Revista Arte
La inauguración del festival de cine y metal (FICIME) que se realizó el pasado 21 de septiembre en la Cinemateca de Bogotá, no sólo fue la presentación de esta segunda edición sino un encuentro audiovisual con el documental Actos de Resistencia: Heavy Metal en Latinoamérica, dirigido por el investigador y docente de Estudios globales y socioculturales Nelson Varas-Diaz, quien estuvo presente en la inauguración, y que en sus palabras, no sólo hace del metal, un asunto académico sino un verdadero concepto de cambio y revolución, como lo han hecho varios grupos o bandas, que han encontrado en el metal verdaderos actos de resistencia. Este cuarto largometraje documental de Varas-Diaz está centrado en tres países latinoamericanos: Guatemala, Colombia y Ecuador, los cuales de una forma o de otra comparten signos de violencia, colonización y corrupción: socio-política, así como de tres experiencias en las que el metal, no sólo como música sino como colectividad, se erige como una forma de resistencia: la educativa, la medioambiental y la de una música que se enfrentó a su mismo entorno de violencia.Varas-Diaz, que ha convertido sus estudios de psicología social, ya no sólo en papers sino en documentales audiovisuales, donde el otro toma protagonismo, y cobra validez en el ámbito educativo, para este caso se entiende al metal, al metalero y al acto musical, como perfectamente lo podrían ser los estudios de género, la estigmatización social y demás.
Guatemala, y educar con el metal?La primera experiencia que nos muestra el documentalista se centra en una pequeña población guatemalteca, en la que un grupo de metaleros, más cercanos a los festivales que a los instrumentos, deciden hacer uso del metal, no tanto para enseñar a los niños, pero sí a través de los festivales de este tipo de música, llevarle a los niños de esa misma población, útiles escolares y de cierta forma , una educación digna; este acto de resistencia, se produce en un país corrupto, con un alto índice de analfabetismo y pobreza - por lo menos en esas poblaciones rurales e indígenas-, que como dice alguno de los personajes: tal vez no será un cambio inmediato, pero en el futuro se verá reflejado en esos niños.
Olas sonoras de ViolenciaEl segundo país visitado es Colombia, en este caso haciéndose énfasis en la banda de Death Metal Masacre y otros grupos, que en sus líricas, no sólo le apostaron por narrativas en contra de la violencia sino en criticar esos mismos fenómenos que ha vívido este país por más de 5 décadas; de cierta forma, en este segmento podemos hablar de violencia combatida con otra forma de violencia - no mortal- como la estridencia de las guitarras, los sonidos guturales y los headbangers. Este es un capítulo especial, no sólo por estar hecho en el país, sino porque en esos minutos, la música y la narrativa de esas bandas, traducen toda la impotencia, desazón y crueldad del país que vivimos.
Medio ambiente y metal La tercera visita del documentalista es al Ecuador, con un grupo que entre la tradición indígena, el metal y el cuidado del ambiente, también nos logran concientizar sobre el cuidado del agua, con un mensaje vehemente y directo. En este punto, podemos hacer eco de alguna respuesta de Varas Diaz en el conversatorio, y en otras entrevistas: si este tipo de música no está atenta a la opresión, y es sólo un elemento de entretenimiento, para qué sirve? Y creo que con esto, también se cierra dicho capítulo.
Un verdadero Heartwork Un gran trabajo documental, no tanto por su forma o estilo, que igual funciona, sino en su contenido, en cómo se le da relevancia al metal en términos tanto académicos como intelectuales/investigativos, como actos de resistencia, elementos decolonizadores y como una práctica no sólo musical sino colectiva en la que puede y es capaz de hacerse conciencia sobre el mundo. Un trabajo en blanco y negro, no precisamente por razones estilísticas, sino por el daltonismo de Varas Diaz, que logra enfatizar en esa capacidad que la música tiene para afrontar la realidad y convertirse como en el titulo del documental, en actos de resistencia, que aunque pequeños son mucho más efectivos, porque llegan al verdadero corazón de la comunidad, en forma de activismo de estridencia y dureza, pero con la capacidad de cambiar, por lo menos el pensamiento del otro.