Estaba convencido de que (500) días juntos (2009) era la cumbre indiscutible del cine indie, que no se podían reunir en un solo largometraje y con más intensidad todos los personajes, situaciones y tópicos de estilo de este género en un guión que no se había dejado ni un solo elemento repertorio por añadir. Bueno sí, quizá se dejaron uno, precisamente el único capaz de mejorar un par de puntos su índice de pureza indie (el mismo que, paradójicamente, mejora su valoración absoluta como filme, al margen de toda relación con lo indie): su final. Creía que ya no tenía que preocuparme y podía cerrar mi cajón mental sobre el tema; pues resulta que no del todo: es cierto que puedo echar el candado al cajón de lo indie, pero justo al lado debo abrir uno nuevo, puesto que compartirá con el anterior bastante contenido, obsesiones y manías. Porque ahora el cine millennial --aka Generación Y de toda la vida para viejunos como yo-- es el cine-anteriormente-conocido-como-indie; y mientras no demuestre un poco más de originalidad no podremos diferenciarlos como dos géneros independientes. Visto con suficiente perspectiva, el segundo no es más que la evolución biológica del primero: los millenials son en realidad adolescentes indies con un trabajo algo más estable, con casi los mismos problemas de adaptación y de relación y unas cuantas neurosis más, sin duda fruto de las responsabilidades laborales y el inminente acceso obligatorio a la etapa adulta que tanto temen y odian (porque equivale a convertirse en sus padres), y con la mayoría de sueños y utopías aún por cumplir. En corto y claro: el mismo perro con diferente collar.
Todo esto venía a cuento de que --con ese notable retraso que me caracteriza para ciertos géneros y temas-- he visto Amigos de más (2013), atraído por la presencia de Adam Driver --calcando aquí al personaje que por entonces interpretaba en la serie Girls (2012-2017)-- y atacado de urticaria por el intento de convertir a Daniel Radcliffe en un actor adulto y homologable que haga olvidar al personaje que le dio fama mundial (al pobre le ha pasado como a Elijah Wood y a buena parte del reparto del Sr. Anillos: por muchos y variados papeles que interpreten, siempre serán el personaje de la saga anillera, nadie les tomará en serio). Mi impresión es que la noventera (500) días juntos ha sido superada, aunque sólo sea por aspectos secundarios: la nueva vuelta de tuerca a la sofisticación de los diálogos, el humor culturetas, los cuidadosamente improvisados cute incident y todas esas cosas que exhibe con fuerza el filme de Michael Dowse.
Empiezo rindiéndome al indiscutible morbo y encanto de Zoe Kazan --nieta del famoso cineasta--, interpretando un papel algo más verosímil que el de Zoey Deschanel aunque más fácilmente encajable en la realidad. Para la parte masculina de la audiencia ese es sin duda su principal valor; para la parte femenina quizá sea la caracterización del entrañable tándem que forman la propia Kazan y Megan Park (que interpreta a su hermana): chicas fuertes, decididas, nada gazmoñas pero --manda el género-- tremendamente románticas, esnobs y perfeccionistas. Pero ya no me veo capaz de destacar nada más; todo tiene pinta de versionado, inspirado, reciclado o incrementado de otro filme previo, y el único interés es comprobar cómo encaja cada previsible pieza en el guión, encubriendo las pruebas que la hacen deudora de esos originales. Puro género millennial, puro romanticismo preadulto.
Con todo, el mérito de Amigos de más es insuflar nueva vida a un género que parecía que ya lo había dicho todo y estaba a punto de colgar el cartel de «Cerrado por derribo»; un título que arranca alguna sonrisa y nos obliga a admitir a unos cuantos que aún hay recorrido para rodar nuevos Guardar como... de una historia canónica y tópica convertida en aspiración generacional y/o modelo de vida. Fascinante objeto de estudio; flojo entretenimiento.