Mientras el ministro de Cultura diluye la asignatura de Educación para la Ciudadanía en sosa cáustica. Mientras la secretaria de Sanidad y Consumo amenaza a la organización de consumidores Facua por denunciar los recortes en Sanidad, Educación y la subida del IVA. Mientras ni los meses de verano logran hacer muesca en el apabullante desempleo, que sube sin mesura como la prima de riesgo lo hace azuzada por la especulación de casino. Mientras se imponen tres euros por niño que lleve su fiambrera al colegio, convirtiendo el comer bajo techo en un pequeño lujo cotidiano. Mientras el Gobierno entero de Rajoy continúa con los proparativos de su particular viaje a Marte, un planeta desconocido pese a todo, donde la vida tal como la conocemos es inviable.
Mientras todo esto ocurre, el Gobierno promete ahora a Bruselas elevar la edad de jubilación a los 67 años en una mueca grotesca (otra) a los parados, que desearían para sí jubilarse, ya que eso implicaría tener un trabajo. Ahora, la esperanza de encontrar uno más allá de los 40 años queda tan lejana como Marte.
Y me resisto a confinar la maleta en el armario, que es donde habitan los monstruos. Y ahí sigue, apartada en una pared del comedor, ya vacía y cerrada como si guardarla fuera una rendición ante la evidencia de que se han acabado las vacaciones y ya no vamos a ninguna parte, de que nunca llegaré a Marte. Y se me rompe la voz buscando por las esquinas palabras, gestos y miradas para meterlos dentro bien ordenados y limpios y partir de nuevo. Pero me cuestan las palabras, que se me resisten a cada línea. Y me asalta a la mente una: indecentes. Y mientras el barco se hunde y ya ni la orquesta atina con la partitura, desde las bodegas llega una voz rota que canta una canción muy triste para meter en la maleta y llorar igual que ella cantaba.