Hacia las tres de la mañana alcancé la cima de mis perversas delicias, los párpados borrachos se me cerraron de placer, y mis labios se abrieron en una sonrisa babeante; una sensación de ansiada paz, de poder sin límites, me consolaba: porque todo lo que alcanzaba a ver, entre lágrimas, juntando sus cien mil truenos, y rugiendo al sur con la voz de su tormento más allá de las nubes, se tambaleaba hasta el horizonte como un océano de fuego sin humo, en el que jugaban y se bañaban todos los que habitan en el Infierno, entre gritos, carreras y algazara; y yo —el primero de mi especie— había enviado una señal a los planetas más próximos."
