Dice que cuando cogió en brazos a Álvaro, su bebé de dos meses y medio, al que no veía ni tocaba desde hacía seis semanas, «rompí a llorar como nunca». Llevaba días soñando con ese reecuentro, con poder dejar el hospital donde le trasplantaron el hígado, y recuperar su vida anterior, la que vio abruptamente interrumpida por culpa de una hepatitis fulminante que le descubrieron 30 días después de dar a luz. «Es cierto eso que dicen de que una madre es siempre una madre. Cuando abracé a Álvaro, enseguida me reconoció y eso que no lo había tenido en brazos desde el 17 de enero, cuando tuve que ingresar en Cabueñes», comentaba ayer emocionada Gloria Sánchez, la profesora de 40 años que protagonizó el trasplante hepático número 300 de Asturias.
Gloria lleva apenas tres semanas con su nuevo hígado. Su recuperación ha sido más que veloz. Esta gijonesa fue intervenida en la madrugada del pasado 12 de febrero, tras entrar en estado de urgencia cero, una situación extrema para quienes esperan un trasplante. Gloria no estuvo mucho tiempo en lista de espera. «Solo unas horas». Al poco de incluirla en el listado de la Organización Nacional de Trasplantes, apareció un donante en Getafe (Madrid). A la mañana siguiente, la del sábado 12 de febrero, Gloria se convertía en la trasplantada del hígado 300. Una cifra mítica que jamás olvidará, confiesa.
Tras este largo periplo hospitalario y vivir un tsunami de emociones que la llevaron del paritorio al trasplante en menos de un mes, Gloria Sánchez abandonaba ayer el HUCA. Cuando los médicos le comunicaron el alta «me puse a funcionar. Fue como ver el final del túnel, la misma sensación que tuve cuando cogí a mi hijo», dice con una sonrisa. Mientras charla con EL COMERCIO en casa de su suegra, Maruja, que estas semanas ejerció de abuela y madre del pequeño Álvaro, Gloria recuerda cómo empezó todo. «Ese día, el 17 de enero, volví del centro de salud, donde había ido con el bebé a una de las revisiones del recién nacido, y le dije a mi suegra: te dejo aquí al chiquillo, que me tengo que ir a Cabueñes». Fue la pediatra del pequeño la que se dio cuenta de que algo no iba bien en Gloria. «Me vio super amarilla y me mandó de inmediato al hospital».
Esta profesora de Lengua y Literatura del Colegio San Miguel, de Pumarín, en Gijón, necesita tiempo para asimilar «todo lo que me ha pasado». Dice que «es como si en todo este tiempo hubiera estado metido dentro de una gran caja». El shock que le supuso el trasplante, «algo que jamás se me hubiera pasado por la cabeza», se lleva mucho mejor «por el cariño y la profesionalidad de los médicos, enfermeras, auxiliares y resto de gente del Hospital Central. Me trataron de maravilla». También asegura que anima conocer a otros trasplantados. «Te das cuenta de que si ellos pudieron, tú también».
Fuente: elcomerciodigital.com