Revista Arte
Imitaciones y copias en el Arte y sus estilos; a veces, creaciones excelsas, otras taimadas y otras espurias.
Por ArtepoesiaAl sur del istmo de Panamá, donde se situaba la vasta y salvaje selva del Darién, se extendía un lugar llamado Dabaibe, según contaban las crónicas de Indias, y en donde habitaba el pueblo de los Cunas. Esta región inexpugnable casi, tenía sin embargo fama de poseer una gran riqueza. Decían que allí existía un Templo, en donde los caciques del lugar habían ocultado una gran cantidad de joyas y objetos preciosos. Era un edificio enorme, incluso con unas paredes de piedras preciosas, pero situado en medio de toda aquella jungla imposible. El descubridor Vasco Núñez de Balboa, 1475-1519, fue el primero en intentar encontrarlo, inútilmente. El gobernador de Veragua, Pedrarias Dávila, envió a su vez una expedición compuesta de hasta trescientos hombres, la cual fue rechazada, esta vez además, por los indígenas. Otras tantas se llevaron a cabo, pero nada, nunca se halló aquel fabuloso templo. Es seguro que el templo de Dabaibe jamás existió. Sin embargo, Núñez de Balboa recibió de un cacique llamado Tumaco gran cantidad de joyas de oro así como perlas de un gran tamaño.
Años después, en el golfo de Panamá, en el recién descubierto Pacífico, fueron halladas las islas de las Perlas, llamadas así por la multitud -y el tamaño tan considerable- que de estos maravillosos moluscos se encontraron por allí. En algunas de las remesas que de estas perlas del Pacífico se enviaron a España, una de ellas, de gran tamaño, o varias, no se sabe bien, terminaron en el Palacio Real de Felipe II. El caso es que a la corona le llegó una Perla a la que se acabó denominando La Peregrina. Y no en balde, ya que su peregrinar -o el de varias de ellas- terminó en los collares o en los sombreros de algunas cabezas regias. La primera de ellas fue la reina de Inglaterra María Tudor -la hija del inefable Enrique VIII de Inglaterra-, que terminó casándose con Felipe II de España en 1554, y éste se la acabó regalando. Pero, también al parecer -según otras crónicas-, el rey Felipe II se la ofreció además -por su otra boda- a Isabel de Valois en 1560.
En el caso de María Tudor tenemos el retrato del pintor Antonio Moro (Anthonis Mor) 1515-1578, en donde se le observa La Peregrina. En el caso de Isabel de Valois no existe ningún retrato contemporáneo de ella en donde aparezca la Perla; sí existe el retrato de Pantoja de la Cruz, 1553-1608, pero éste fue una copia parcial hecha en 1605 -años después de fallecer la reina Isabel- de un retrato anterior de ella en donde, al parecer, no lucía la fabulosa Perla. Sí vuelve a aparecer en un cuadro real en 1635, cuando Velázquez pinta a la esposa de Felipe III, Margarita de Austria, posiblemente con otra Perla, ¿o la misma?
Otra historia cuenta que el rey Felipe IV de España se la regaló a su hija Maria Teresa por su boda con el rey francés Luis XIV en 1660. Estuvo por tanto en Francia hasta su desaparición en plena Revolución francesa. También existe otra perla, ¿la misma?, que continúa en la Corona española hasta que el rey afrancesado, José Bonaparte, al huir de España en 1813 se la llevó consigo. Acabó en manos de esta familia hasta que Napoleón III, sobrino del famoso emperador, la tuvo que vender para financiar sus propósitos políticos. La compraron aristócratas ingleses que la volvieron a vender a principios del siglo XX. Muchos años después, en 1969, en una famosa subasta en Nueva York, el actor Richard Burton la adquirió para regalársela a su esposa Elizabeth Taylor. ¿Cuál, realmente, fue la primera, y única, Perla Peregrina? Hay joyas u objetos artísticos, muy antiguos, que difícilmente pueden certificarse, aunque sean joyas, porque lo son, pero, ¿fueron aquélla?
Algunos grandes pintores entendieron que copiar obras de otros grandes maestros anteriores a ellos, era una de las mayores excelencias y homenajes que se podían realizar en el Arte. De este modo Rubens copió, literalmente, obras del genial Tiziano casi cien años después. Pero, otros pintores, no tan famosos, quizá por vanidad, quizá por interés, tal vez por ambas cosas, crearon obras donde imitaron a sus admirados creadores. No les copiaron, sólo imitaron su estilo, pero, sin embargo, sí copiaron otra cosa: el nombre. Esto les malogró. Aunque, posiblemente, no acabó por importarles en el fondo, ya que así consiguieron la fama que los pinceles por sí mismos no les llegaron a ofrecer.
(Cuadro de Rubens, La Bacanal de los Andrios, 1635, Museo de Estocolmo; Cuadro de Tiziano, La Bacanal de los Andrios, 1520, Museo del Prado; Óleo de Han Van Meegeren, Los discípulos de Emaús, 1937, Holanda, imitador y fraudulento creador de obras similares a Vermeer; Óleo del gran pintor holandés Vermeer, Cristo en casa de Marta y María, 1655, Galeria de Escocia, Edimburgo; Cuadro de Van Meegeren, 1889-1947, Cristo y la adúltera, 1935, Holanda; Fotografía en Alemania de soldados americanos recuperando obras -equivocadamente- del genial Vermeer, éstas fueron adquiridas por el jerarca nazi Göering creyendo que eran de Vermeer, pocos años después fueron desmentidas por los expertos, y así descubierto el falsificador Han Van Meegeren, detenido y juzgado; Cuadro del pintor Gauguin, Les Parau, Parau, 1891, Hermitage, San Petersburgo; Óleo del falsificador húngaro Elmyr De Hory, 1906-1976, Mujeres en Tahiti, imitando el estilo -y la firma- de Gauguin; Óleo del gran pintor Modigliani, Retrato de mujer con sombrero, 1917; Cuadro del falsificador Elmyr De Hory, imitando a Modigliani; Óleo del pintor Antonio Moro, Reina María Tudor, 1554, luciendo la Perla ¿Peregrina?; Cuadro de Velázquez, Retrato ecuestre de Margarita de Austria, 1634, donde se observa la Perla Peregrina; Cuadro del pintor Pantoja de la Cruz, Isabel de Valois, 1605, en donde se ve la Perla en su tocado, aunque en ese año la reina estaba muerta, fue un retrato de un retrato, al cual le añadió el pintor la Perla en su vestuario, al parecer; Fotografía de la actriz Elizabeth Taylor luciendo un collar con, al parecer, la Perla Peregrina; Fotografia de Elmyr De Hory, 1971; Fotografía de Han Van Meegeren en su juicio, 1946;
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