El deseo de inmortalidad está presente en los seres humanos desde tiempos inmemoriales. Forma parte, a mi juicio, de la naturaleza humana.
Es el tributo que tenemos que "pagar" por poseer inteligencia abstracta y por el lenguaje especulativo que usamos.
Los animales, en cambio, no son conscientes de la muerte, no saben que un día, inevitablemente, morirán. Y esa puede ser una de sus mayores felicidades de los seres irracionales, la de no saberlo, existiendo en una especie de presente continuo, sin final aparente.
El sueño de alcanzar la vida eterna, o de lograr la inmortalidad está presente desde hace miles de años en muy diversas culturas. Ciertamente, como escribió Unamuno el ser humano quiere: "Ser, ser siempre, ser sin término, sed de ser sin más". La inmortalidad humana nos convertiría, si fuera posible, en seres divinos.
Existe una inmortalidad digital, pero en otro sentido. Ya que todo lo que se publica en Internet permanecerá para siempre. Algo que no parece gran cosa, pero que sí lo es. Hace cuarenta o cincuenta años, no era posible darse a conocer a través del ordenador, y de la red digital existente, y desde hace unas décadas, ya es una realidad innegable. Con la particularidad, bien conocida, de que lo que se escribe y publica en Internet al ser en formato digital no destruye árboles, ya que no se basa en el soporte vegetal o papel.Por otra parte, están surgiendo nuevos procedimientos tecnológicos, como el uso de la nanotecnología, para aumentar la duración de la vida humana, y curar el cáncer. También se están realizando estudios e investigaciones en los campos de la criogenia, la biotecnología y la ciberconsciencia. Aunque también es cierto que la complejidad del organismo humano plantea numerosos interrogantes, acerca de la posibilidad de lograr las metas que son propuestas.
Ya que estas técnicas no resuelven la multitud de cuestiones biomédicas que se presentan, si se pretende alargar la vida, y también mejorar la calidad de la misma, utilizando estos procedimientos artificiales. Los avatares y los seres cibernéticos que propone Bruce Duncan, a mi juicio, pueden ser una especie de entretenimiento, pero no son la solución real a la cuestión de la mortalidad.
Porque un avatar o ser cibernético de un sujeto muerto no es el sujeto vivo, aunque se parezca en sus reacciones en pantalla, ya que puede actuar y contestar, según la carga de datos que ha sido grabada en su sistema digital. Es, en realidad, un simulacro de la personalidad del individuo vivo.
De todas maneras, no se sabe lo que sucederá en este siglo XXI. Las investigaciones en el campo médico, y en el propio de la Inteligencia Artificial pueden ofrecer nuevas posibilidades, e incrementar la longevidad de las personas.
La investigación en Inteligencia Artificial y en Neurociencia, así como en Ingeniería Genética, y otros campos de la ciencia y del conocimiento, está produciendo muy alentadores resultados, pero es preciso esperar algunos años más, para ver posibilidades que todavía parecen propias de la ciencia ficción.
Indudablemente, es cierto que la conectividad y la computación son fundamentales para la resolución de dilemas y problemas. Y, en este sentido, todo lo que se avance en el campo de la informática y la nanotecnología será muy positivo para todos. Además, con los ordenadores cuánticos la capacidad de cálculo, y el procesamiento de datos aumentará exponencialmente.
Según Ray Kurzweil, los avances en el campo de la nanotecnología nos harán divinos, en unos decenios. Ya en 2014 los investigadores han inyectado nanorobots de ADN en cucarachas vivas, y fueron capaces de seguir ciertas instrucciones, y también de dispensar medicamentos.
En relación con la posibilidad de aprender un idioma cargándolo en el torrente sanguíneo del cerebro con los nanorobots, no parece factible, incluso dentro de treinta años. Porque el cerebro es un órgano muy complejo, y con numerosísimas funciones integradas. A esto se añade, como también argumenta David Linden, que existen grandes obstáculos, por ejemplo, impedir que las células del cerebro ataquen a los cuerpos extraños que son los nanorobots, etc., etc.
En cambio, en Estados Unidos e Israel ya han comenzado los experimentos para destruir células cancerígenas inyectando mini-robots en el torrente sanguíneo. Y es que los nanobots son una especie de computadoras del tamaño de moléculas que interactúan con moléculas.