gestión de los escasos recursos disponibles, del amiguismo, para no chocar contra un coche oficial o contra una cola a las puertas del Servei Català d’Ocupació.
Y mientras unos evitan la palabra independencia en el enunciado de un hipotético referéndum, como si solo pronunciándola pudiera convertirse en realidad tras un encanto que la hubiera mantenido escondida en una lámpara durante siglos, otros plantean una tarea de titanes: reformar la Constitución (como si hubiera alguien que esté por la labor). Y, sin embargo, y pese a que parezca que nos encontramos ante un momento único en la historia, esto ya lo vivió el Frente Popular de Judea mientras definía su programa en La Vida de Brian. Los Monty Python siempre irreverentes, lúcidos, avanzándose al futuro. Pocas cosas duelen más que el humor inteligente y pocas también nunca pasan de moda, como un espejo que devuelve siempre la imagen del rostro sin maquillaje. ¿Por qué nuestros políticos parodian ahora una parodia y lo llaman programa? Alguien debe avisarles de que ese guión ya está escrito.