Revista Cine

Interstellar

Publicado el 28 noviembre 2014 por Heitor

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Desde el momento en el que se supo que Christopher “El hombre oscuro” Nolan estaba dirigiendo una película espacial, que había fichado a Matthew “Ave Fénix” McConaughey, Michael “Incombustible” Caine, Matt “Goodface” Damon, Jessica “Camaleónica” Chastain y Anne “Mohines” Hathaway y se había reunido con los más listos entre los listos en esto de las físicas teóricas, empecé a salibar. El perfeccionismo del director londinense, su gusto por los guiones perfectamente ensamblados, las inquietudes compartidas en sus temáticas y su eterna oscuridad, parecían presagiar un cruce entre “2001: una odisea espacial” y “Encuentros en la tercera fase”.

Que malas son las altas expectativas.

Es probable que “Interstellar” sea la peli de Nolan que más opiniones encontradas genere de su filmografía y dado el intenso debate que han generado las anteriores, eso no es moco de pavo de Acción de Gracias. Quizá sea por las citadas expectativas, por lo que cada uno busque en una peli, por la disposición que uno tenga a la hora de verla, por lo que aguante cada culo en su butaca… Sea por lo que fuere, la red se ha agitado como un panal salvaje zarandeado por un oso hambriento y hay opiniones para todos los gustos. Los hay emocionados, cabreados, escépticos, maniáticos y asombrados.

Yo me quedo en el campo de los ligeramente decepcionados.

Porque la cinta empieza muy bien, metiendo al espectador en un mundo seco que trata de recuperar sus recursos naturales a base de educar granjeros y condenar al ostracismo a los científicos y curiosos, cubriendo con pintura conspiranóica y creacionista la cultura de la nación. ¿Que hemos llegado a la luna? Eso fue una producción de Kubrick, tonto. ¿Satélites y estaciones espaciales? Pon los pies en la tierra, niño y aprende a manejar una segadora.

En este mundo árido y falto de imaginación, subsiste Cooper, un ingeniero viudo obligado a trabajar el campo para dar manutención a sus dos hijos y su suegro, que en su tiempo libre captura drones perdidos para aprovechar su tecnología y trata de que los cerebros de sus retoños no se marchiten en una escuela que los infravalora.

La presentación de los personajes es prometedora y en el momento en el que comenzaba a empatizar con ellos y sentirme intrigado por los sucesos extraños que suceden en esta polvorienta casa de campo americana, deudora de aquella de la que desaparecía el niño de “Encuentros en la tercera fase”, Nolan me mete en la historia tecnológica y aventurera de la película y me da la impresión de que se deja de interesar por las emociones. Como si no pudiera caminar y comer al mismo tiempo.

En ese momento, justo después de dejarnos un regusto a película ochentera como la mencionada de Spielberg o “Exploradores”, el guión derrapa, el tono se pone serio y las intenciones se muestran mucho más cercanas a la obra maestra espacial de Stanley Kubrick. En vez de tratar de mezclar las dos personalidades en una, en más de un momento me da la impresión de que “Interstellar” padece de personalidad múltiple y va saltando de la personalidad de Spielberg a la del genio de “2001”, sintiéndose a veces perdida y agotada. Se debate continuamente entre los sentimientos y los bytes, entre la tecnología y el amor, entre las matemáticas y la intuición, sin llegar a conjugar las ideas de manera uniforme. Y en este maremagnum polarizado, me pasa que la parte emocional no me emociona y la parte científica no me convence.

Y no es que no plantee ideas interesantes, porque sí que lo hace, ayudadas por un despliegue visual impecable y espectacular. Agujeros de gusano, agujeros negros y cuartas y quintas dimensiones marcan las reglas al principio, muy mascaditas por los diálogos de los personajes, como en todo guión de los hermanos Nolan y a mitad de película sigo esperando que todas estas teorías expuestas desencadenen un final glorioso. Pero cuando éste llega, no puedo evitar sentir que dichas normas se han roto, que las licencias poéticas se han follado las leyes naturales y técnicas que se muestran al principio y que, con todas las posibilidades al alcance del protagonista, todo podría haber sido de otra manera y actúa de forma bastante absurda.

Ya lo he dicho muchas veces, no me importa que me engañen y no soy de los que tratan de buscarle el truco al ilusionista, ya que prefiero dejarme encandilar por la magia, pero cuando veo el naipe asomando por debajo de la manga o el sedal me lanza un destello por encima del objeto que levita, no puedo evitar sentirme decepcionado.

Vale, no pasa nada, la parte teórica de la aventura me deja un poco frío, así que trato de hacerme amigo de la otra personalidad. Me presento delante de los personajes e intento empatizar con sus traumas, con sus decisiones, con sus miedos, con sus anhelos… pero chico, tampoco. Es más, el personaje más gracioso, humano y complejo es un robot cuadrado con lucecitas y, sin ninguna duda, una de las grandes bazas de la cinta. TARS es una de las inteligencias artificiales más logradas del séptimo arte, programado con sentido del humor (negro, además) y dotado de una personalidad muy concreta, consciente de su condición al servicio de la raza humana. Este conjunto de chips neuronales podría ser el reverso cálido de HAL9000, el colega de lata que todos querríamos tener. Y, lo curioso, es que este sujeto sin ojos ni aspecto antropomórfico se come muchas veces las personalidades de los humanos con los que comparte pantalla, a pesar de que sus actores estén, como el espectáculo visual que les rodea, impecables. McConaughey se ha convertido ya en un monstruo capaz de bordar cualquier papel, John Lithgow da lecciones cada vez que se suma a una peli o una serie, Michael Caine, aunque mayor, sigue teniendo esa dicción magnética que le aupó al estrellato (al menos si ves la peli en VO) y la Hathaway pone morritos como nadie. Sin embargo, es la propia personalidad de la película la que fagotiza las vicisitudes de cada uno, quedan atrapadas por alguno de los agujeros negros y no llegan más que tímidos destellos emocionales hasta mi butaca.

A pesar de esto, esta película de dos horas y tres cuartos de duración se me pasa en un suspiro y me asombra en muchas de sus partes, como el diseño de cada uno de los planetas que visita o de los agujeros de todo tipo (de casi todo), lo que quiere decir que ni remotamente me ha parecido mala. Sin embargo, suele pasar con los listos de la clase, que una vez que te han entregado trabajos tan buenos, no puedes evitar pedirles siempre lo mejor. Algo parecido a lo que me ha pasado con la “Perdida” de David Fincher.

Pero de eso, hablaré algún otro día.


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