Brujuleo por la cocina, con los fogones como un circo de tres pistas. He llegado tarde de una absurda reunión del colegio y nuestro maravilloso horario de cena a la centroeuropea se me ha ido de las manos. Laz princezaz ya han venido tres veces a preguntarme cuándo cenamos. Nada cambia, sigo siendo el ama de llaves.
Por fin tengo la cena lista.
–Chicas, venid a cenar. Poned la mesa.
Deben tener hambre porque no tengo que gritar tres veces ni ir a buscarlas. De hecho aparecen tan rápido que me asusto.
–Mamá, ¿tú te has sacado un moco alguna vez?–¿Qué? –Que si alguna vez te has sacado un moco. Creo que está clara la pregunta.–Muy graciosa. ¿A qué viene eso?–Fulanita, una de mi clase dice que ella nunca. –Fulanita es una mentirosa. Se sacará mocos y se tirará pedos.–Eso le he dicho yo y me ha dicho que te preguntara a ti. –Ajá.–Contesta, no te hagas la loca. ¿Te has sacado alguna vez un moco?–Claro.
Nos sentamos a cenar y mientras la cháchara va de un lado a otro de la mesa y se quitan la palabra de la boca pienso que pronto las preguntas serán ¿alguna vez te has emborrachado? ¿Alguna vez mentiste a tus padres? ¿Alguna vez te escapaste? ¿Alguna vez hiciste algo que tus padres te habían prohibido? ¿Alguna vez tomaste drogas? ¿Alguna vez has mentido cuando eras mayor? ¿Alguna vez has hecho algo malo?
A casi todo tendré que decirles que sí. Obvio. Podría mentirles, pero ¿para qué? No es que esté en contra de mentir a los hijos, de hecho creo que la mentira es muchas veces muy necesaria y no causa ningún mal pero mentirles sobre quién soy o cómo soy no iba a hacerles ningún bien a ellas ni a mí.
Soy completamente imperfecta como persona y como madre. Me encantaría ser un saquito de virtudes maternales y derrochar amor y espíritu de sacrificio por mis hijas a cada segundo de mi existencia (bueno, a lo mejor no me encantaría) pero no lo soy. Muchas veces les digo que no me apetece hacer algo con ellas o escuchar su música o ver determinada película porque de verdad no me apetece. Otras veces sí, otras veces me apetece y lo hago encantada y, algunas, pocas... a pesar de no apetecerme lo hago por ellas. Y se lo digo: no me apetece nada pero voy a hacerlo por vosotras.
No sé si está bien, mal, regular o da exactamente igual pero no quiero que piensen que soy maravillosa y estupenda. Sé, de hecho, que no lo piensan:
–Mamá, la gente cree que eres maja pero nosotras sabemos que no. –Mamá, mis amigas prefieren venir a nuestra casa porque dicen que tú no eres nada pesada pero no sé de dónde se han sacado esa idea.
Mientras recogíamos la cena y preparábamos el desayuno del día siguiente, ellas hablaban sobre las veinte mil actividades extraescolares a las que quieren apuntarse y yo pensaba en el momento en que tenga que decirles, no en el que quiera decirles, que sí, que me emborraché, que hice cosas prohibidas, que mentí a mis padres y otro montón de cosas que ni son buenas, ni ejemplares y que probablemente lean en este blog algún día.
¿Por qué voy a decírselo? Porque después de mucho pensarlo prefiero que descubran pronto (si es que no lo han descubierto ya) que no soy un buen ejemplo para un montón de cosas, prefiero que se acostumbren a verme imperfecta, que me vean tal cual... y bueno, luego ya veremos.