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Inspiración

Publicado el 03 septiembre 2019 por Trescuatrotres @tres4tres

Justo lo que me falta en este momento. Llevo ya varios días temiendo el instante en que me siento delante de la pantalla de mi portátil a escribir porque parece que mis ideas han escapado y no quieren volver. Huyen como si de algún modo supiesen que, una vez transcritas y editadas perdiesen su valor. Trato de convencerlas de que no es así. Que darles la posibilidad de salir de las cuatro paredes de mi cráneo es justo lo que necesitan ¡Abrirse al mundo! Pero aquí sigo, con mis ideas huidas y mis dedos quietos. Sin inspiración.

Como sin inspiración se muestra la rutilante joven estrella del Atlético de Madrid, Joao Felix, que, tras una maradoniana o messiánica jugada en su esperanzador debut oficial, sólo deja disfrutar de su esencia a cuentagotas, espaciadas, cuidadas, casi expiradas. En su descargo vaya por delante que es joven e inexperto, talentoso y prometedor, pero un Adso de Melk en pleno proceso de aprendizaje, al fin y al cabo. La prensa sobreprotege. Su entrenador, su Guillermo de Baskerville, también, aunque exige a su discípulo, como sucede con los dos personajes protagonistas de El nombre de la rosa. No seamos impacientes y démosle el tiempo del que nadie dispone, que recupere su amor por el juego y haga disfrutar a su parroquia.

Pero el Atlético tiene otras vías al margen de la magia o las musas. Se centra en la presión, la intimidación, en la comunión con su animosa (en las buenas) grada. Se centra en correr y en protestar, en transitar sobre la fina línea de los límites, en jugar a ser un grande cuando toca serlo y en ser "el equipo del pueblo" cuando hablan en rueda de prensa. Sí, ese equipo del pueblo del que no queda rastro. El Atlético de Madrid no es un club de inspirados. Es un club de fieles a un mentor con un mensaje de tal fuerza que, supersticiones al margen, suspende la inspiración, minimiza su variable y se centra en martillear como un Uruk-hai ante las puertas del Abismo de Helm.

¿Para qué querrá un equipo como este esas dosis de inspiración? Yo les contesto, para ganar por lo civil cuando no han podido hacerlo por lo criminal. Porque si el resto de los equipos ganan por lo civil o por lo criminal, el Atleti lo hace, al contrario, primero por lo criminal y, si no pueden, lo hacen por la vía civil.

No se confundan, todas mis palabras son un elogio. Es mérito propio el haber adquirido el cartel de favoritos en una Liga que comparte con el FC Barcelona y Real Madrid. Recuerden lo del partido a partido. Antes esa sintonía repetitiva aburría hasta a los más pacientes indios de la estepa mesetaria, ahora solo aparece muy de vez en cuando de modo que hasta el mentor de tal filosofía se da cuenta de lo difícil que es mantenerla. A veces parece incluso que va a aceptar esa condición de favorito ¡Ay, Cholo!

Diego Pablo Simeone es un líder que te puede simpatizar más o menos, pero su propuesta de fútbol es honesta. Ganar. Apretando fuerte. No dejando nada a la casualidad. Porterías a cero y que resuelva la calidad de los de arriba. No la inspiración, mejor la calidad. Que una o dos perlas siempre tienen en plantilla. O tres. Los puristas de la estética, periodistas o aficionados, incluso algún profesional en paro, le afean el hecho de que con la calidad que tienen sus jugadores, sus equipos nunca practiquen el jogo bonito ¿Habrá un juego más bonito que el que culmina en victoria? Sólo los que están cansados de ganar deberían pensar lo contrario. Quizás no, quizás tengamos derecho a que el espectáculo por el que se paga sea consecuentemente bella y formalmente impecable, pero pregunten a la afición atlética. Pregunten, pregunten.

Tres victorias. Por la mínima. Sufriendo. Enviando balones a las mismísimas antípodas. Pero nueve puntos y viene el artículo de todos los años. Las loas. Las alabanzas que describen una verdad que parece no tener retorno. El Atlético forma parte de los tres. Supera al rival urbano en expectativas y favoritismo. Se acerca al dominador de las últimas ligas por derecho. Ocupa muchos minutos en esa prensa que se mira el ombligo para hablar de ella misma y que tantos aficionados del deporte abandonamos para no volver.

Quintos (11-12), terceros (12-13), primeros (13-14), terceros (14-15), terceros (15-16), terceros (16-17), segundos (17-18) y segundos (18-19). El peor resultado, quinto, se dio cuando no entrenó al equipo la temporada completa. Incontestable. La regularidad mostrada no permite el debate. No cuando los objetivos se cumplen sin mácula año tras año. Siempre. Y, sin embargo...

Una Copa del Rey, un Campeonato Nacional de Liga, una Supercopa de España, dos Europa League, dos Supercopas de Europa. Es que encima ha habituado al equipo a tocar plata. A ganar partidos y a ganar campeonatos. Pero es muy defensivo. Demasiado ¿Demasiado?

Dos veces finalista de la Champions League. Es un hito histórico, único. Pienso que, el día que la ganen, el Cholo decidirá que se acabó, que ya no puede dar más. Aunque pueda. Porque siempre puede. Inspiraciones al margen, el currículo que está acumulando el míster cada vez tiene menos huecos que rellenar, sólo queda una casilla.

Y no, no despierta simpatía más allá de sus aficionados. Quizás una pizca por aquello de ver morder el polvo a los otros dos mediáticos. Pero no cae bien al respetable, ni él, ni su Atlético. Eso es virtud. De las mayores. Señal de que las cosas se están haciendo bien. Muy español eso. Admiro desde la distancia a aquellos que me dicen que no querrían que Simeone entrenase a sus equipos. - ¿Aunque gane títulos? - Aunque los gane. Qué sabrán.

De momento lidera una liga que se va llenando de equipos que, aunque algún escalón por debajo, tienen en el Atlético de Madrid a su espejo más pulido. Getafe, Leganés, el otro día me pareció verlo en el Celta de Fran Escribá, el Mallorca, el Granada... En todos ellos hay rastros de equipos más que aguerridos y más que intensos. Por algo será.

El Cholo y su Atlético de Madrid instalados en la élite y erigiéndose en ejemplo a seguir. Y, todo esto, sin que la inspiración del joven Joao Felix haya tenido que hacer acto de presencia. Esa misma falta de inspiración que apenas ha sido capaz de alumbrar la hilera de palabras cuyo rastro aquí termina.


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