¿Estarían contentos los malvados separatistas si organizaran un referendum con la pregunta "Desea que su comunidad imaginada forme un estado independiente que reciba por nombre "España"? La opción inexplorada. Os independizáis (territorialmente en la comarca del Priorato, tampoco vamos a dejar a los nuestros al albur de cuatro chalados), y a vuestra nacioncita de la señorita Pepis, de golpes en la puerta de madrugada, de apología de la diferencia y de señalamiento, le llamáis España. Frente al troleo, dobletroleo.
Ya planteando una hipótesis chiripitifláutica de otra forma, la idea sería que los españoles que no somos separatistas y aquellos que no les parecen mal los conceptos de ley y de convivencia hiciéramos un referendum para ver si queremos seguir compartiendo la comunidad política con tarados metafísicos. La política española desde comienzos de los años 80 ha estado marcada por las ocurrencias de última hora de los separatistas (antiguamente nacionalistas, pero creo que a gente como Durán se la van a cargar los primeros: todo fanático soporta mucho mejor al infiel que al hereje. Al hereje jamás se le perdona). Desde la aprobación de los presupuestos del Estado hasta la misma formación de los gobiernos de España, en demasiadas ocasiones nuestros lumbreras de los partidos turnistas han preferido optar por el apoyo nacionalista antes que por el apoyo de otro partido nacional. Y precisamente como se trataba de partidos nacionalistas, las contrapartidas han estado enfocadas exclusivamente a la heterogeneización de la comunidad política, es decir, a su fragmentación.
Independizarnos de los independentistas cambiaría la costumbre política española. Precisamente en nuestros días vivimos un escenario parlamentario impredecible y al que estamos nada acostumbrados: según las encuestas, los partidos turnistas no suman ni los dos tercios requeridos para aprobar una ley orgánica. Cualquier tipo de alianza que cada uno de ellos haga con un tercer partido invalida el apoyo de un cuarto. A duras penas un turnista y los dos siguientes partidos más votados suman apoyos para la mitad más uno de los escaños.
Y sobrevolando este paisaje demoscópico tenemos esa cosa tan graciosa de tener en cuenta en las encuestas a formaciones separatistas. Que digo yo que es un poco raro que un partido político de un país se presente a las elecciones de otro país. Igual soy yo el raro, también puede ser. No descartemos que el Partido Comunista de China se presente a las elecciones de Canadá aunque lo veo poco probable.
Separarnos nosotros de los independentistas o de aquellos que distorsionan la marcha política del país haría que en el momento de que pidieran su reincorporación —cosa de la que no me cabe ninguna duda—, ésta se hiciera conforme a unas líneas de actuación muy claras. Los sucesos que han derivado en la situación actual no se volverían a repetir y el problema, si es que vuelve a surgir, sería asunto a tratar con la experiencia acumulada.
Lo de separar cachitos de los países no es cosa nueva. España es el único país americano que encontramos en Europa occidental precisamente por su historia de separación de cachitos. Ciertamente esto ha sido aprovechado por teceras potencias (aprovechado y previamente animado por ellas). El resultado de esta transformación del orbe hispánico es que el fiel de la balanza se ha decantado hacia el otro hemisferio. Allá encontramos mucha más España que acá. Y el grado de autonomía que disfrutan las diversas partes del mundo hispánico es mera cuestión administrativa. Que precisamente el inmenso grado de fallo instituciobnal que se encuentra en Hispanoamérica sea consecuencia de dividir lo que estaba unido es un asunto del que algún día se encargarán algunos historiadores o filósofos de la historia si es que tal cosa existe.
Ahora bien, este no es el caso. El prusés no es el mismo caso. Aquí no se trata del grado de madurez que alcanzan élites ultramarinas y de la debilidad del poder institucional de una capital tomada por invasores extranjeros. La de ahora es una historia más europea que americana, por eso nos chirría. Esta historia está más emparentada con Adolfo y Slobodan que con Simón y José. Por no mencionar el pequeño detalle de que los separatistas cleptócratas aun pese a sus opiniones disparatadas y sus insufribles poses de reinas del baile son parte constituyente, fulcral, matricial de España tanto como los vecinos de Nogueira de Ramuín o los viejitos de Tánger de quienes nunca nos acordamos.
Además está el asunto de los disparates: esta no es una disputa entre iguales. Esto se parece más al niño repollo que le discute al maestro el Teorema de Pitágoras. Nadie puede permitir que el niño repollo gane diciendo que Pitágoras no tenía ni idea y que él tiene la "voluntad" de cambiar el teorema. Tampoco se puede permitir que en el aula los niños repollo voten a mano alzada el predicado del teorema. Ojo que si se llega a dar el caso, el que tiene la culpa es el maestro.