Las plazas duras con que los ayuntamientos han sembrado de cemento los espacios públicos de las ciudades son frías, pero es bien sabido que el frío azuza el ingenio y la imaginación y con ellos el debate y el intercambio de ideas nuevas. Los indignados son buena prueba de ello. Los de plaza Catalunya demostraron anoche quiénes son los antisistema y dieron una lección de civismo a esos mozos de cuadra (debería haber controles antidoping antes de las cargas) que les atacaron un día antes. Un cuerpo de policía, por cierto, que pretendía ser modélico y en el que tanto se ha invertido intentando, sin éxito, lavarles la cara y la imagen, que no las ideas, frente a una opinión pública que ha visto las palizas grabadas en la comisaría del barrio de Les Corts a un detenido. De poco o nada sirve el márketing cuando los actos son pura caspa que ensucia de sangre el espacio de todos.
Hoy los indignados, que en Barcelona no debieron dormir mucho anoche, deciden su futuro inmediato y qué hacer a partir de ahora. Ahora, como dice Stéphane Hesse, hace falta comprometerse, todos juntos otra vez en un espacio que no se diluya cuando falta la corriente eléctrica convirtiendo las últimas semanas en un sueño de mayo perdido en el tiempo. No sé si el espacio de los vecinos será el adecuado, demasiado localistas y centrados en sus carencias y, por tanto, fácilmente manipulables con promesas de nuevos y más cercanos servicios. Lo cierto es que, de seguir así las cosas, las plazas se van a quedar pequeñas aunque el conseller de Interior no sea digno del cargo y emprenda una huida hacia delante defendiendo lo indefendible y atacando a la prensa por difundir el atropello.