Hace tiempo que quería poner este disco en los Impepinables, pero por una cosa u otra, siempre lo he dejado para otro momento. Hoy que no hay novedades muy interesantes – si buscas el nuevo de Coldplay, ya puedes irte a otro blog – aprovecho, y lo dejo por aquí.
Aunque últimamente les tengo bastante tirria, y no soporto sus últimos trabajos, The Flaming Lips siempre me han gustado mucho, tanto en aquellos mozos en los que disfrutaban de las guitarras bien distorsionas – Hit To Death In A Futurehead y Transmissions From The Satellite Heart son una maravilla -, como en la época en la que salió este disco, y sus dos posteriores. A partir de ahí, ya se me han atragantado, y la verdad es que sus últimas rayadas no las soporto.
A pesar de ser su obra cumbre, y la más aclamada por todos los críticos del mundo, ya eran una banda bastante consolidada cuando lo sacaron en 1999, e incluso habían tenido algún hit como She Don’t Us Jelly – curiosa su interpretación de este tema en aquel Peach Pit de Sensación de Vivir -. También es cierto que venían de sacar aquel cuádruple disco llamado Zaireeka, en el que tenias que escuchar los cuatros discos a la vez para que saliese algo que no fuese mínimamente extraño. Y es que a lo largo de su carrera nunca han tenido ningún problema en experimentar e intentar hacer cosas nuevas y diferentes, aunque muchas de ellas les haya salido un pestiño considerable (¿alguien se ha atrevido a escuchar la canción que acaban de sacar, y que dura nada más y nada menos que seis horas?), pero bueno, al menos les honra, y no se quedan estancados haciendo siempre lo mismo – a ver si aplican esta filosofía a su directo, que lo del confeti y la bola transparente, ya cansa –
The Soft Bulletin es una joya lo mires por donde lo mires: su estupenda producción – una vez más de Dave Fridmann -, esa fusión de pop; electrónica y psicodelia, y su personal visión del mundo, hicieron de él una de las obras cumbres de los noventa, y cambió por completo su carrera. Todo esto no resulta extraño en absoluto, ya que la banda de Oklahoma tiene aquí su mejor colección de canciones, y demostró que si se lo proponen, pueden hacer un bonito disco de pop en el que no haya que comerse mucho la cabeza.
El noveno trabajo de la banda de Wayne Coyne tiene un principio arrollador con esa impresionante Race For The Prize – una canción perfecta para hacer un buen “lololo“, como dicen mis amigos –, y es que poca gente le puede poner pegas a esta canción y a otros temas como Waitin’ For A Superman, The Spark That Bleed o A Spoonful Weighs A Ton (una maravilla en directo con sus proyecciones de los teletubbies). Aunque yo tengo especial debilidad por esa épicas What Is The Light? y Suddenly Everything Has Changed donde emocionan como pocos de la forma más sencilla, y sin grandilocuencias innecesarias. Pero la verdad es que todo el álbum es fantástico, e incluso esa Buggin’’’ que en la edición europea meten al final, junto con los otros mixes de los singles, suena de maravilla. Eso sí, no me pega demasiado con el tono del resto del disco.
No es de extrañar que la critica lo llamase el Pet Sounds de los noventa, ya que este disco; aquél Deserter’s Songs de Mercury Rev, y unas cuantas producciones más de Mr. Fridmann, explotaron el legado del mejor trabajo de los Beach Boys de una forma excelente, y bastante original. Así pasó lo que pasó, que en apenas tres o cuatro años, salieron casi una docena de obras maestras difíciles de igualar.
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