El mundo de la poesía recuerda hoy, 13 de diciembre, a Vicente Aleixandre en el 30 aniversario de la muerte de este poeta Premio Nobel de Literatura en 1977 y uno de los nombres más importantes de la Generación del 27.
Vicente Alaixandre (Sevilla, 26 abril 1898 – Madrid, 13 diciembre 1984) quizás no sea uno de los poetas de la Generación del 27 más leídos hoy día, pero nadie puede dudar de que, ahora que se celebran justo treinta años de su muerte tal día como hoy, sigue siendo uno de los más grandes poetas de este grupo. Aleixandre obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1933 por “La destrucción o el amor” y el Premio Nobel de Literatura en 1977, un galardón que venía a reconocer a toda una pléyade de destacados poetas que se veía representada en el autor de “Espadas como labios“, “Los encuentros“, “En un vasto dominio“, “Antología del mar y la noche” o “Diálogos de conocimiento“, todas ellas publicadas por la editorial Visor . También ocupó el sillón de la letra O en la Real Academia Española desde 1950 hasta su muerte.
Nacido el 28 de abril de 1898 en Sevilla, la familia de Aleixandre se trasladó al poco tiempo a Málaga, ciudad donde hoy la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre le ha recordado en un homenaje frente a su casa de la calle Córdoba. Murió el 13 de diciembre de 1984 en la Clínica Santa Elena de Madrid a causa de una hemorragia intestinal que no consiguió superar. Su cuerpo está enterrado en el panteón familiar del cementerio de la Almudena de Madrid.
“Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, quiero ser tú, tu sangre, esa larva rugiente que regando encerrada bellos miembros extremos siente así los hermosos límites de la vida”.
Ciudad del paraíso
A mi ciudad de Málaga
Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria,
antes de hundirte para siempre en las olas amantes.
Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví, y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.
Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
merecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.
Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores de brillos.
Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida del tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la lucha eterna que instantánea transcurre.
Un soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente fúlgidos como un soplo divino.
Jardines, flores. Mar alentado como un brazo que anhela
a la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!
Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.
De “Sombra del paraíso” 1939.
Ver documental: De Velintonia Al Cielo.
En el Canal YouTube de Algún día en alguna parte: Entrevista a Vicente Aleixandre en TVE (1977).
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