El siguiente artículo está basado en un suceso que aunque surge en un ámbito educativo es válido para ser trasladado a relaciones familiares, de amistad, laborares y para cualquier otro círculo en el que nos desempeñemos.
Trabajo en un instituto de inglés y en el año 2012, tuve la oportunidad de implementar un “plan piloto” utilizando Ipads en diferentes cursos para el dictado de clases en dicho idioma.
Al principio la idea me pareció brillante, desafiante y, fundamentalmente, que a mis alumnos les iba a encantar, resultándoles muy motivador tomar clases con estos dispositivos tan novedosos.
Al retrotraerme en el tiempo, reconozco que mi amígdala cerebral debe haberme jugado una mala pasada: evaluando en 125 milisegundos eficacia por eficiencia. Es decir de lo que es bueno (alcanza para la supervivencia) a lo que es ser grande (con el fin de trascender). “De la eficacia a la grandeza”, como rezaba Stephen Covey. (2)
Al transcurrir el tiempo, la idea no se me fue de la cabeza… evidentemente, mis Lóbulos Pre-frontales se habían puesto a trabajar: procesando y analizando la información, utilizando las capas superiores de mi cerebro cognitivo y ejecutivo, lo que me permitió hacer un juicio crítico. Consecuentemente, me di cuenta de que dicha implementación estaba muy lejos de poder complementarse con mi filosofía de “compartir, a diestra y siniestra” conocimientos para desarrollar la Inteligencia Emocional.
Después de transcurridos aquellos 125 milisegundos iniciales, lo primero que se me vino a la mente fue: “La tecnología vino para quedarse, de eso no hay dudas, y más vale que aunque nos implique, especialmente a los adultos, salirnos de nuestra zona de confort (es decir, de lo que conocemos para aprender cosas nuevas) si juzgamos sabiamente, concluiríamos que debemos adaptarnos a estas nuevas tecnologías.” Es cierto también que, para quienes nacimos antes de los ´90, implica un trabajo arduo. La computadora, celular o cualquier otro dispositivo electrónico que compramos el año pasado y que tanto nos costó aprender a manejar, en meses se convierte en obsoleto. Debemos seguir aprendiendo. Esto está muy bien, pero, ¿hasta qué extremo?
Después de haber escuchado y leído mucha información sobre el “cerebro social”, la “inteligencia emocional” y la “comunicación efectiva”, me siento un poco parca a la idea de usar la tecnología para todo. La naturaleza concibió el cerebro social para la interacción cara a cara, no para el mundo virtual. Esto, por supuesto, no supone que tanto en mi institución como en tantas otras no se utilicen tecnologías como un aliado del proceso enseñanza y aprendizaje en proyectos realizados por alumnos (videos, blogs y Power Points) pero con técnicas de aprendizaje cooperativo.
En el momento de la decisión de los Ipads para mis cursos, seguí mis creencias: si quería alumnos que además de contenidos crezcan en la Inteligencia Emocional, no iba a permitir que las únicas dos horas semanales que comparten en este espacio de aprendizaje e interacción, sean regidas por una máquina, perdiéndose así la posibilidad de conversar “cara a cara” sobre sus sentimientos, experiencias, anhelos, etc. Dudo que en lo cotidiano abunden espacios para los mencionados intercambios, los cuales ponen en juego las inteligencias inter e intra personales, bases fundamentales en el desarrollo de una buena Inteligencia Emocional.
Nuestro cerebro es social, por lo tanto, para desarrollar la Inteligencia Emocional necesita de otros cerebros“en vivo y en directo”.
El 85% de la comunicación se realiza de forma no verbal y, no puedo evitar preguntarme qué diría Paul Ekman, el gran estudioso y experto mundial en expresión facial y emociones, si leyese los mensajes de texto que se envían en la actualidad:
, =), , o), un poco simplista la simbología emocional, ¿no?El lado oscuro entra en escena cuando por “abusar” de la tecnología, perdemos la conciencia de la empatía: percibir lo que piensan y sienten los demás sin que nos demos cuenta. Enviamos permanentemente señales sobre nuestros sentimientos mediante tonos de voz, expresión facial, gestos y muchos canales no verbales. La capacidad de descifrarlas varía enormemente de persona a persona, y en la comunicación virtual (e-mails, mensajes de texto y chats) estas señales no existen.
Además, las neuronas espejo juegan un papel primordial en el contagio emocional, son la base de nuestros comportamientos empáticos, y en el mundo virtual poco tienen para lucirse. (3)
“La empatía es el componente esencial de la compasión. Tenemos que darnos cuenta qué le pasa a la otra persona, qué siente, para que se despierte la compasión. Este proceso finaliza cuando empezamos a tener sintonía, y continúa con el establecimiento de una empatía, la comprensión de sus necesidades, la preocupación empática y por fin la acción compasiva, cuando le prestamos ayuda.” (4)
Las tecnologías conectan:
Se reconocen los beneficios de la Web 2.0: el correo del correo electrónico, poder navegar en la web, estar conectados con el mundo. Es más, hasta nos permite cosas que en tiempos pasados hubiesen sido impensables como estudiar. Hoy las carreras “on-line” les dan acceso a muchas personas que por motivos personales, laborales, de distancia (incluso se puede estudiar en otros países), no podrían hacerlo de otra manera.
En este sentido, es importante tener en cuenta que el celular con los mensajes de texto suele ser muy útil también siempre y cuando se tomen ciertos recaudos.
Las tecnologías que desconectan:
Al no tener el registro de la expresión de la persona con la que nos estamos comunicando, y por la inmediatez que implica mandar un mensaje de texto, un e-mail o un chat las personas solemos malinterpretar los mensajes que recibimos. Por ejemplo, esta rapidez, hace que comúnmente omitamos tipear una coma:
“La riqueza de la “coma” (5):
Una coma puede ser una pausa, o no:
“No, espere.”
“No espere.”
Puede hacer desaparecer tu dinero:
23,4.
2,34.
Puede crear héroes:
“Eso solo, él lo resuelve.”
“Eso, sólo él lo resuelve.”
Puede ser la solución:
“Vamos a perder, poco se resolvió.”
“Vamos a perder poco, se resolvió.”
Cambia una opinión:
“No queremos saber.”
“No, queremos saber.”
¡La coma puede condenar o salvar!
“¡No tenga clemencia!”
“¡No, tenga clemencia!”
La coma hace la diferencia entre dos puntos de vista.
“¿Cómo se relacionan los cerebros sociales cuando miramos un monitor y no directamente a otra persona?”
Contamos con una pista crucial sobre los problemas que presentan estas comunicaciones desde los inicios de Internet… Esta pista crucial son los mensajes ofuscados que se envían cuando la persona se altera un poco (o mucho) y la amígdala toma riendas de la situación, con lo que se escribe arrebatadamente y se hace “Click en Enviar” sin haberlo pensado bien.
A continuación, ese producto de secuestro amigdalino aparece en el buzón de entrada del otro individuo. El termino técnico más adecuado sería “ciberdesinhibición”, porque se ha comprobado que la conexión entre el cerebro social y la pantalla, libera el control que suelen tener sobre la amígdala las zonas pre-frontales, más razonables.” (4)
Esta “ciberdisinhibición” la he vivido no sólo con e-mails, sino mensajes de texto: personas que no se animan a “dar la cara” y, mediante un mensaje mandan sin ningún tipo de empatía y, por tanto, sin importar el efecto emocional que produce en la persona que lo recibe cualquier tipo de mensaje. Esto habla de una muy pobre inteligencia emocional, de un desarrollo de la empatía nulo, y, hasta me atrevo a decir, falta de amor y compasión. Este tipo de “ciberdisinhibición”, puede llegar a causar graves problemas laborales, sociales y hasta familiares.
Conectando para trascender:
Como señala Shirky, que estudia redes sociales y la web en la Universidad de New York, “las redes sociales tienen un potencial inmenso para multiplicar nuestro capital intelectual. (6) Se trata de una especie de “supercerebro”: el cerebro ampliado gracias a Internet.” Con todo esto, en su justa medida y con responsabilidad, con un verdadero y comprometido trabajo cooperativo se logran “supercerebros” que aprenden y producen elementos muy creativos, innovadores, interesantes…
Es, sin dudas, tarea de los educadores (padres y docentes) y de capacitadores en empresas, ajustar estas conexiones y desconexiones que producen por el uso de la web 2.0 para que podamos aprovecharlas al máximo: para no creernos que las tecnologías que manejamos nos hacen mejores, sino para que nos ayuden, para aprender, poco a poco, a desarrollarnos como mejores seres humanos.
-En este artículo se ha utilizado metafóricamente el término “cerebro 2.0” haciendo una analogía entre dos términos (cerebro y Web 2.0), de tal manera que para referirse a uno de ellos se nombra al otro.-
Nota: “El término Web 2.0 (acuñado en 2004) comprende aquellos sitios web que facilitan el compartir información, la interoperabilidad, el diseño centrado en el usuario y la colaboración en la World Wide Web (www). Un sitio Web 2.0 permite a los usuarios interactuar y colaborar entre sí como creadores de contenido generado por usuarios en una comunidad virtual, a diferencia de sitios web estáticos (Web 1.0) donde los usuarios se limitan a la observación pasiva de los contenidos que se han creado para ellos.” (1)
Prof. Nse. Alejandra del Fabro
Oradora en Asociación Educar.
Fundadora del Instituto de Idio+delfabro.
Aplicando las Neurociencias, la metodología pedagógica de su instituto se basa en los procesos enseñanza-aprendizaje compatibles con la forma en la que aprende el cerebro.
Partner DANA Foundation, New York, USA.
Referencias:
(1) Definición de “Web 2.0”, fuente Wikipedia.
(2) Covey, Stephen “Los siete hábitos de las personas altamente efectivas” Paidós Ibérica (1989) y “El 8º hábito” Paidós Empresa (2004).
(3) Rizzolatti, G. y Sinigaglia, C. “Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatía emocional” (2006) Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
(4) Daniel Goleman, “The Brain and the Emotional Intelligence: New Insights”, Kindle Edition, 2012
(5) Transcipción de Imagen publicada en Facebook, autor anónimo.
(6) Shirky, Clay, “Here Comes Everybody”, Penguin Press, New York 2008
Agradecimiento por corrección de texto: Prof. Nancy Díaz y Prof. Florencia Zambaglione.