Si tú, muy ilustre príncipe, hubieras predicho a tus súbditos que regresarías con ellos en un tiempo incierto, y les hubieras encomendado que se aprestaran todos vestiduras blancas y que, así de blanco vestidos, se presentasen ante ti, en el tiempo en que tú vendrías: ¿Qué harías si, después de esto, hallases que no habían tomado cuidado en hacerse con ropas blancas? Mas, en su lugar, que estuvieran discutiendo solamente sobre tu persona, de modo que unos dijeran que estás en Francia, otros que allí en España, otros que vendrás a caballo, otros que en carro, otros que con gran pompa, otros que sin montura o a pie. ¿Tal te agradaría?
Mas aun, ¿qué dirías si disputasen entre ellos no sólo con palabras, sino también a grandes puñetazos, y mandobles, y que unos vinieran a herir o a matar a los otros, al no concordar con ellos? - Vendrá a caballo, dirá uno; en un carro, dirá otro. - Mientes. - Pues, ¡toma!, recibirás un puñetazo. - Y tú esta puñalada en las entrañas. Oh, príncipe, ¿tendrías en estima a unos ciudadanos tales? ¿Qué sucedería si, entre tanto, algunos entre ellos cumpliesen con su deber, siguiendo tu mandato de hacerse con ropas blancas, y los otros por ello vinieran a afligirlos, o a darles muerte? ¿No destruirías con deshonra a estos malvados?
Sébastien Castellion