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A mi alrededor constato que aquellos que, por diferentes motivos, pasamos mucho tiempo conectados a la red cada vez nos cuesta más trabajo leer 10 o 15 páginas seguidas de una novela o un ensayo sin que nos interrumpa el último whatsapp, tuit, mail o comentario de facebook. Antes, hace muy poco, esto era muy fácil de solucionar alejándote del ordenador y leyendo en otros espacios de la casa. Ahora, desde hace unos pocos años, con los smartphones y los tablets, la desconexión es prácticamente imposible sin caer en un talibanismo tecnológico igualmente perjudicial. Además, no la solución no creo que pase por cerrar las puertas de acceso a la red porque tal vez el tecnológico sea el aspecto menos relevante del problema. La novedad, lo diferente, es el ansia, la necesidad, la adicción a la conexión permanente, a revisar tu smartphone o tu ordenador, aunque no hayas recibido ninguna alerta, como un acto reflejo, como un drogadicto en busca de sus dosis, buscando el estímulo digital al que nos hemos acostumbrado, y que nos facilita la pérdida de concentración en esa actividad tan costosa que es la lectura atenta y en profundidad.
Hay un aspecto que tal vez aún esté pasando desapercibido y con lo que no creo que se contara cuando se glosaban los beneficios de la construcción colectiva de conocimientos que traería la Web2.0. La conversión del receptor pasivo de la Web 1.0 en comunicador, en constructor interactivo de información en la Web 2.0, ha tenido como efecto colateral inesperado la aparición del placer culpable y casi siempre estúpido de la búsqueda de reconocimiento. Esta actitud ya se empezó a vislumbrar cuando explotó el fenómeno de los blogs y sus autores desesperaban por maximizar las visitas y las referencias a lo escrito. Ahora eso se ha multiplicado por mil gracias a redes sociales como Twitter y Facebook en las que, sin necesidad de construir un contenido cuidado y con cierta densidad, se puede conseguir ser protagonista y conseguir esos 15 minutos de fama que predijera Warhol (que en la red, por su velocidad, han transmutado en unos escasos segundo y medio). Aunque es evidente que habría que dilucidar cómo afecta a los diferentes tipos de internautas esto que describo, es innegable la existencia de cierta vanidad y búsqueda de relevancia en esa continua atención a tuits, whatapps, comentarios de blogs o interacciones de Facebook, que poco a poco absorben cada vez mayor cantidad de tiempo. Esta actividad interactiva significa en ocasiones (pocas) un intercambio constructivo y formativo de información y conocimientos pero en general, no supone más que una gran conversación infinita repleta de naderías, anécdotas e intrascendencias ególatras. La vanidad y la búsqueda de reconocimiento es algo que siempre hemos asociado a los creadores:escritores, pintores, cineastas que nunca han podido evitar, aunque lo oculten tras una falsa modestia o una calculada indiferencia, la emoción que sienten cuando sus creaciones alcanzan el éxito o la relevancia social. Pienso que a pequeña escala esto está sucediendo también en la Web 2.0, con la enorme diferencia de que esos cientos de miles de anónimos creadores en busca del éxito apenas ponen encima de la mesa nada que pueda ser considerado como relevante y por tanto susceptible de ser valorado como algo singular y con cierta trascendencia.
Por otro lado es idiota criticar al medio y tratar de responsabilizar a la red de un problema que debemos resolver nosotros mismos. A muchos les entusiasma construir extravagantes teorías de la conspiración y pensar que el ruido y la trivialidad en la que nos sumerge la red son provocados y fomentados, fruto de un elaborado plan para someternos y confundirnos (detrás estarían, por supuesto, el club Bilderberg, los mercados o los alienígenas. O una alianza de todos ellos). Pero dejando aparte estas tonterías, al final los problemas mencionados no son más que la consecuencia natural de la irrupción de una tecnología de la comunicación que ha cambiado todos los parámetros relacionales con los que habíamos vivido durante décadas. El salto ha sido muy grande y en muy poco tiempo. Y todavía tenemos que aprender a usar de manera inteligente toda esa información y comunicación que la red nos ofrece sin perder de vista que el ser humano necesita espacios de soledad e introspección para pensar y reflexionar, para incluso ser capaz de conocerse a sí mismo, de ahí la importancia del silencio e incluso del aburrimiento para conseguirlo.
Por último también hay que dejar constancia de un aspecto que sirve para relativizar un tanto la crítica (aunque sea necesaria) a la distorsión que generan las nuevas tecnologías a nuestra capacidad lectora en particular y a nuestra capacidad de concentración en general. En el fondo, mucho antes de que la Web 2.0 viniera a distraernos, había ya mucha gente (de hecho una gran mayoría de españoles), que no leía un libro ni aunque le pusiesen una pistola en la cabeza y que, salvo las cartas que enviaron de niño a sus abuelos (obligados por sus padres, claro), se podían tirar toda su vida adulta sin comunicarse por escrito con nadie y sin ser capaz de hilar dos ideas complejas sobre un papel. Esa gran mayoría es la misma que lo más cerca que estaba de leer un periódico era porque le regalaban alguno de esos ejemplares de prensa anoréxica repleta de anuncios que se popularizaron en los últimos quince años. Y esa gran mayoría igual no ha notado nada de lo que he descrito en estos post y en cambio sí ha visto cómo, aunque sea de manera superficial, le llegaba mucha información por vías de las que no disponía en el pasado que poco a poco le han ido permitiendo opinar y argumentar sobre asuntos que, sin la Web 2.0, ni siquiera habría conocido su existencia.
Por lo tanto debemos reflexionar y aceptar como una evidencia que la Web 2.0 no sólo están modificando nuestra manera de aprender, de relacionarnos y de comunicarnos sino que también tiene una repercusión directa y negativa en la realización de tareas complejas que conllevan necesariamente una concentración que a día de hoy se ve continuamente cuestionada por la distracción perenne en la que nos sumergen las redes sociales. Pero ello no nos debe hacer desdeñar en aras de un intelectualismo mal entendido el enorme potencial que Internet tiene y los beneficios que ya hoy nos aporta. Aprender a controlar nuestras adicciones virtuales, reconocer el problema, aprender a usar de manera más racional y útil las nuevas tecnologías de la comunicación e imponernos y exigirnos una mayor educación en nuestro devenir digital son objetivos básicos que debemos colectivamente intentar alcanzar. Y volver a aprender a leer en profundidad disfrutando del silencio. Costará, pero una vez que nos cansemos de la novedad digital y la comunicacional infinita igual descubrimos que no tan difícil volver a conseguirlo.
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Internet nos hace superficiales... pero con matices (2 de 2)
Publicado el 10 julio 2013 por José Almeida @jago2019joseTambién podría interesarte :
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