Revista Comunicación
Y un día, Perú se convirtió en Suecia. Fue cuando los rojos y el blanco del pabellón patrio imaginado por el prócer panregional José de San Martín mutaron en los nórdicos azules y amarillos: los colores de Inca Kola. Si es cierto que el recoleto Jorge Luis Borges se empalagó con el dulzor de la “inverosímil gaseosa” para soportar los rigores físicos de su ascensión a Machu Picchu (como reseña Esteban Peicovich en su libro El palabrista), los jóvenes que buscan la epifanía en el misterio inca traen como souvenir la remera de una bebida, estampada con el logo de reminiscencias prehispánicas. En reemplazo de los íconos nacionales tradicionales, y con un eslogan histórico que refuerza los lazos con un sentir patrio (“la bebida del sabor nacional”), Inca Kola se propone como un heroico foco de autodeterminación en el imperio de la onda dinámica: Perú es uno de los dos países del mundo donde una gaseosa nacional vende más que Coca-Cola. El otro es Escocia. Y aunque el día en que la multinacional yanqui compró parte de la empresa andina el sentimiento popular fuera de decepción ante el sometimiento (¡la traición!) frente a la potencia extranjera, sus colores azules y amarillos siguen siendo una reversión abyecta de la bandera del Perú.
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El antropólogo Miguel Angel Hernández publicó una tesis que investiga la influencia de las marcas de consumo masivo sobre las identidades nacionales.
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“La característica principal era enfatizar la ‘peruanidad’ de ciertas marcas y productos en desmedro de los artículos importados”.
Ahí donde la cocina peruana se haya postulado como Patrimonio de la Humanidad, y con el ceviche convertido en la más provechosa de sus embajadas, una bebida resume las paradojas de la época: es el producto más exitoso en las góndolas de los supermercados y, a la vez, se erige como ejemplo del brutal paso del neoliberalismo por Latinoamérica en la década del 90 y modelo de rebeldía: “La gaseosa de color amarillo y gusto azucarado, comparado con la goma de mascar por turistas extranjeros, hace gala de su compatibilidad única con la cocina criolla costeña, la comida chino peruana, los platos de ascendencia andina y las demás tradiciones culinarias del país”, explica Hernández: “El color también implica una diferencia sustancial con la oferta existente y refuerza la idea de excepcionalidad y ni qué decir del nombre ‘Inca’ y del logotipo, al cual hace pocos años se le agregó el mapa del Perú”.
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La Inca Kola forma parte del grupo de bebidas que existían en el Perú antes de la expansión mundial de las grandes transnacionales de gaseosas estadounidenses, Coca-Cola y Pepsi. La marca se posicionó comercialmente en las grandes ciudades del país, otorgándole una omnipresencia en el territorio, lo cual refuerza la idea de su “peruanidad”. En los 90, la masiva invasión de productos y capitales extranjeros resultaron en el colapso de la industria nacional. Fueron pocos los productos que lograron permanecer en el mercado y muchos de ellos, como Inca Kola, apelaron a ese posicionamiento en el imaginario nacional en sus estrategias publicitarias. A los discursos anteriores se le agregó la representatividad como la bebida “propia” frente a lo invasivo, lo foráneo. El índice de consumo de gaseosas, que era compartido entre varias ofertas, se polarizó entre Coca Cola e Inca Kola. Y la alianza estratégica de ambas empresas despertó una ola de críticas por la supuesta sumisión ante el gigante externo.
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“La inclusión de polos, o remeras como le dicen ustedes, con el logo de Inca Kola surgió como una respuesta social al fenómeno de la globalización”, analiza Miguel Angel Hernández: “Aquí se dio cuando las personas entraron al diálogo con el mundo globalizado y expusieron aquellos elementos característicos que los hacen pensar y definirse como peruanos”.
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El investigador peruano Rolando Arellano sugiere que el nacionalismo emergente surgió dentro de un contexto interno de crisis de valores. Luego del nefasto episodio de corrupción de la década del 90, los peruanos encontraron motivos de orgullo ya no en los símbolos oficiales tan estrechamente relacionados con un Estado corrupto y ajeno a la población, sino en elementos más cercanos y cotidianos, como la comida o la música, a los que se tiene un acceso mucho más inmediato. Y sobre los cuales se puede ejercer una influencia más directa.
NICOLAS ARTUSI
“Más nacional que la bandera”
(ñ, 09.05.12)