Regreso al Ultramundo con un rare cult de mediados de los 50, Dementia. Dirigida (más omenso) por John parker en 1955. Cine beat, noir de la mente, evocación e invocación. Un experimento y una experinecia:
(…) En el segundo aspecto lo que la diferencia de otros acercamientos a la locura en el cine USA de su época, es que la suya es una mirada no tanto al interior como desde el interior. Asumiendo la lógica de una mente degenerada, literalmente degenerada, que ha perdido la capacidad de discernir lo vivido de lo alucinado. Más incluso, una mente donde la alucinación, como estado, ha suplantado de modo natural a cualquier otra cosa. Pensar que todo el film sucede dentro de la protagonista y que esta nunca abandona la habitación de motel donde se encuentra nos puede dar una idea del planteamiento minimalista y desafiante que David Cronenberg había propuesto en su día para hacerse cargo de la adaptación del American Psycho de Brett Eston Ellis. Tratamiento este alejado del tono satírico-caricaturesco que impondría la nada despreciable adaptación final por para de Mary Harron en el año 2000.
Es esta característica de traumfilm, de película soñada, el nexo directo con sus más claros precedentes y “continuantes”: El gabinete del Doctor Caligari, el surrealismo buñueliano, la poética de lo barato del Edgar G. Ulmer de Detour, capaz de convertir un microscópico noir sin medios en una experiencia onírica, lo que le presta a Dementia su molde de género y la conecta, prospectivamente, con el tratamiento (conceptual y formal) que al mismo le a suministrado David Lynch a lo largo de su carrera, y finalmente Polansky y su Repulsión, emparentada con esta por la vía de la paranoia-represión sexual femenina liberada por medio de una espita con formas de alucinación y violencia.
Confiando en la expresividad de la imagen y amparado en la fascinación connatural al medio, el conjunto prescinde del diálogo, que no de la música o de determinados sonidos, para provocar un estado particular en el espectador mediante la dialéctica surrealista entre la mímica del mudo de los actores, el montaje sincopado, de gran agresividad al igual que el trabajo de cámara, y la lógica del sueño. La fotografía es descaradamente expresionista, o noir-expresionista esa forma particular del expresionismo tan norteamericana, la puesta en escena abigarrada, de un barroquismo febril, wellesiano, y el tempo jazzístico, musical, determinado por el sonido del compositor de vanguardia George Antheil, reforzado por el combo de Shorty Rogers en la larga secuencia del club.
El resultado, al cual no le falta precisamente pretenciosidad, es una alucinación del noir mezclada con una sesión psicoanalítica extrema (la historia, o así, se centra en la desesperación de una muchacha que sufrió abusos familiares y que busca, durante una noche, escapar de si misma a través de la degradación y la violencia mientras es acosada por recuerdos y culpas de todo tipo. En realidad una narración circular, un viaje si desplazamiento, un sueño dentro de otro sueño de hiperrealidades superpuestas), dando como resultado una pesadillesca aleación de expresionismo y simbolismo (cada plano, cada elemento tiene un significad), de naturalismo sórdido y estilización arty, que la imagen traduce con fuerza y la voz en off se encarga de subrayar machaconamente. En descargo del film hay que añadir que esta narración es un añadido a posteriori, un pegote de moda que puede verse en muchos productos de la época y que aquí se emplasta buscando una imposible comercialidad que vendiese aquello como un film de terror. A lo cual responde también el retitulado como Daughter of horror. Obviando esto lo que queda es una insólita experiencia de abstracción be-bop, psicodrama freudiano y cine alterado Todo en 45 minutos. O en más, según la versión que caiga en vuestras manos. (leer)