Por Elisenda N. Frisach
Para hablar con todo el respeto que se merece una cinta tan recomendable como Inside job es necesario considerarla desde dos perspectivas diferentes: una, en tanto obra de arte capaz de trascender su contexto y otra, en tanto testimonio histórico muy marcado por unas coordenadas espaciotemporales.
Bajo la primera perspectiva, el documental de Charles Ferguson resulta correcto, sesudo, interesante y eficiente, pero nada destacable. Al estar construido en torno a su justa denuncia final, el filme se esfuerza en buena parte del metraje en vender una objetividad imposible, seguramente en un intento de cubrirse las espaldas, pero también de dar rigor y carácter legítimo a la información y a las opiniones manejadas en la obra. La misma voz extradiegética de Matt Damon, por ejemplo, adopta en general un tono grave y serio y el montaje, la piedra de toque de cualquier documental, trata, en vano, de hacerse invisible. Pero la elección de la música, los intertítulos y parte de los comentarios y las preguntas del realizador durante las entrevistas revelan que, si bien Inside job evita de forma consciente la demagogia, va progresivamente desviándose de la (supuesta) imparcialidad en su tramo final, lo que sobre todo evidencia que el propósito primordial de la obra no es artístico sino intelectual.
Y es que, bajo la segunda perspectiva que comentaba, la película es sin duda un alto en el camino ineludible para quien quiera saber por qué él o los suyos se han quedado sin trabajo, sin casa o sin negocio. En efecto: a lo largo de sus 120 minutos, el filme reúne datos y aporta testimonios de los motivos por los cuales en el año 2008 se inició la actual recesión global. Aunque la economía tenga un comportamiento cíclico, en tanto ciencia basada en estadísticas y probabilidades y, por tanto, sometida a un componente nunca al 100% previsible, el mensaje del relato es contundente al respecto: este crac no ha sido motivado por la ignorancia, la incompetencia o el azar, sino por el comportamiento fraudulento, casi mafioso, de las principales compañías financieras norteamericanas.
Estructurada en seis partes, la pieza traza un recorrido, desde Reagan hasta nuestros días, en el que se constata como paulatinamente el lobby financiero americano ha ido corrompiendo las altas esferas políticas de los Estados Unidos, lo que le ha permitido hacer de los responsables de la nación meros títeres de sus intereses, primero al situar en puestos clave de las sucesivas administraciones a la mayoría de sus principales ejecutivos, y luego con las tibias actuaciones de los congresistas ante sus desmanes, extorsionados por las costosas campañas electorales que les han sufragado. Ello ha perfilado una legislación a medida de la industria financiera, sobre la cual se apuntalan dos perversiones del sistema capitalista que otorgan a un puñado de compañías la máxima impunidad: el fomento del monopolio (que obliga al gobierno a rescatar a estas macroempresas en caso de una mala gestión) y la desregularización absoluta del mercado, apoyada en el turbio invento de los denominados “derivados financieros”, término bajo el cual se esconden la especulación y la estafa más abyectas, tal vez por ello calificados con ironía por uno de los entrevistados como “verdaderas armas de destrucción masiva.”
Digamos, pues, que ante esta obra hay que olvidarse de maravillas del género documental de los últimos tiempos como Capturing the Friedmans, Grizzly Man o Exit throught the gift shop; aquí no hay maravilla alguna, sólo horror clínico, vacío. Inside job, en un crescendo a medio camino entre el estupor y el humor amargo, constata la falta de escrúpulos y empatía de los dirigentes de esas grandes corporaciones financieras, cuyo comportamiento irresponsable y avaricioso les acerca peligrosamente a un perfil patológico. Y son ellos, ellos precisamente, quienes dirigen el mundo. La famosa diatriba contra los bancos de Thomas Jefferson (¿quién le acusaría de rojo o antiamericano?) deviene hoy más actual que nunca. Así que absténgase de ver este filme quienes sólo quieran pasar un par de horas entretenidos, quienes les interese el arte exclusivamente como medio de evasión elevado, quienes no estén interesados en la política (frase tan autodestructiva como decir que no están interesados en la salud). El resto deberíamos verlo para recordar, o quizá aprender, cuál es el statu quo del mundo en el que vivimos.