Revista Cultura y Ocio

Isaac Asimov: Breve cartografía de la ciencia ficción clásica

Publicado el 07 enero 2016 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom
Portada de la saga de la Fundación. Asimov inspiró buena parte de la estética del cine de ciencia ficción.

Portada de la saga de la Fundación. Asimov inspiró buena parte de la estética del cine de ciencia ficción.

Por Fernando Escobar Páez. Escritor

(Publicado originalmente en revista dominical Cartón Piedra, del diario El Telégrafo, el 27 de diciembre de 2015)

Sólo con el advenimiento de la Revolución Industrial el ritmo del cambio se tornó lo suficientemente rápido para resultar visible en el curso de la existencia del hombre. La gente repentinamente tomó conciencia de que no sólo estaban cambiando las cosas, sino de que seguirían cambiando tras su muerte. Allí cobró forma la ciencia ficción, por contraposición con la fantasía y con los libros de aventuras; la gente sabía que iba a morir antes de poder ver los cambios que se darían en el siglo siguiente, y entonces les pareció interesante y divertido imaginar cómo iban a ser esos cambios.

Isaac Asimov, entrevistado por Bill Moyes en el programa ‘World of Ideas’, en 1984

Recorrer la inconmensurable y variopinta producción literaria de Isaac Asimov (1920–1992) es un trabajo ciclópeo e implica contextualizar su figura dentro de la denominada Edad de Oro de la ciencia ficción. Con aproximadamente quinientos títulos, este científico y escritor de origen ruso judío, pero nacionalidad estadounidense, vislumbró muchos de los adelantos tecnológicos que hoy nos resultan cotidianos.

Asimov es un referente tanto para la academia como para la cultura popular, pero su narrativa ha sido denostada desde anquilosados cenáculos literarios que han expresado una profunda animadversión hacia la ciencia ficción, tachando injustamente a esta de ser un género “menor”, propio de lectores jóvenes y poco exigentes. Este prejuicio estaba tan arraigado que hasta Ray Bradbury, uno de los autores emblemáticos del género, se negaba a que sus libros fueran incluidos en colecciones de ciencia ficción, puesto que consideraba que aquello atentaba contra su prestigio —y ganancias— como escritor.

El consenso ubica a Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley como el primer libro de ciencia ficción propiamente dicho, y tal vez este origen femenino y juvenil sirvió como pretexto para que anquilosados críticos renieguen del género, pese a que desde sus albores la ciencia ficción fue practicada por autores rimbombantes como Julio Verne, H.G. Wells, Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe, E. T. A. Hoffman y Herman Melville, entre otros.

Contrario a lo que podría pensarse, el primer boom de la ciencia ficción no ocurrió en Estados Unidos, sino en la Rusia zarista, donde destacaron Alexei Tolstói, Alexander Belyaev e Ilya Ehrenburg. Esta sólida producción fue coartada con el ascenso del régimen soviético, que consideraba sedicioso todo contenido no realista. Una de las obras perseguidas fue la fantástica novela corta Los huevos fatales de Mijaíl Bulgákov, que ciertamente incluía alegorías poco favorables hacia la visión tecnócrata impuesta por el Kremlin.

Un segundo hito se traza —ya en América del Norte— cuando en 1926 Hugo Gernsback crea la revista Amazing Stories, acuñando el término “ciencia ficción”. Pero las prácticas laborales poco éticas de Gernsback y la gran depresión de los años treinta ahuyentaron a escritores y lectores.

El gran despegue de la ciencia ficción vino de la mano de un joven ingeniero, John W. Campbell, quien empezó a obligar a sus alumnos a escribir relatos de ciencia ficción bajo un nuevo paradigma, en el que la lógica y el lenguaje científico reemplazaron a la aventura y al sensacionalismo.

En 1937, Campbell fundó Astounding Science Fiction, revista en la que Asimov era uno de los principales colaboradores. Otros autores a tener en cuenta son Robert A. Heinlein, Clifford Simak, Fredric Brown, Lester del Rey, A. E. Van Vogt, Theodore Sturgeon, Fritz Leiber, Frederik Pohl, y el perverso L. Ron Hubbard. Ajenos al círculo de Campbell —pero no por ello menos importantes para la consolidación del género— fueron Ursula Le Guin, Philip K. Dick, y los británicos Arthur C. Clarke y Aldous Huxley.

En la literatura seria —la ficción en que el escritor siente que está logrando algo además de entretener a los lectores— el autor refleja a la especie humana como un espejo, haciendo que entendamos mejor a la gente porque hemos leído tal novela o tal cuento, y tal vez posibilitando que usted se entienda mejor a sí mismo. Esto es algo importante. Ahora bien, la ciencia ficción emplea un método diferente. Crea una sociedad artificial, que de hecho no existe, que podría existir en un futuro o no. Y entonces retrata los hechos contra el trasfondo de esa sociedad con la esperanza de que usted pueda verse a sí mismo en relación con la sociedad actual (1).

El punto de quiebre para el desarrollo de la ciencia ficción fue la bomba atómica, cuyo funcionamiento había sido descrito años antes con pasmosa precisión por otro de los protegidos de Campbell, el escritor Cleve Cartmill. Esta atrocidad contribuyó para que la ciencia ficción fuera vista como un género respetable —y peligroso (2)— por el grueso de la población estadounidense, que se agolpó en los quioscos en busca de revistas y libros de este género que pudieran prevenirlos de lo que el escritor Kingsley Amis denominó “nuevos mapas del infierno”, donde existencias miserables se desarrollan en mundos postapocalípticos y sin lugar para romanticismo alguno.

Si bien esa era la tónica dominante en los relatos de ciencia ficción de la Guerra Fría, Isaac Asimov se desprendió de esa corriente fatalista y desarrolló una voz propia e inconfundible, en la que la lógica, rigor científico, y dosis de humor negro e intriga configuraron su estilo. Asimov siempre fue renuente a usar razas alienígenas no humanas, sus personajes principales fueron robots trágicos y antihéroes espaciales de una estirpe posthumana que apenas recuerda sus orígenes terrestres.

Rasgo característico de la narrativa de Asimov es que el climax de sus obras no se da en escenas de acción, sino en medio de sesudos debates. Sus narraciones son menos tremendistas que las de sus contemporáneos, pero la aparente confianza de Asimov hacia las posibilidades del progreso científico en realidad esconden un discurso profundamente humanista que reflexiona sobre el futuro de la humanidad. Los peligros del poder omnímodo, de la tecnocracia y de la sobrepoblación —a la que Asimov consideraba la mayor amenaza para nuestra especie— son temas recurrentes en su narrativa, construida con un lenguaje carente de aspavientos poéticos.

La obra magna de Asimov es Ciclo de Trantor, popularmente conocida como Fundación, compuesta por cinco volúmenes y dos precuelas. En el contexto de un corrupto imperio galáctico creado por la humanidad, Asimov da forma a la psicohistoria, ciencia que desde la matemática pura analiza los hechos históricos y gracias a la cual se prevé la caída del imperio, con la consecuente extinción de la raza humana. El personaje principal, Hari Seldon, desarrolla un complejo plan para disminuir los efectos de la barbarie y crea dos colonias espaciales nuevas en extremos distantes de la galaxia, con el fin de que estas conserven el saber tecnológico de Trantor. Pero varios hechos que no figuraban en las ecuaciones de Seldon —como la ambición y el miedo humano— desembocan en la aparición de El Mulo, maligno mutante con poderes mentales que pone en peligro el plan de Seldon. La humanidad, nuevamente en peligro, solo encontrará la redención cuando acuda en búsqueda de sus ignotos orígenes terrestres y adopte una forma elevada de consciencia colectiva que incluya no solo a toda la especie, sino también al ecosistema galáctico en el que se desarrolla, pues nuevos peligros no humanos se avecinan desde galaxias lejanas.

De entre los incontables libros sobre robots de Asimov, destaca la obra que podría considerarse la tercera precuela de las fundaciones: Robots e Imperio. Escrita casi 35 años después de la saga original, esta novela enlaza magistralmente las tres series clásicas de Asimov (3) mediante la postulación de la Ley Cero de la Robótica, diseñada por R. Daneel Olivaw, desencadenando los hechos que darán lugar a la colonización de la galaxia y a las fundaciones. El robot Daneel sienta las bases de la psicohistoria, y así moldea el futuro de la humanidad. Al actuar desde las sombras, se convierte en su salvador.

  1. Un robot no hará daño a un ser humano ni permitirá por inacción que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe obedecer las órdenes de los seres humanos, excepto si estas entrasen en conflicto con la primera ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.

La formación científica de Asimov, doctor en bioquímica, pero por sobre todo autodidacta voraz, no solo le permitió dotar a sus relatos de coherencia y de lenguaje científico, sino también dedicarse a la divulgación científica. En este punto su actividad frenética fue superior —pero menos mediática— que la del gran Carl Sagan. Sin lugar a dudas, el look hebraico y las pintorescas patillas de Asimov, así como su pavor a los viajes aéreos —terrible paradoja para tratarse del creador de las aventuras espaciales más memorables del siglo XX— conspiraron para que su presencia en los mass media sea relativamente escasa. Su plataforma favorita era el libro impreso.

La jornada diaria de Asimov consistía en dieciséis horas de escritura sobre los más variados temas: historia universal, astronomía, física, divulgación científica, filosofía y religión. En este último apartado destaca su monumental Guía Asimov para la Biblia, en la que analiza las fuentes historiográficas y el contexto político del libro sagrado del cristianismo, desmitificando cada uno de sus pasajes.

Si insistimos en que la Biblia es cierta en su literalidad, entonces tenemos que abandonar total y completamente el método científico. No hay modo en que podamos al mismo tiempo tratar de descubrir la verdad mediante la observación y la razón, y aceptar la Biblia como verdadera.

Asimov, entrevistado por Paul Kurtz en Free Inquiry, 1982

Este tipo de declaraciones lapidarias y su oposición a la guerra de Vietnam y al demencial proyecto de ‘La Guerra de las Galaxias’ impulsado por Ronald Reagan, le granjearon a Asimov la enemistad de los sectores más reaccionarios de la sociedad norteamericana, siendo blanco de la furia de los creacionistas, movimiento religioso fundamentalista al que Asimov dedicó varios textos.

Asimov falleció en 1992. Fue una de las primeras víctimas célebres del VIH, infección que contrajo durante una transfusión de sangre antes de someterse a una operación cardiaca. Su legado más reconocido son las leyes de la robótica, que sirvieron de base para que el Consejo de Investigación de Ingeniería y Ciencias Físicas británico estableciera los principios éticos a los que deben ceñirse los creadores y los usuarios de robots. Una vez muerto, Asimov alcanzó el estatus de ícono cuasi pop, siendo citado en diversas series televisivas, como The Big Bang Theory, The Simpsons y Star Trek.

Las predicciones de Asimov (internet, autos autónomos, desarrollo de microchips capaces de controlar robots, dispositivos inalámbricos, paneles electroluminiscentes, expediciones no tripuladas a Marte) no solo se cumplieron: han abierto la puerta hacia una nueva revolución tecnológica, una de la que Asimov esperaba que librara a la gente de los trabajos desgastantes y poco estimulantes que bien podrían ser realizados por robots. Horas de tiempo libre para que la raza humana pueda cultivar la creatividad. No en vano, Asimov renunció a su trabajo científico y a la docencia, pues prefería dedicarse al suave hedonismo de escribir.

NOTAS

1. World of Ideas, ibídem.

2. Muchos de los autores y editores de ciencia ficción fueron incluidos en la lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas y perseguidos por el infame senador McCarthy.

3. La serie de las fundaciones, la serie de los robots y la serie imperial.


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