Hoy te voy a escribir directamente a ti, aunque sé que no vas a leerlo y tampoco tengo ninguna prisa en que ahora lo hagas. Aún eres pequeñita y todo este jaleo mentiroso y frenético de las redes sociales, los móviles y los relatos, quiero que aún queden lejos de tus manos para preservar -en lo que pueda- esa maravillosa inocencia que tienes.
Es la vena protectora de papá: ya sabes que tengo un pequeño siciliano dentro y que cualquier cosa que te concierna a ti también me duele a mí, así que, por el bien de ambos, haré lo que esté en mi mano para que, lo que tenga que llegarte, lo haga a su debido tiempo minimizando los daños.
Es complicado, ¿sabes? Ninguno nacemos con un libro de instrucciones: ni para ser hijos ni para ser padres, y en el caso de los adultos, intentar mantener cierto equilibrio entre tener autoridad y ser un confidente de tus hijos se puede volver dificultoso a medida que vais creciendo. Todos queremos tener vuestra confianza; ser el referente al que podéis acudir cuando necesitéis algo, cuando dudéis, cuando sufráis o cuando disfrutéis. Pero también tenemos la obligación de educaros para que crezcáis en entornos saludables, para que valoréis lo que tenéis y para que discernáis sobre lo que mejor os viene, y lo que es o no es necesario.
Hay que orientar pero no limitar. Hay que aconsejar obligando lo menos posible. Hay que educar pero dejando que desarrolléis personalidad, gustos y prioridades. Si le preguntáramos a tres personas diferentes, cada una nos daría una opinión distinta sobre cómo hay que instruir a los hijos: desde ese malentendido “buenrrollismo” suavón que os convierte en verdaderos pasotas, hasta la desaconsejada rectitud más extrema que os transforma en enemigos y rebeldes.
No debe ser fácil comprobar que la dedicación, el tiempo y el cariño invertidos, dan como resultado una persona radicalmente distinta a lo que uno querría haber criado, pero aún así tendremos que quererlo y respetarlo. Tampoco debe ser fácil vivir en un entorno que te lleve por un camino que a ti no te gusta, de ahí la fragilidad de los hilos que atan hoy en día a padres e hijos. Yo tuve mucha suerte con mis padres y sólo quiero que, cuando tú seas mayor, puedas decir lo mismo de mí.
De momento, lo único que me interesa es que te sientas a gusto y contenta conmigo, que te guste pasar tiempo junto a tu padre, que yo pueda estar siempre que me necesites y que sigas ese camino genético que te está enseñando a ser una mujercita cariñosa, con carácter, sensible, espontánea, inteligente, fuerte, divertida, soñadora, coqueta, obediente, simpática y educada.
Quiero que te críes teniendo un poco de todo pero sin ser caprichosa. Quiero que valores la suerte que tienes de estar rodeada de personas que te adoran y que lo dan todo por ti. Quiero que entiendas que las cosas se hacen por tu beneficio, y que estás por encima de cualquier otra prioridad de mi vida, anteponiéndote a mis propias necesidades personales. Y no me escucharás quejarme de eso. No es un sacrificio para mí: no lo es porque tú me das tanto con tan poca edad, que nada de lo que yo pudiera hacer al margen de ti llegaría a compensarse jamás con uno sólo de tus abrazos apretados.
No hay dolor más grande para mí que el de saber que te pones mala y no puedo estar a tu lado, ni pena más grande que la de saber que te harán sufrir sin que yo logre evitarlo, ni rencor más grande que el que yo le tendré a quien no te trate como merece la reina de mis pensamientos, la dueña de mi corazón, la niña de mis ojos…
Siempre me gustaron los niños, ¿sabes?, pero no tenía ese espíritu paternal que otras muchas personas sienten en los adentros. Yo no sentía esa necesidad de dar vida para desarrollarme plenamente como individuo. Sin embargo, cuando nos quedamos embarazados, eso cambió. Fíjate que hablo en plural, porque si bien tu peso físico lo soportaba mamá, papá nunca estuvo ajeno en todo el proceso de traerte al mundo.
Los padres no tendremos jamás ese íntimo vínculo que sienten las mujeres con sus críos al experimentar el crecimiento en las entrañas, pero eso no nos hace menos participativos en el proceso de la gestación, ni nos aleja un ápice de la maravillosa sensación de saber que somos capaces de hacer algo tan hermoso como tú. Tema aparte es que se nos sepa valorar adecuadamente. Hay mujeres que lo hacen y otras que no.
Yo ya te adoraba desde el mismo momento en el que escuchamos tu latido por vez primera en una ecografía borrosa. Tus primeros movimientos, tus primeros rasgos… Verte nacer fue lo más hermoso que me pasará en la vida. Lo sé. Da igual todo lo bonito que esté por venirme: jamás será como aquel frío día de enero en el que te miré por primera vez a los ojos.
Ese día, papá se convirtió en un hombre de verdad, con todo lo bueno y todo lo malo que eso conlleva. ¿Sabes por qué? Porque al cogerte por primera vez en brazos para ponerte sobre el pecho de tu madre, brotó en mí ese instinto animal que los humanos (como mamíferos que somos) aún llevamos dentro.
Fue en ese momento cuando supe a ciencia cierta que yo, por protegerte, sería incluso capaz de matar, vida mía.
P.D. A la de los ojitos oscuros como el chocolate. A la rubia de mis amores. A mi pequeña compañera de fatigas. A mi niña…
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