Poco a poco, tu mundo va parándose lentamente hasta que ya apenas se mueve mientras el mundo de los demás sigue su curso. Quizás sea esta la razón por la que cada vez eres más invisible, camuflado en la estática del silencio de un paisaje sin horizonte donde los días y las noches se suceden sin la frontera del cansancio y el descanso. Quizás por esto nunca te sientas agotado, sino simplemente derrotado, acabado, ajeno al mundo ancho y cada vez más lejano.
Deambulas por lugares en otro tiempo familiares, perdido, desorientado, abstraído y huidizo de miradas ajenas que te asaltan y desnudan en tu vergüenza indefensa. Poco importa que camines hasta caer exhausto, ya eres inmortal en la invisibilidad del fracaso inesperado. No existes más que en alguna oscura estadística que alguien siempre encontrará como argumentar.
Recuerdas los días, meses, años pasados como si te arrepintieras de tu feliz inconsciencia. Trabajo, familia, trabajo, añoranzas de la rutina repetida, recuerdos de un pasado lejano. Viviste lo que llamaron milagro quienes ahora lo llaman engaño.
Pedro G.
54 años, parado de larga duración.