Revista Opinión

Inmunes

Publicado el 06 junio 2012 por Carmentxu

El poder ejerce su fuerza y presión con inmunidad, por encima del bien, del mal y de las leyes de los hombres, sólo temerosos de Dios, y no siempre, pero desde luego sin miedo a las calamidades terrenales ni, por supuesto, a la justicia que, como decía Javier Krahe de la democracia, está también como ausente.
Carlos Dívar es uno de esos especímenes que creyeron (todavía tiene sus dudas) ser rey en un país de lacayos, de súbditos limosneros de esa justicia que se hace la sueca, y él, como presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, con todo el empaque que dan semejantes cargos en la tarjeta de presentación, es quien más puede creerse, aún hoy, su inmunidad: es juez y parte. El problema (para él) es que el juez ya no es él, como hasta ahora, sino la opinión pública que, de tan ojiplática como nos tienen, ya no se nos pierde detalle.

Dívar se está quedando sin argumentos. Lo publica hoy El País. Argumentos de una trama corrupta que alcanza todos los estamentos de las llamadas instituciones, trama que tejen empresarios miserables como los que se beneficiaron del desvío de dinero destinado a ONG’s para beneficio propio, de políticos que colaboraron en éste y otros actos miserables que ya saldrán a la luz, pero que siguen haciendo mientras no les pillen y, cómo no, de jueces malversadores que alegan que van a Málaga a tratar la carencia de juzgados de lo mercantil ante la avalancha de quiebras empresariales por la crisis, cuando en realidad acusan recibo de ese déficit y cargan a las arcas públicas una vida por encima de nuestras posibilidades. Todos ellos se creen inmunes, pero es sólo una percepción subjetiva alimentada por la avaricia y el interés personal.

Resulta paradójico que, precisamente los que denostan lo público y aplauden lo privado como forma de hacer las cosas como Dios manda y medio de enriquecimiento personal bajo la falacia de una mejor y más eficiente gestión sean después los que también más y mejor se aprovechan del dinero público para enriquecerse y destinar los fondos a sus intereses propios. Deberían ser aférrimos defensores. Al final, va a resultar que lo que de verdad importa no es sólo ser rico, sino seguir enriqueciéndose, independientemente de dónde provenga el dinero.

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