Basada en el relato Quemar graneros de Haruki Murakami --incluido en el libro El elefante desaparece (1993), y que inevitablemente remite a otro de título similar escrito por William Faulkner: Incendiar establos en 1939--, vale la pena leer el original literario antes de lanzarse a ver Burning (2018): son sólo veinte páginas y permitirán disfrutar mucho más del filme y apreciar el gran trabajo de adaptación, ampliación y mejora del texto llevado a cabo por su director. Se trata del sexto largometraje del coreano Chang-dong Lee (el último en ocho años). La película exhibe un equilibrio casi perfecto entre las omisiones interesadas --necesarias para el argumento, algunas ya existentes en el relato de Murakami--, el ocultamiento parcial de las motivaciones de los personajes y el convincente desarrollo del itinerario sentimental de su protagonista (un trasunto del propio Murakami en la época en que escribió el cuento; estoy más que convencido). Que cada cual quite el IVA que considere a esta declaración y siga adelante.
La película narra la peripecia del joven Lee Jong-su (Ah-in Yoo), el cual se reencuentra por casualidad con una antigua vecina y compañera de instituto. Ambos sienten una atracción mutua inmediata, pero antes de que todo cuaje ella --Shin Hae-mi (perturbadora Jong-seo Jun)-- le pide que cuide de su gato mientras ella está de viaje por África. Jong-su va cada día a ponerle la comida, pero nunca ve al gato (incluso el espectador llega a dudar de su existencia), aunque ese tiempo que pasa a solas en la casa incrementa su atracción por ella. Jong-su considera que ese detalle del gato ella lo interpretará como una entrega a cuenta para una futura y probable declaración de amor cuando ella regrese... con Ben, el novio que ha conocido durante el viaje. A partir de ahí serán la personalidad y los actos de Ben los que atraparán a Jong-su y al espectador durante la segunda mitad del filme.
Burning presenta dos partes bien diferenciadas fácilmente identificables, da igual si se ha leído o no el cuento original: los que sí lo han hecho perciben el cambio de registro cuando Ben (Steven Yeun), el enigmático personaje que aparece de la nada, desvela lo que será la clave central de la segunda parte de la historia; lo que no lo han leído trazan la frontera tras la primera aparición de Ben, pensando que la cosa va a ir de rivalidades amorosas. Los primeros disfrutarán en esa segunda parte del formidable trabajo de expansión y exégesis de una historia que sobre el papel apenas queda esbozada; los segundos, en cambio, se acoplarán sin problemas a la trama completamente nueva que incorpora el director, en la que consigue mantener la tensión y el extrañamiento respecto a los acontecimientos. Un sugerente escena frente a un crepúsculo semiurbano --igual que en el relato, pero mejorando claramente la localización-- es la que plantea de pronto el giro inesperado de la trama, marcada a partir de ese momento por la obsesión y el deseo. Es como si Murakami hubiera dejado su relato a medias, fascinado por un suceso menor al que no le supo incorporar más que unos trazos de reflexión seudobiográfica; y ahora Lee le ha sabido sacar mucho más partido.
Al final, es como si Murakami, con su relato, hubiera inoculado en Chang-dong Lee la idea de ir más allá de la anécdota inicial; y lo mismo sucede con Ben en un proceso equivalente en la ficción: transmite a Jong-su una idea igual de turbadora y desasosegante. Tanto el trabajo de guión como el argumento van mucho más allá de lo imaginado por Murakami, pero sin contradecirlo en ningún momento: ni el estilo ni el significado último se ven alterados en lo fundamental. Esta adaptación de Lee debería estudiarse en todas las escuelas de cine y masters de literatura como un ejemplo de inteligencia creativa.
No puedo terminar sin mencionar el increíble plano secuencia con el que termina la película, y que me recordó mucho (tanto por el estilo, la banda sonora de Mowg y la situación de los protagonistas respecto a la historia) a El amigo americano (1977) de Wim Wenders; una escena cuya tensión interna --potenciada gracias al hábil desplazamiento de la cámara dentro de la acción-- logra que el espectador desee, a cada minuto que pasa, que no sobrevenga el temido corte el plano que acabará con la historia. En definitiva, un filme que sabe ir más allá de un buen original literario. Una adaptación inteligente y contundente. Un filme notable e inesperado.