Si bien se ha avanzado significativamente en los estudios epidemiológicos acerca de la epilepsia, la evaluación psicológica del paciente convulsivo constituye un aspecto vulnerable en su atención integral. Los instrumentos utilizados son muchas veces cuestionables, al no ser empleados con la sistematicidad requerida, ni contar con la imprescindible uniformidad metodológica. En muchas consultas especializadas no se le presta la debida atención a la asociación epilepsia-alteraciones psíquicas.
Desde principios del pasado siglo se intentó precisar el origen del deterioro intelectual que supuestamente presenta el paciente con epilepsia, pero no es hasta las últimas décadas que se registra una aproximación más sistemática a ese problema. Aunque la edad, el tiempo de evolución de la enfermedad, las lesiones neurológicas, las crisis eléctricas cerebrales y la carga genética son factores que pueden generar deterioro psicoorgánico, se ha demostrado que el elevado número de crisis, el descontrol terapéutico y el uso de determinados anticonvulsivos, son responsables de la mayor parte de los trastornos que se observan en la esfera de la cognición del paciente con epilepsia. Por otro lado, el deterioro intelectual es más frecuente en ciertos tipos de crisis y no se puede considerar una condición que afecta a todos y cada uno de los pacientes con epilepsia. Para el estudio de la inteligencia en el paciente con epilepsia se utiliza generalmente el WAIS-R y su escala de deterioro.
La personalidad del paciente con epilepsia también ha sido objeto de estudio. Se emplean escalas tradicionales como el Inventario Multifacético de la Personalidad de Minnesota (MMPI) y otras más específicas como el Inventario Neuroconductual, el cual ha resultado muy efectivo para pesquisar trastornos emocionales. Sin embargo, nunca pudieron establecerse características especiales en cuanto a la personalidad y lo más que se ha logrado fue precisar el hecho de que, en las epilepsias del lóbulo temporal, se producen cambios sui generis, definidos como una tendencia opuesta, que incluye gran profundidad emocional y fuertes cualidades éticas y espirituales, cortesía y servicialidad, por una parte, y resentimiento reprimido, irritabilidad y cólera excesiva, por la otra.
Los trastornos de la personalidad fueron descritos en la epilepsia desde la primera mitad del pasado siglo. Se incluían síntomas tales como: tristeza, dependencia, obsesividad, circunstancialidad y emotividad, los cuales se observan -preferentemente- en las epilepsias del lóbulo temporal. En la actualidad se sabe que estos síntomas también aparecen en cualquier paciente con alteraciones del sistema nervioso central (SNC), sin que necesariamente padezca de crisis epilépticas. Sin embargo, durante mucho tiempo fueron interpretados como parte de la llamada personalidad epiléptica, que incluía, además, la violencia y la irritabilidad como rasgos estables. En los últimos años se ha precisado que tampoco esto puede considerar de forma absoluta.
Se realizan estudios clínicos con otras pruebas como el psicodiagnóstico de Rorschach y la escala de Beck para la valoración de la depresión, la cual acompaña al enfermo con mucha frecuencia. Incluso, se ha llegado a plantear que afecta hasta 55 % de los pacientes con epilepsia.
En general la aplicación de pruebas psicológicas se ha estado usando para establecer las tasas de prevalencia de los trastornos psíquicos asociados a la epilepsia, pero ello por lo general adolece de la misma deficiencia metodológica: los resultados muchas veces proceden de muestras parcializadas que incluyen a pacientes recluidos en hospitales psiquiátricos o en clínicas generales. Por lo tanto, su objetividad es relativa. Sin embargo, los estudios más serios realizados al respecto coinciden en señalar que alrededor de 30 % de estos enfermos padecen de afecciones psíquicas, y que incluso, hasta 10 % de ellos pueden llegar a presentar síndromes psicóticos. Esto determina que ese tipo de afección sea más frecuente en pacientes con epilepsia que en la población supuestamente sana.
La depresión es el síntoma psicopatológico más frecuente en la epilepsia. Se cree que determina la aparición de la desmoralización secundaria a la invalidación crónica y que es consecuencia del desamparo aprendido. Su génesis fundamental se encuentra en los factores psicosociales. Las actitudes de la sociedad hacia las personas con epilepsia pueden causar más dolor que las convulsiones. Las psicosis, al igual que los trastornos orgánicos cerebrales, tienen una fuerte relación con los factores neurobiológicos, mientras que los trastornos de la conducta obedecen, por lo general, a factores psicosociales. Las alteraciones psíquicas, especialmente la depresión y la ansiedad, influyen de forma significativa en la calidad de vida del paciente con epilepsia. Por lo tanto, su estudio es imprescindible si se quiere garantizar la estabilidad emocional del paciente.
Con el fin de contribuir al diagnostico efectivo de la epilepsia en el nivel primario de salud también se han diseñado instrumentos válidos que permiten precisar cómo influye esta enfermedad en cada paciente y que incluyen la incidencia de las alteraciones psíquicas.
En los últimos años ha tomado auge el estudio de la calidad de vida del paciente con epilepsia. Se encuentran numerosas referencias en cuanto a cómo la estigmatización social y la alta prevalencia de alteraciones psíquicas en el paciente con epilepsia determinan un detrimento significativo de su bienestar físico, mental y social. Se proponen procedimientos educativos y enriquecedores de la espiritualidad como forma de paliar la situación descrita. El interés por estudiar los problemas que afectan la vida de las personas con epilepsia se ha retardado en relación con otras enfermedades crónicas no transmisibles. Esto es producto de que el enfoque clínico tradicional prevaleciente en las ciencias neurobiológicas ha enfatizado el éxito en el control de las crisis. No obstante, en las últimas décadas del siglo XX aparecieron estudios muy esclarecedores. En la actualidad proliferan los estudios acerca de la calidad de vida y del bienestar psicosocial del paciente con epilepsia. Han aparecido infinidad de inventarios especializados que se basan en la concepción de salud de la OMS e incluyen factores físicos, sociales y psicológicos. Se crean o seleccionan escalas para medir algunas de las consecuencias comunes de la epilepsia y se diseñan escalas específicas para medir la severidad de los ataques.
En el campo de la epileptología, la escala psicosocial más importante es, sin lugar a dudas, el Inventario Psicosocial de Washington (WPSI). Para su elaboración se partió del diseño de una escala la cual, al ser aplicada a pacientes con epilepsia, permitió precisar un conjunto de factores que generalmente los afectan (historia familiar, ajuste emocional, adaptación interpersonal, adaptación profesional, situación económica, adaptación de los ataques, tratamiento médico y funcionamiento psicosocial global).
Los estudios realizados con ese inventario en todo el mundo, muestran que las alteraciones psicosociales que presentan los pacientes con epilepsia trascienden las diferencias raciales, geográficas y culturales. El porcentaje de pacientes con estas alteraciones varía de un país a otro, sin embargo parece ser que el rechazo psicosocial es un fenómeno universal. Esto ha determinado que los pacientes hayan sido estigmatizados y presenten elevadas tasas de desempleo y analfabetismo. Son subvalorados, por el solo hecho de padecer epilepsia, y en algunos países, los pacientes han debido sufrir hasta regulaciones migratorias prohibitivas.
Se han hecho correlaciones entre el MMPI y el WPSI, y se ha encontrado que la escala adaptación emocional es la que mejores correlaciones establece, al medir dificultades emocionales generales (pobre autoestima, síntomas de- presivos y ansiosos, quejas somáticas inespecíficas y sentimiento general de bienestar). La escala depresión en el MMPI mide fenómenos similares y alcanza niveles críticos. Esto se ha intentado explicar a partir de la teoría del desamparo aprendido, que predice una elevada prevalencia de síntomas depre- sivos y ansiosos en sujetos expuestos crónicamente a eventos de carácter incontrolado o indeseado. Esa situación se reproduce exactamente en la vivencia de las crisis epilépticas.