Es imposible ver Guapis (Cuties) (2020) y no pensar o comparar con Euphoria (2019), Spring breakers (2012), El profesor (2011), Thirteen (2003) o Kids (1995)... La lista --incluso la que compongo para cada filme del mismo estilo que comento-- es cada vez más larga. Y más reveladora... Lo sorprendente es que aún se puedan encontrar matices y escándalos para un universo tan pequeño como el de los adolescentes supuestamente descontrolados y salidos.
Guapis (Cuties) es otro de esos filmes que produce sin pausa y con notable mérito Netflix, y que también es el debut en la dirección de la francesa de origen senegalés Maïmouna Doucouré, ganadora de un César por el cortometraje Maman (2015). Como suele ser habitual en en estos debuts, es notable la aportación de elementos biográficos o ambientales conocidos de primera mano; y aquí es donde Doucouré exhibe un póker ganador: mujer, musulmana, raíces migrantes y a medio camino entre dos culturas. No, todavía mejor, un repóker definitivo: añade un retrato de su propia adolescencia atravesado por todas esas etiquetas en conflicto. A los que estamos fuera de ese ambiente nos resulta difícil encajar todos los elementos del drama (nuestro marco mental hecho de sociología occidental nos impide ver más allá del retrato de la pobreza, la discriminación y bla, bla, bla...). Para nosotros resulta intolerable (entre otras coas por el atrevimiento con que lo presenta el filme) la sexualización precoz de unas niñas que aún no saben con qué armas están jugando. Sin embargo, Guapis (Cuties) también plantea la rebeldía familiar de una generación musulmana criada y educada en igualdad formal de género, completamente occidentalizada en cuanto a consumismo, indiferentes a ciertos tabúes religiosos o tradicionales y que por encima de todo desea encajar en grupos de edad mayoritariamente compuestos por personas del clúster sociocultural dominante. No puedo decirlo con mayor corrección y pedantería aséptica... El resultado es un filme crudo, dirigido sin complejos contra el estómago del público, que obliga a mantener la mirada sobre detalles y sucesos que normalmente no nos gusta contemplar sin el filtro del sentimentalismo, pero que aun así no dejamos de comentar superficialmente en nuestras sobremesas a partir de mínimos atisbos en redes sociales.
Me pregunto --después de ver Guapis (Cuties)-- qué queda por decir de los desastres que provoca una precariedad económica compatible con un acceso (fomentado incluso) sin trabas ni control a las redes sociales. A estas alturas ya tenemos identificados todos los problemas de base, las reacciones, los escándalos calculados, el efecto en audiencias marinadas de antemano en el tema... ¿Qué opciones le quedan entonces al cine de ficción para presentar los hechos de forma nueva y militante? Apenas la capacidad de escandalizar, de encontrar un tono y un equilibrio que sean capaces de alterar conciencias de progenitores (no es difícil hoy día). Hacerlo con buen cine y altas dosis de experiencias personales es lo difícil: los mensajes pedagógicos resultan a estas alturas contraproducentes. A posicionarse, hablar o actuar sólo impelen relatos marcados por sentimientos en bruto. Quizá haga falta un nuevo estilo para atraer nuestra decreciente capacidad de concentración. Aun así, Guapis (Cuties) merece algo de ese remanente de atención que nos queda.