Son ya siete los años que han pasado desde que en este blog traté de describir lo más fielmente posible la triste historia de la Fortaleza de La Mola de Mahón, y treinta y tres desde que volví de Menorca después de cumplir un año de servicio en aquella lejana “mili obligatoria”.
En ninguno de los dos momentos tuve conocimiento de la tragedia que un día de 1953 aconteció en una de las baterías costeras que rodeaban la isla y que se llevó por delante la vida de 23 militares, la mayoría de ellos soldados de reemplazo que salieron de sus casas sin imaginarse que nunca podrían volver.
No fue hasta Enero de 2018, el día en que se asomó a las páginas de mi blog Antonio Fernández Cuevas cuando, recordando su paso como recluta en 1969/70 en el Regimiento Mixto de Artillería 92 en Villacarlos, me preguntó por un accidente del que tuvo conocimiento cuando “chafardeando entre carpetas” descubrió un informe que hablaba de una explosión en uno de los cañones Vickers de La Mola que había costado la vida al menos a 17 personas.
Antonio recordaba la conversación con un Brigada que le explicó lo que allí sucedió y cómo aquel hombre tenía presente la imagen dantesca y los gritos de los heridos, sin piel y totalmente desfigurados que fueron trasladados al hospital donde la mayoría murió más tarde. Una historia tan terrible no podía pasar desapercibida, pero algo así nunca sucedió en las baterías de La Mola. Los casi 50 años que separaban a Antonio de su experiencia militar le habían confundido de ubicación.
Fue un 26 de junio de 1953, a unos 15 kilómetros de distancia, en la batería de Llucalari cuando, realizando unas prácticas de tiro, se desató la tragedia.
Buscando información sobre lo que realmente sucedió, encontré el artículo que en noviembre de 2011 escribió el Comandante de Artillería, Francisco Mata Morro, hijo del Alférez especialista en electrónica de armamento, que estaba destinado en Llucalari aquel fatídico día. La información tanto técnica como humana que aporta de lo que realmente ocurrió es impresionante y dramática por lo minuciosa y descriptiva. Se puede acceder a ella a través de este enlace.
Dos semanas hace que regresé de pasar unos días en Menorca, y además de redescubrir sus paradisíacas calas y sus singulares monumentos talayóticos, de pasear por la señorial Ciutadella y recorrer el incomparable puerto de Mahón, no pude evitar acercarme a lo que un día fue el bullicioso Cuartel de Santiago y que hoy, como un gigante dormido, decrépito y abandonado, guarda en silencio la memoria de los miles de chavales que convertidos en soldados atravesamos sus puertas durante más de cien años hasta su cierre a finales del siglo XX.
También tuve tiempo de acercarme a un lugar emblemático en la historia menorquina y que guarda como ninguno la esencia de la ocupación inglesa que dejó su huella en la isla, Es Castell – Villacarlos.
Construido a la entrada del puerto de Mahón como base del ejército inglés, con su inmensa plaza de armas y sus rojos edificios cuarteleros, pintados del color que utilizaba la armada inglesa para disimular la sangre en las cubiertas de sus barcos, Es Castell no puede escapar de su vínculo con la historia militar de la isla.
En el lugar que un día albergó el Cuartel de Artillería donde Antonio Fernández Cuevas, pasó sus días de mili en 1969, hoy se encuentra el Museo Militar de Menorca.
En él se esconden los vestigios de un pasado militar ligado durante siglos a esta isla tan estratégica que, aunque hoy es una realidad inexistente, marcó sin duda el devenir de estas tierras y de sus gentes. Para mí fue particularmente especial encontrar en una de sus salas el último estandarte del Regimiento en el que durante un año “serví”, el Mahón 46.
Hoy descansa simbólicamente en una vitrina, como imagen de un tiempo que quedó atrás, junto a la imagen centenaria del Cuartel de Infantería de Santiago en una época en que la vida discurría a otra velocidad.
Pero el hallazgo en otro de los espacios, el lugar donde se exponen los recuerdos de la Batería de Llucalari, fue especialmente emotivo.
En una pared con fotos cedidas por el Comandante de Infantería Pablo Cardona Natta, se rinde homenaje a aquellos que perdieron su vida el fatídico 26 de Junio de 1953.
Unas muertes inútiles de hombres vestidos a la fuerza de uniforme, en un tiempo que nadie se planteaba “El incuestionable servicio a la Patria”. Hoy se les recuerda en el mismo lugar donde aquel soldado de 1969, “chafardeando entre carpetas”, tuvo conocimiento la lejana tragedia.
Y aunque tarde, desde 2019 también se les rinde un homenaje y reconocimiento, todos los 26 de junio, en un acto institucional junto al cañón Vickers que todavía permanece erguido en la Fortaleza de La Mola.
DESCANSEN EN PAZ