Taylor considera que el relato sobre el triunfo de la ciencia sobre la religión no es una lectura obvia de la modernidad. La interpretación "cerrada" de la modernidad es, por el contrario, una especie de "ilusión" ciega a sus condicionantes históricos. La interpretación materialista del "marco inmanente" no partiría de una lectura "neutral" y "obvia" de la ciencia, sino de una ética naturalista que promete la superación del estado religioso de la humanidad, percibido como "infantil" y falto de coraje. Una moral naturalista:
de ciertos "valores", virtudes, excelencias, aquellas que corresponden con el sujeto independiente y no comprometido, un sujeto capaz de controlar sus propios procesos de pensamiento, que es "auto-responsable" según la famosa frase de Husserl. Aquí hay una ética de independencia, autocontrol, auto-responsabilidad, y de desapego que es capaz de proporcionarnos control, una posición que requiere coraje, el rechazo de las fáciles comodidades de la autoridad, de los consuelos del mundo encantado, de la rendición a los sentidos. Pág. 559Esta visión naturalista axiomática, que ve la ciencia en irresoluble conflicto con la religiosidad, sólo aparecería ex post facto "una vez que se acepta la increencia" vinculada con la ética naturalista centrada en el progreso, la superación personal y el florecimiento humano (aunque la observación es interesante, la verdad es que lo mismo se podría decir de las interpretaciones religiosa de la ciencia, a la manera de Plantinga).
En definitivas cuentas, la erudición de Taylor es útil para descubrir distintas trayectorias históricas y culturales que llevan a las interpretaciones naturalistas y no naturalistas del "marco inmanente". Es también un interesante recordatorio de que el camino a la "modernidad" en los últimos cinco siglos -incluso a la modernidad atea- no ha sido asfaltado tanto por las antiguas filosofías ateas y materialistas, sino en buena medida por las ideologías religiosas de la reforma.