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Stéphane Hessel, nacido en el otoño de 1917 en Berlin, se instaló a los siete años con su acomodada familia judía en Paris y ha prestado sus servicios en diferentes departamentos del cuerpo diplomático francés. Detenido por espionaje por la Gestapo en 1944, escapó de una muerte segura en el campo de Buchenwald y fue atrapado, y huido, en un par de ocasiones más durante la WWII. Fue como miembro del equipo redactor de la Declaración Universal por los Derechos Humanos, documento aclarativo que adoptó la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, que alcanzó la notoriedad. En 2009, y con ocasión del mitín que organizó el colectivo ciudadano Citoyens résistants d'hier et d'aujourd'hui (Ciudadanos Resistentes de Ayer y Hoy), Hessel recordó que el motivo que impulsó el movimiento de la Resistencia fue la indignación, e incitó a los allí reunidos a que buscasen sus particulares motivos de enojo. En 2010, firma un pequeño texto, con el lema Indignez-vous! en la portada, que recoge parte de las ideas que allí expuso y que al precio de 3 € alcanza rápidamenete el millón de ejemplares vendidos, que ha sido publicado en España con el título !Indignados!
Que un señor que ronda la centuria, próximo en ideales a Hegel y Walter Benjamin, publique un libro de 30 páginas en el que invita a la rebeldía por la reflexión demuestra varias cosas. Por una parte, que no hay más discurso que el que allí se encierra, ni en extensión ni en categoría, haciendo que la máxima de Baltasar Gracián acerca de la brevedad de las cosas quede en entredicho, porque por muy admirable que pueda parecernos su punto de vista sobre el pacifismo, la revolución silenciosa, la franja de Gaza, las pensiones, no profundiza en ello, al menos lejos de las cámaras de televisión, de los platós en los que los galos le entrevistan e invitan a participar en agrios debates. Por otra, que no hay mucho hueco para las expresiones juveniles, o que no saben hacerse notar, pues por mucho que se pondere el papel determinante de las redes sociales en nuestros días, en ellas priman el eslogan, la ocurrencia en dos frases, la autocomplacencia, haciendo que las librerías, la prensa en papel, siga gozando de un gran prestigio y, lo que sigue siendo injusto y admirable, de un peligroso poder, influenciando incluso sobre el resto de colectivos del globalizado mass media.
Es por tanto que queriéndonos adscribir a la exhortación, el ¡Indignaos!, “Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica” firmado por Hessel, que viene sobrado de razones, motivos, valor, nos llega falto de garra, de peso, de oraciones subjuntivas y estampas que ilustren el álbum de las intransigencias. Aunque a la velocidad que trascurren los hechos (tiemblan los birmanos; se desmorona Portugal; los parados españoles, siguen dejándose el futuro en el intento; las mujeres tunecinas reivindican el hijâb sin tener en cuenta que su derecho a cubrirse por estética, tradición o respeto a Dios, da un instrumento represor a las sociedades machistas, anteponiendo su placer al sufrimiento ajeno; Moody's prolonga su periodo de rebajas; las centrales nucleares no se tocan salvo con mangueras de agua...), ligereza propia de los cazas que sobrevuelan Libia en aras de la libertad, no de los barriles de crudo que los asiáticos recién levantados prometían comprarles con monedas brillantes y sonantes, ¿quién tiene tiempo para profundizar en nada que no garantice su supervivencia?
Y es que son tiempos veloces, febriles y confusos estos que me llevan a plantearme si los 2 € adicionales que cuesta el libro en el lado sur de los Pirineos, son el pago al traductor, Telmo Moreno Lanaspa, y al prologuista, un genial, una vez más, José Luis Sampedro que viene a sumar a Gandhi -olvido de bulto- a los nombres de Martin Luther King y Mandela a los que pone de ejemplo Hessel, o el precio del conocimiento por estos pagos, la exclusividad del saber. Aunque he de decir que pese a ello y su brevedad es de lo poco legible y lúcido del tiempo de la Crisis. O tal vez sea que uno se acostumbro a leer, y pensar, con tomos pesados y le pida más a una filosofía que apenas es ni ha.
Stéphane Hessel