Alarmante aumento de casos de cáncer, de obesidad, diabetes, asma y alergias de todo tipo en casi todo el mundo. La esperanza de vida con buena salud disminuye desde mediados de los años 2000. ¿Cuál es la causa de esta realidad? Según el último libro del periodista francés Fabrice Nicolino la culpa es de la industria química que lleva un siglo envenenándonos impunemente.
La industria química lleva muchos años presionando gobiernos, creando conflictos de interés y relaciones incestuosas con el Estado. Todo esto en detrimento de nuestra salud. El poder económico y las influencias políticas de la industria química a lo largo de la historia conforman el tema central de la nueva obra de Fabrice Nicolino “Un envenenamiento universal. Cómo los productos químicos han invadido el planeta” (publicado recientemente en Francia). Para Nicolino, la industria química goza de total impunidad y no asume ninguna responsabilidad derivada de sus actos. Es debido a esta impunidad que ha logrado desarrollarse de forma sencilla y rápida.
Todo comenzó en 1914, comienzo de la primera guerra mundial y momento en el que la industria se fusiona con el Estado a través de la guerra. La industria química abastece al ejército alemán de la primera arma de destrucción masiva: el gas de combate. El inventor fue el ciudadano alemán Fritz Haber, quien después de exiliarse acusado de criminal de guerra recibió años después (1918) el Nobel de química por sus trabajos de síntesis del amoniaco.
Luego siguieron más ejemplos de cómo la industria química ha salido siempre indemne de enormes escándalos que, según revela Nicolino, se siguen cometiendo hoy en día.
Europa.
La industria química fabrica y sintetiza decenas de miles de sustancias químicas diferentes. La Unión Europea desarrolló el reglamento REACH (registro, evaluación y restricción de productos químicos) con el fin de controlar a aquellas sustancias cuya toxicidad pudiera dañar la salud pública. El proyecto REACH sólo tiene contabilizadas 30.000 de estas sustancias. Por lo tanto este reglamento no sirve para gran cosa a no ser en el plano comercial. En efecto, Europa dispone de un sello de garantía que avala a aquellos productos fabricados en el continente europeo certificándolos como menos peligrosos. Este sello no es más que un detalle que busca calmar a una población que cada vez teme más a la química. Pero lo verdaderamente significante y la demostración del poder de la industria química es la carta que en 2002 enviaron al unísono los por aquel entonces presidentes Chirac, Schöder y Blair a la Comisión Europea advirtiendo sobre la puesta en marcha del proyecto REACH y las consecuencias que podía suponer para el empleo en el continente. Este hecho puede dar una idea del nivel de presión y del poder ejercido por la industria química sobre la política.
Perturbadores endocrinos.
Sustancias químicas como el ftalatos y los Bisfenol-A, conocidas por su nocividad, especialmente en los niños y las mujeres embarazadas, gozaron de una gran popularidad debido a la concienciación de la población. Actualmente parece como si ya no fueran un problema y raramente aparecen en los medios. Estas sustancias se prohibieron en la fabricación de juguetes comercializados en la Unión Europea, pero no en artículos de higiene personal como dentífricos, jabones y champús (muchos de estos productos contienen triclosan, conocido disruptor endocrino). En este sentido, las políticas de salud pública dejan mucho que desear y se advierte fácilmente la mano de los grupos de presión a sueldo de la industria.
Química verde, la nueva mentira.
Ciertos industriales quieren eliminar la palabra “química” de sus productos con el fin de crear una imagen sana de su actividad. Sin haber llevado a cabo un balance de la química de síntesis, ahora quieren que hablemos de química sostenible, de química verde etc. Sin embargo, el futuro de la industria sigue en manos de quienes provocaron toda una cadena de desastres y que siguen provocándola actualmente (nanopartículas: aún no sabemos el impacto que pueden tener sobre la salud salvo que algunas de ellas pueden aparecer en el cerebro), aunque cada vez más a espaldas de una población cada día más consciente.
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