Corea
Uno de sus amigos utiliza los comentarios del blog para quedar con él, también para alguna cuestión personal.
De forma espontánea crecen las visitas del blog, también la participación de extraños.
Decide responder a todo aquel que se molesta en comentar sus entradas. El blog empieza a convertirse en una hidra que devora todo su tiempo.
Él sólo quería saber si a los ojos de los demás escribía bien o mal. Se da cuenta de que la cuestión se ha desplazado, ya no importa si escribe bien o mal, ahora sólo importa escribir, alimentar los comentarios con otro post. Lo curioso del asunto es que ningún comentario pretende valorar su escritura, todos se centran en el asunto, la idea que se trata en el post, ninguno en la forma, todos en el contenido.
Recibe el primer insulto y decide borrarlo.
Aunque las visitas de su lectora coreana han seguido persistiendo, no ha recibido más comentarios de ella. Cuando revisa las estadísticas de su blog sólo aparecen dos países: España y Corea del Sur.
Con el segundo insulto decide hacer un ejercicio de estoicismo. El comentario dice: “Eres un cerdo”. Él contesta: “Gracias por tu comentario”. Cada nueva brutalidad queda enmarcada con una respuesta extremadamente educada; a más procacidad más delicadeza.
El protagonista del blog deja de ser lo que él escribe y pasa a ser lo que los demás comentan. Lleva seis meses con el blog, ha escrito treinta entradas y ha recibido cuatrocientos comentarios.
Entiende que si hay algo realmente específico de la escritura de un blog, algo que sólo puede darse en un blog y en ningún otro ámbito, ese algo son los comentarios. A través de los comentarios el blog se legitima, el blog respira, el blog es.
Cuanta mayor carga de actualidad atesora su entrada más participación recibe. Escribe sobre asuntos que suceden en el transcurso de una semana. Más allá no hay nada.
Comprende finalmente que su blog, internet, el mundo virtual, es un muro gigantesco en el que cualquiera puede dejar su pintada. Él pone el motivo, los demás emborronan su propuesta.
Piensa que su labor consiste en levantar un muro y que si él no lo hace lo hará otro, pero haciéndolo se siente necesario, siente que los comentarios se suceden gracias a su labor.
Cada mañana, antes de partir rumbo a la oficina, comprueba los últimos comentarios y, comprueba también, que su lectora coreana sigue ahí.
Pasados tres meses su lectora coreana desaparece. Espera su vuelta en vano semana tras semana. Entre tanto, los comentarios arrecian.
Para recuperar, en el mapa de sus estadísticas, Corea del Sur, escribe un breve artículo acerca de los inmigrantes españoles que deciden volar a tierras coreanas. A las pocas horas de publicar el post, recibe el siguiente comentario: “Yo viví en Corea del Sur durante diez meses, ahora trato de olvidar todo lo que me pasó allí”.
Hasta ahora ningún comentario (excepto los de sus amigos) contenía asuntos privados. Piensa que todo lo que ha sucedido, desde que decidió crear su blog, ha sido ajeno a su voluntad. No sabe si contestar o no a su lectora coreana. Piensa que la comunicación es una utopía y que todos los comentarios que ha recibido hasta ese momento responden a otra cosa, contestan a otro mensaje que no está escrito. Piensa que a nadie le interesa realmente su blog, y piensa, en definitiva, que lo único importante es aquello que pudo pasarle a su lectora coreana, aquello que quedará para siempre oculto, sepultado bajo la montaña de comentarios que ya no piensa leer.
Decide cerrar el blog. Antes de presionar el botón “borrar”, se le escapa algo parecido a una leve carcajada.
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