Acercarse al cine para visionar la película anual de Woody Allen se está convirtiendo en una ceremonia intrascendente. No es que sus últimas propuestas carezcan de interés, pero el director parece rodar con el piloto automático historias que desarrollan una idea interesante, pero que no la llevan hasta sus últimas consecuencias, haciendo así que las expectativas del espectador queden en parte defraudadas debido a la poca necesidad de arriesgar de un director que, después de todo, ya es historia viva séptimo arte.
Irracional man nos presenta al profesor Abe Lucas, un filósofo muy popular entre los circulos académicos por la radicalidad de su pensamiento. Lucas, invitado a dar clases en un seminario veraniego de una Universidad, está pasando por una etapa nihilista y absolutamente autodestructiva. El especialista en filosofía debería ser el primero en aferrarse a las grandes construcciones teóricas de los genios del pensamiento para ser un maestro en el arte de vivir, pero en su caso el problema es que no sabe cómo relacionar dichas teorías con la vida real, tan prosaica y tan aburrida. Lo interpreta Joaquin Phoenix, un actor que parece haberse especializado en este tipo de papeles de gente autodestructiva, de vuelta de todo. Lo curioso es que a Lucas le gustaría ser un lobo estepario, pero las mujeres se vuelven locas por él. Maduras y jóvenes, atraidas sexualmente por el hombre radical y además asumiendo un papel maternal para ayudarle a salir de un pozo negro que podría acabar en suicidio, lo cual no deja de ser una elección muy filosófica.
Los mejores momentos de Irrational man son precisamente los que nos describen al personaje de Lucas y nada mejor para exponer sus ideas que esas clases en las que reniega de las principales doctrinas filosóficas, como si fueran un decorado primorosamente construido, pero que se viene abajo cuando sobreviene la menor racha de viento. Es curioso que el protagonista solo recupere sus ganas de vivir cuando planifica y lleva a cabo un asesinato. Como en el caso del protagonista de Crimen y castigo, de Dostoiveski, el criminal pretende que su acción es justa, puesto que ha evitado un mal mayor, ha eliminado de la circulación a un ser que apenas puede llamarse humano, puesto que su existencia estaba consagrada a cometer injusticias sobre otros. El propio Allen confiesa en una entrevista publicada por la revista Caimán Cuadernos de Cine su obsesión, a pesar de ser considerado un director de comedias, con la faz oscura del ser humano:
"Mi pesimismo es crónico. En eso nada ha cambiado. Mi pesimismo era tan profundo hace cuarenta años que no podía llegar más lejos. Siempre he tenido una visión muy oscura de la vida, de la gente y todavía la tengo."
Como ya he dicho, la premisa del film es muy interesante, y nos recuerda que una de una de las obsesiones de su director, repetida en algunos de sus mejores filmes, como Delitos y faltas o Match Point es esa atracción hacia el abismo que produce el hecho irreversible de matar a otro. Pero lo que en estas dos películas se convertía en una historia coherente y que no decaía en ningún instante, en Irrational man se convierte en una narración muy liviana y casi intrascendente, a pesar de la gravedad del asunto tratado. Por desgracia, no nos encontramos ante una de las grandes películas del director neoyorkina, más bien ante una reiteración de una de sus inquietudes, que ya había sido mostrada con un tratamiento muy superior en anteriores trabajos.