¿Sueñan los androides con máquinas de votación?
El puente entre la tecnología y la política ha estado en construcción durante décadas. Aunque a aquellos no familiarizados con el tema le cueste ver la relación, el origen de los principios del gobierno y los datos abiertos yace en la filosofía del software libre. No es de extrañar, entonces, el surgimiento de la llamada "democracia digital", que intenta incorporar la tecnología actual en el proceso político con la finalidad de promover la democracia, a través de un sistema en el que todos los ciudadanos puedan participar de manera equitativa en el proceso de proponer y desarrollar leyes y políticas públicas.
Hija a partes iguales del liberalismo y la cultura geek, la democracia electrónica persigue condiciones (sociales, económicas y culturales) que posibiliten mayores grados de libertad y autodeterminación. Sin embargo, para muchos, pretender su implementación no es más que un sueño utópico (¿o distópico?), la fantasía de un montón de desvelados que creen que Internet nos hará libres.
Las características estructurales propias de la Web la convierten en el ejemplo perfecto de un sistema democrático: la carencia de control centralizado, la creación de redes de pares, la cultura en torno a compartir, y su carácter masivo. Teóricamente, el acceso universal a Internet se constituiría en un mecanismo abierto, inclusivo y a bajo costo para que todas las personas tengan acceso equitativo a mecanismos de participación, comunicación y organización.
Sin embargo, los retos de la democracia electrónica incluyen, entre otros, preocupaciones relacionadas con la seguridad y protección de los datos personales, y la verdadera existencia de ese acceso universal a Internet del que hablamos, sumado a los niveles de alfabetización digital necesarios para que las personas puedan participar de manera efectiva. Los sistemas democráticos con los que contamos en la actualidad no suelen requerir una comprensión demasiado profunda de su funcionamiento, aunque quizá pueda argumentarse que esta carencia de conocimiento por parte de los votantes sea una falla y no una virtud.
En teoría, Internet ofrece a las personas un mecanismo más sencillo y a menor costo para investigar sus opciones e involucrarse en la política, lo cual debería facilitar que más personas participen del proceso. En los lugares donde, además, se permite y protege el anonimato, éste puede hacer que la persona se sienta más segura de expresar sus opiniones con respecto al gobierno. Aunado a esto, lo que quizás constituya el centro del concepto de democracia digital es la posibilidad que ofrece Internet de construir una plataforma de seguidores, de influenciar las opiniones de un alto número de personas aún contando con muy pocos recursos financieros.
La implementación de modelos de democracia digital, como la llamada democracia líquida, permitiría que la toma de decisiones colectiva funcionara de manera mucho más rápida, creando así una sociedad más eficiente. El verdadero gobierno abierto sería uno donde obtener realimentación sobre las opiniones de la población en cada uno de los temas, políticas públicas y leyes a dictar no requiriera de enorme planificación y costosos procesos electorales, sino que estuviera al alcance de todos los políticos y de todos los votantes, aprovechando el enorme potencial de la tecnología disponible.
Sin embargo, debemos permanecer alertas a los posibles peligros que el uso omnipresente de tecnologías en el ejercicio de derechos cívicos y humanos puede acarrear, incluyendo la vigilancia masiva, la censura y los riesgos para la privacidad de las comunicaciones y datos personales, para la libertad de expresión y de organización. No se trata sólo de establecer mecanismos y canales para la deliberación y la toma de decisiones por parte de los ciudadanos, sino de asegurarse de que estos canales sean efectivos y adecuados, y de que las personas puedan acceder a ellos sin discriminación ni riesgos asociados. Establecer un balance entre asegurarnos de utilizar plataformas donde esté la gente, y garantizar la autonomía y neutralidad de los sistemas utilizados (lo que pasa por considerar quiénes son los dueños de las plataformas y cuáles son sus intereses) sigue siendo un acto delicado de funambulismo. Si la democracia digital puede convertirse en una forma funcional de democracia directa, está por verse.