1. para empezar, que la última novela del semiótico de la Universidad de Bolonia o, al menos, el modus operandi de su antihéroe Simonini, reposa en una concepción estructuralista de la Historia; la misma que hace unos días formuló inconscientemente mi más brillante alumno a propósito de los orígenes legendarios de Roma. Todo lo cual me lleva a confirmar una vez más la muy humana necesidad de proyectar orden y estructura sobre el caos y que, frente a lo que nos quieran hacer creer, hay esperanza -¡y mucha!- para nuestros alumnos de Secundaria.
2. para acabar, que C. S. Lewis empieza a hacerse acreedor en este lugar de una sección similar a las ya existentes para los buenos de Kurt Vonnegut y Michael Chabon. Lean, si no, las palabras del maestro oxoniense citadas por Rocío García en su artículo “Para leer y ser feliz” del Babelia de ayer, dedicado, cómo no, ¡es Navidad!, a la literatura infantil y juvenil:
“No hay libro que merezca la pena leer a los diez años que no sea digno de leerse a los cincuenta.”
Ante tamaña verdad, una no puede sino retirarse y aplaudir.