Habéis visto Muerte en Venecia con Dirk Bogarde mirándose el panorama en plan contemplativo desde el vaporetto? Pues un poco intentando imitar ese estado de "mira qué por encima de todo me pone el arte" estaba yo el otro día dirigiéndome hacia los jardines de la Biennale, emocionada y espectante por confrontarme con el famoso evento. Bice Curiger, la comisaria de este año, ha tenido como reto, según sus propias palabras, cuestionar los modos de percepción del arte contemporáneo. Mostrarnos o Iluminarnos a través de la práctica artística, estabecer diálogos artísticos dentro de un contexto tan globalizado como el actual, donde el concepto "nación" pierde sus fronteras.
Entrada de ILLUMInations con obra de Latifa Echakhch, Maurizio Cattelan y Josh Smith. Foto: Camilayelarte
Las gran apuesta de Curiger y que antes de visitar la Biennale me pareció muy buena idea, fue la de "convocar" un artista que todavía ahora consigue iluminarnos: Tintoretto. Con semejante planteamiento menuda decepción la mía cuando vi que Tintoretto ocupa una sala, sí, pero una sala que bien podría estar en la Biennale, el Louvre, o cualquier museo de pintura a la antigua usanza. De contemporaneidad en el plantemiento nada de nada, es más, es la única sala y el único artista que está prohibido fotografiar. Los señores de seguridad advierten con su gesto que ante Tintoretto tenemos que estar todos tiesos, como si de la Scuola di San Rocco se tratara.
Foto "robada" de los Tintorettos de la Biennale. Foto: Camilayelarte
Cindy Sherman, Untitled, 2010. Foto: Camilayelarte
Por lo demás, debo decir que a grosso modo el resultado me pareció un poco soso, sobretodo la exposición en el pabellón de los jardines. No sé si es debido a que la semana anterior visité Art Basel y me quedé estupefacta con Art Unlimited. Nada me pareció rompedor, ni provocador, excepto algunas piezas del Arsenale, y bueno, no se trata de provocar porque sí, pero un poco más de carne en el asador sí... No ví o no supe ver de qué nos habla la selección de artistas, a dónde va el arte contemporáneo o qué nos plantea, sólo un poco de allí y otro de allá, y como denominador común la sosez.
Gabriel Kuri, Upside down horizontal line, 2011, y Three arrested clouds, 2010. Foto: Camilayelarte
Instalación de Peter Fischli & David Weiss, Spazio numero 13, 2010. Foto: Camilayelarte
La propuesta con más sentido del humor fue la de Maurizio Cattelan y sus intrigantes palomas que al estilo "Los pájaros" de Hitchcock observaban al público desde las vigas de las salas, quitándole hierro al asunto.
Ryan Gander y las palomas de Cattelan al acecho del público. Foto: Camilayelarte
Anya Titova, YHBHS (You have been here sometime), 2011. Foto: Camilayelarte
Creo que se podría haber sacado más partido de artistas como Pipilotti Rist, cuyas instalaciones tan a menudo subyugantes aquí se quedaron en tres cuadros de veduttistas venecianos interferidos por los sueños oníricos de la artista. Tenían gracia, pero lo que vimos en la Fundació Miró el año pasado, le da mil vueltas.
Pipilotti Rist, Laguna, 2011. Foto: Camilayelarte
Nicholas Hlobo, Limpundulu Zonke Ziyandilandela, 2011. Foto: Camilayelarte
El proyecto de Norma Jeane me gustó por que involucraba al público de una forma directa: arte relacional. Creo que lo que buscamos como público, en contraposición a ciertos discursos artísticos y comisariales que resultan fríos y distantes, es sentirnos parte de "algo", ya nos da igual qué es arte y qué no, como público creo que somos lo suficientemente maduros como para entender que el arte es "cualquier cosa" pero queremos sentirnos partícipes de esa "cosa" en una u otra forma. Tres bloques de plastelina uno encima del otro, negro, rojo y blanco, como si de una estructura suprematista se tratara, es lo que Jeane a puesto a disposición del público desde el día que se inauguró la Biennale. El resultado es lo que sigue:
Norma Jeane, #Jan25, 2011. Foto: Camilayelarte
Monica Bonvicini, 15 steps to the virgin, 2011. Foto: Camilayelarte
Tal vez el acierto más tangible del proyecto de Curiger sea el haber utilizado la obra de artistas que construyen espacios, que funcionan a modo de pabellones. Monika Sosnowska, Franz West y Song Dong son algunos de los artistas que con su obra "dan cobijo" a la obra de otros artistas. La mejor para mí la de Dong, un laberinto de armarios antiguos y la reproducción de la escuela rural de sus padres en China.
Song Dong, The intelligence from poor people, 2011. Foto: Camilayelarte
Song Dong, The intelligence from poor people, 2011. Foto: Camilayelarte
La parte del Arsenale, cuyo espacio expositivo es profundamente poético de por sí, es más interesante que la de los jardines de la biennale. Es aquí donde se encuentra la instalación de Urs Fischer que sale en todos los periódicos, las esculturas en cera que se van deshaciendo día a día hasta que finalice la exposición. Las obras de esta seccción són más arriesgadas y piden la participación activa del público, desde obras que podemos habitar y oir como la de Haaron Mirza o Fabian Marti, hasta la cola que hay que hacer para ver la instalación de James Turrell.
Urs Fischer, Untitled, 2011. Foto: Camilayelarte
Urs Fischer, Untitled, 2011. Foto: Camilayelarte
Lo mejor de visitar la Biennale ha sido sin duda el hecho de que me ha dado a conocer y no a reconocer a artistas, que al fin y al cabo de eso se trata, y de aprender a mirar el mundo a través de las obras de otros, y si se puede, desarrollar el propio sentido crítico.
Fabian Marti, The summit of it, 2011. Foto: Camilayelarte
Siempre me ha parecido que a día de hoy, cuando hablamos de globalización y de lo híbrido en la construcción de las identidades culturales, es un poco absurdo que cada país tenga un pabellón para mostrar el arte que se hace en su casa. Pero después de visitar la Biennale, y a pesar de lo anacrónico y eurovisivo que pueda parecer, los pabellones por países son lo que más vale la pena de esta 54 Biennale de Venecia. El viernes os lo cuento.