Lo visible es la prueba de lo invisible, Hasta que lo visible se haga invisible y sea probado
Canto a mí mismo, III, Walt Whitman
El título de este libro es doblemente significativo, Intemperie refiere la desprotección a la que estamos expuestos y también que lo que vemos es una manera de no ver.
No es mi propósito comprender la totalidad de este libro, que a su vez encierra dos textos, cuyas diferencias, el lector, fácilmente puede advertir.
Me voy a detener en un poema que creo representativo, y que, equivale a un pequeño cuarto de esta casa, laboratorio o proyecto que es todo libro. Pertenece a una serie de la primera parte compuesta por veinticuatros textos, dice así:
X
(Árboles en otoño)Heme aquí frente a vosotros desprovisto
del verde ayer que nació y murió y renacerá
en vuestras carnes.
Escucho el clamor de la desnudez
tal como la respiración de un lenguaje secreto.
Escucho la música de los colores
en el contoneo de vuestro ramaje.
Cargados de furor y dulzura os desprendéis
de todos los nidos -himno o elegía-,
sed de oscuridad esta caída leve y obediente
que deja a la mirada sola y confusa.
La perspectiva que elige el autor se aparta de la mirada común: Lejos de las tierras roturadas/ y de las acequias agonizantes,/ alejado de los almacenes de escombros (I) Busca más allá de las ciudades, de ese cerco que los especuladores estiman como su mejor pieza. Se sitúa en un más allá: Busco, allí donde noche y luz se unen/ en alfaguara,/ donde la ola del ramaje/ propaga un fuego verde...
Delimita su actuación: En el lugar sin morada seremos/ tercos rastreadores/ del alba.( IX).
Conocida la posición de poeta, la intemperie, donde el yo se enfrenta a lo desconocido. Trataré el poema elegido, único de la serie al que ha puesto título.
Heme aquí ante vosotros...Hay un yo y un tú o vosotros, que representan la naturaleza y el hombre. ¿Quién toma conciencia de estar ahí? Se trata de un yo que mide el tiempo por ese verde, ahora ausente, aunque tiene la seguridad de que volverá a aparecer: Renacerá.
La fuerza de la naturaleza es imparable, su repetición y continuidad están aseguradas. El verde iguala al hombre con el árbol por ser también carne.
El sujeto del poema escucha el clamor de la desnudez. La belleza es el desnudo femenino, decía Juan Ramón Jiménez. Los árboles, tras perder sus hojas, muestran las ramas que se levantan como brazos en oración, lenguaje secreto, pues la oración no tiene por qué ser entendida. Podemos suponer de lo que trata, quizá de la angustia, la agonía, la grandeza y la miseria, del misterio que es el hombre, del misterio que es el árbol.
Quien contempla percibe su existencia, asiste a otro lenguaje, estamos ante un monólogo casi sagrado. La naturaleza tiene vida propia, posee otra morfología y otra sintaxis, pero el hombre no sabe, aunque oye, es incapaz de traducir.
Afirma después que escucha la música de colores, idioma universal, Refiere así que la sinestesia podría ser un medio idóneo para este conocimiento, tendríamos que reeducar nuestra manera de percibir, quizá volver a otro orden, el color se transforma en sonido, esta traslación rompe con la percepción de un mundo organizado. Nos sentimos en otro nuevo, recobramos una hipersensibilidad que parecía ya destinada a la guardarropía. El secreto, lo que no entendemos, continúa, pero recuperamos su existencia, que se convierte en compañía. El poeta que está destinado a adivinar, a veces se convierte en un hacedor de misterios, porque estaban ahí, pero invisibles.
En los árboles desnudos, desprotegidos los nidos, que fueron himnos o elegías, el viento y la lluvia los arrastra, caen. Himno y elegía no son distintos, el canto de la creación lleva implícito el canto de su destrucción. ¿Qué significa? Que aquello que hemos perdido, vuelve a renacer. Si es así, la tristeza de su desaparición nos lleva a la alegría de su restauración. Este comportamiento sería lógico, todas las primaveras renace la naturaleza, sin embargo, el mundo del hombre tiende a la arbitrariedad. Lo que se destruye, se convierte en recuerdo, entra en otra realidad.
Este proceso de la naturaleza, el autor lo convierte en sed de oscuridad. Cuando desaparecen las hojas, cuando el árbol alcanza el desnudo y los nidos caen, encuentra que, todo lo que vemos, es también aparente. La presencia de estos árboles, su proceso repetido, le conducen a la soledad y la confusión. ¿Por qué? Porque hubo un tiempo en el que árbol y hombre permanecieron unidos, vivieron en armonía, sin embargo, cuando esta simbiosis terminó, naturaleza y hombre siguieron caminos distintos.
Un árbol nunca está solo, su raíz lo une a la tierra, sus ramas pueblan el aire. Mientras que el hombre, destinado a la abstracción, como cambia de lugar, como habla, como cree ver, nunca está seguro. Ser confuso es el hombre.
José Luis Martínez ValeroJOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO, Águilas, 1941, Catedrático de Instituto. Ha publicado: Poemas, 1982, La puerta falsa, 2002, La espalda del fotógrafo, 2003, Tres actores y un escenario, 2006, Tres monólogos, 2007, la plaza de Belluga, 2008, El escritor y su paisaje, 2009, Libro abierto, 2010, Merced 22, 2013, La isla, 2013, Daniel en Auderghem, 2015, Puerto de sombra, 2017, Sintaxis, 2019, próximo: Otoño en Babel.
INTEMPERIE
José Luis Zerón Huguet
AD VERSUM
EDITORIAL SAPERE AUDE, OVIEDO 2021
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